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33 años de los SMS: historia de un éxito accidental

Para entender el SMS hay que entender cómo funcionaban las redes móviles de los años 90

por T. C. 28/12/2025
T. C. 28/12/2025
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Un usuario escribe un SMS en un modelo antiguo de móvil. Desintegrator/Shutterstock

Carlos Jesus Bernardos Cano, Universidad Carlos III

Hace poco, se cumplieron 33 años de un hito que marcaría toda una época. Un 3 de diciembre de 1992, el ingeniero Neil Papworth envió “Merry Christmas” (Feliz Navidad) desde un ordenador a un teléfono móvil. Se trataba del primer SMS, para el que Papworth no recibió respuesta. El motivo: los teléfonos móviles de entonces solo podían recibir mensajes, pero no enviarlos. Nadie podía imaginar entonces que alcanzarían tal éxito que cada Nochevieja las redes se colapsarían por los mensajes de felicitación de millones de usuarios.

También de forma inesperada los SMS sobreviven en la era del internet móvil, las redes sociales y WhatsApp. ¿Cómo logró una tecnología tan limitada convertirse en un fenómeno global? ¿Por qué, tres décadas después, sigue siendo fundamental en nuestra infraestructura digital?

Un ejemplo de ingeniería eficiente

Para entender el SMS hay que entender cómo funcionaban las redes móviles de los años 90. Cuando hablábamos por teléfono, la voz ocupaba el canal principal. Para que esto fuera posible las redes tenían canales secundarios de señalización. Estos se utilizaban para hacer que el teléfono sonara cuando llegaba una llamada, o decir que había cobertura.

Los creadores del estándar de telefonía móvil GSM (2G) se dieron cuenta de que ese canal de señalización no siempre se usaba. El SMS nació aprovechando este vacío, en un ejemplo paradigmático de ingeniería eficiente.

Esta naturaleza técnica definió su característica más famosa: el límite de 160 caracteres. De ahí el nombre tras las siglas: servicio de mensajes cortos (del inglés Short Message Service).

Un éxito inesperado

Una característica muy curiosa de la historia del SMS es que no fue diseñado para la comunicación entre personas. Aquellos 160 caracteres tenían un destino puramente profesional: la telemetría y el control de flotas.

El objetivo era la comunicación “máquina a máquina” (del inglés Machine to Machine, M2M). Por ejemplo, que un camión enviara su ubicación automáticamente o que una máquina de vending avisara al almacén central de que se había quedado sin existencias. Los SMS fueron el precursor del internet de las cosas.

En los primeros años, muchas compañías ni siquiera tenían un sistema para facturar los SMS a particulares. El éxito fue puramente accidental y vino impulsado por los usuarios. La clave estaba en que los SMS eran discretos, asíncronos y baratos (al menos al principio, cuando costaban menos dinero que llamar).

La limitación forzosa del tamaño de los mensajes cambió nuestro lenguaje. La necesidad de ahorrar caracteres y dinero dio lugar a la economía del lenguaje SMS: los “xq” en lugar de “porque”, los emoticonos hechos con signos de puntuación y la síntesis extrema de ideas.

Tal fue la magnitud del fenómeno de los SMS, que la infraestructura llegaba a su límite en algunos momentos. En España todavía se recuerda la odisea de intentar enviar una felicitación en Nochevieja. Durante años, las redes se colapsaban minutos después de las campanadas. Millones de usuarios intentaban ocupar simultáneamente esos pequeños huecos del canal de señalización, desbordando la capacidad de las redes pese a los esfuerzos de las operadoras por reconfigurar sus sistemas para absorber ese pico de tráfico.

Los SMS hoy

Con la llegada de los smartphones y las redes 3G y 4G, aplicaciones como WhatsApp, Telegram e iMessage canibalizaron el uso personal del SMS. Eran gratis, ilimitados y permitían el envío de archivos multimedia mediante MMS (del inglés, Multimedia Messaging Service, servicio de mensajería multimedia). Aquello podría haber significado el fin de los SMS, pero no fue así.

El SMS ha sobrevivido hasta hoy gracias a una mutación funcional. Ya no lo usamos para decir “te quiero mucho” (o, más bien, “tqm”), sino como una herramienta de seguridad (aunque no exenta de vulnerabilidades) y gestión.

La larga vida de los SMS es debida a dos motivos:

  1. Son una tecnología universal. Funciona en el 100 % de los teléfonos móviles del mundo, sean inteligentes o no, y no requiere conexión a internet (datos). Solo es necesario que exista cobertura de voz.
  2. Hoy la mayor parte del tráfico es generado por máquinas. Los SMS son el rey de la autenticación de doble factor, las alertas de paquetería y las citas médicas. También son la base de los avisos de emergencia gubernamentales, como el sistema ES-Alert en España. Un matiz técnico interesante: ES-Alert utiliza una tecnología hermana llamada “difusión de celda” (SMS-CB). A diferencia de los SMS clásicos, el mensaje no se envía a un número de teléfono concreto, sino que se radia desde las antenas a todos los dispositivos bajo su cobertura, lo que permite alertar a millones de personas al instante sin saturar la red.

El futuro de los mensajes cortos

Hoy el SMS clásico vive una extraña dualidad. Por un lado, es la única tecnología que funciona en el 100 % de los teléfonos del mundo, siendo el estándar de facto para que los bancos confirmen operaciones. Sin embargo, para la comunicación entre personas, se quedó obsoleto hace años.

Precisamente esa obsolescencia técnica lo convirtió en el arma de una guerra comercial entre Apple y Google: la polémica de las burbujas verdes contra las burbujas azules.

Durante años Apple diferenció visualmente en su aplicación iMessage los mensajes enviados entre iPhones (azules, con todas las funciones modernas) de los enviados desde Android (verdes, que recurrían al viejo protocolo SMS/MMS). Esto provocó cierta estigmatización social al usuario de la burbuja verde (especialmente en EE. UU.) como si fuera alguien tecnológicamente inferior.

La solución a este conflicto y el verdadero heredero del SMS es el RCS (siglas en inglés de Rich Communication Services, servicios de comunicación enriquecida). El RCS es la evolución natural del estándar: permite enviar fotos en alta calidad, ver cuándo el otro está escribiendo y confirmar la lectura, pero sin depender de una aplicación privada como WhatsApp. En su lugar, funciona de forma nativa en la red de las operadoras.

Los SMS han superado la treintena de edad en un envidiable estado de salud. Su historia nos deja una lección valiosa sobre la innovación: a veces, las mayores revoluciones no surgen de una planificación corporativa perfecta, sino de usos inesperados por parte de los usuarios.

Carlos Jesus Bernardos Cano, Profesor Titular del Departamento de Ingeniería Telemática de la Universidad Carlos III de Madrid, Universidad Carlos III

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

T. C.

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