Hiele, truene, llueva o corra un vendaval, Sanzoles celebra el zangarrón. Lo hace bajo cualquier circunstancia, incluso en los años de prohibiciones, tristezas hondas o más vicisitudes, así que el día gélido que ha venido este 26 de diciembre no hace mella en la tradición. El pueblo arropa igual a sus mozos y reivindica la historia de una de esas mascaradas que no necesita recuperarse. Porque no se perdió.
Así que igual que en 1907 se vistió un mozo llamado Melitón Fernández, este día de San Esteban es el turno de Héctor Puga, que se metió bien temprano en ese traje que lleva máscara de cuero con nariz roja, bigotes y perilla; y que incluye cintas de colores a modo de melena. Por abajo, la chaquetilla y el pantalón con las mantas de toda la vida, la media roja y la blanca, los calentadores con pie de conejo y las botas. En la cintura, van el delantal y el cinto al que se abrazan los cencerros. Y, para apañar, al hombro va la bolsa con las especies recibidas y en la mano izquierda un zurrón para el dinero. La derecha queda libre para el vergajo.

El traje es complejo en su forma y abriga. Abriga más de la cuenta, según dicen quienes han pasado un día entero dentro. El zangarrón lo padece, pero también lo disfruta en todo el ritual. Desde que lo visten al alba hasta que los ojos de todo el pueblo se posan sobre él en la plaza, para la misa. Conviene guardar en la memoria el calentamiento. Y las carreras. Y el almuerzo. Uno no vuelve a ser quinto dos veces. Y menos el quinto: el elegido para protagonizar el día grande de Sanzoles.
Ese es el papel que le toca a Héctor, el de representante de su quinta. Y el muchacho se afana para dar respuesta a las expectativas. El resto de los mozos también cumple con su rol. Algunos de ellos bailan de cara a San Esteban al final de la ceremonia religiosa, como manda un ritual que da poco margen a la improvisación. Se puede ejecutar mejor o peor, pero está claro lo que hay que hacer.

Y una de esas cosas implica directamente a otro de los muchachos. Hay que agarrar el pendón a pulso y hacer tres venias ante la imagen. Lo hace Hugo. Cuesta tirar de él hacia arriba. Cuesta mucho. El aliento de Sanzoles empuja. Al tiempo, el zangarrón hace estallar con el pie tres vejigas infladas. Es uno de los momentos públicos culminantes del festejo.
Luego, vendrán más carreras, provocaciones, aguinaldos y la comida del mutis. Su propio nombre lo dice. No se puede hablar. Si se hace, hay castigo. Lo dicen las normas. Las cumple este año la quinta de Héctor. Lo harán las que vengan.

