A las puertas de la iglesia de Andavías, un hombre llamado Saúl José espera paciente con su cordera mientras los vecinos cruzan el umbral del templo. El animal tiene un mes de vida y parece que también un imán para los niños, que pasan, se giran, se acercan y sonríen. La escena tiene lugar en una mañana especial para el pueblo. Primero, porque es el día de Navidad. Después, porque toca representar una función que tiene arraigo por estos lares. Han pasado ocho años desde la última vez. ¿Y desde la primera?
El lector más curioso va a tener que conformarse con lo que se sabe: lo que la gente del pueblo recuerda. La Cordera, como se llama este auto navideño que incluye al animal y a los pastores, hunde sus raíces en el medievo. Lo que no está claro es cuándo se convirtió en una de las tradiciones de Andavías. Para poner una fecha segura, conviene recurrir al año en el que un hombre llamado Gregorio Prieto dejó por escrito las relaciones de esta y de otras representaciones populares: eso sucedió en 1926.

De ahí en adelante, la Cordera se ha ido representando de manera intermitente en Andavías. Más en los tiempos antiguos, menos en los modernos. Antes de escribir los textos, el citado Gregorio Prieto realizó varios viajes en burra por las localidades de la contorna para documentarse y coger referencias de aquí y de allá. Esa pasión propia y del resto de la vecindad tiró del teatro al principio. En 2025, con menos gente y más mayor, todo resulta más costoso. Pero se hace cuando se puede. Esta vez, con Rosa Fraile al mando y con otras treinta personas implicadas. Bastante para una localidad donde quedan 400 habitantes. Y bajando.
El caso es que, en este jueves de Navidad, un buen porcentaje de esos andavianos y de su población vinculada están en la iglesia de San Miguel. Todos van pasando por delante de Saúl y su cordera para ocupar los asientos y aguardar. Mientras llegan la hora y el cura, se puede constatar el primer hecho llamativo: entre el elenco hay niños pequeños y veteranos con mucho bagaje a sus espaldas. Esta es una tradición intergeneracional. Desde la barrera, lo ven quienes lo hicieron un día y han dejado paso. Pero no para juzgar con dureza, sino para mirar con emoción.
El momento esperado llega a la una en punto, con la iglesia llena y todos en sus puestos. Atrás queda el repaso de los textos, la atención de los padres a los hijos que se desarreglan y las prisas por pillar buen sitio. De pronto, se hace el silencio. Una niña llamada Carla se coloca ante el micrófono y anticipa lo que va a pasar. La muchacha habla del «legado cultural» de los mayores, de la tarea del señor Gregorio, de la custodia que hizo su hijo Paco de ese trabajo amanuense, de la identidad del pueblo, que es en el fondo lo que se representa, más allá de lo religioso.
Y, entonces, el teatro: «Abrid las puertas del templo del glorioso San Miguel, que venimos los pastores a ver a la hermosa Raquel». El silencio de la iglesia se quiebra con los golpes, y luego con las voces de quienes avanzan lentamente por el pasillo. Los coros del pueblo, el masculino Puernatus y el femenino Nuestra Señora del Piñedo, cantan y van dando forma al auto que viene. Al fondo, se ubican María, San José y un ángel llamado Izan que cumple con su misión y da paso al momento de la cordera.
El animal entra con el pastor, que es Eduardo, «el hijo de Ramiro», el ganadero de vacuno que actúa como ovejero por una vez. Su presencia representa la visita al pesebre de personajes como el suyo, del portador y la zagala o de los Reyes Magos, que irrumpen también en la escena. Navidad, al fin y al cabo. Mientras, la Virgen, San José y el Niño y se muestran impertérritos, con más mérito para los dos primeros, por aquello de ser dos personas. Jesús fue esta vez un muñeco.
El cierre y los niños
Las relaciones de los personajes se mezclan con la música mientras la función se agota hasta el amén. El público responde a cada intervención con aplausos, entre orgulloso y agradecido. Para que las tradiciones se mantengan hace falta quien se implique por ellas. Y quien las adapte, pues resulta más fácil hacer la Cordera en la mañana de Navidad que en la noche de Nochebuena, como se hacía antaño.
Cuando la función termina, la gente aguanta. Y no solo por la misa que viene luego, sino porque el cierre de la celebración religiosa viene rematado por un villancico interpretado por los niños y niñas del pueblo. Ellos son los que vienen para sostener las tradiciones que su pueblo ha sabido proteger. Un día serán los mayores que podrán transmitir esa herencia colectiva.







