Rondan las ocho de la tarde y el entorno de la Marina, todavía en penumbra, acoge a ríos de gente que va a coger sitio. Ya ha habido un encendido navideño en la Plaza Mayor, el del Ayuntamiento, pero queda el de la Plaza de los Sueños de Caja Rural, que viene con fiesta para la chavalería y una dosis de ilusión para los niños, que aguantan todavía expectantes. Los pequeños que resisten con algún problema de cansancio reciben el soporte familiar y se suben a hombros. Los que conservan la energía…
Esos andan danzando por ahí. Muchos en los caballitos, que venden más viajes que Renfe en ese rato, y otros tantos enredando mientras la familia compra churros. Muchos churros. Muchos, muchos churros. El tiempo viene agradecido para ello. Hace el frío justo para que apetezcan, pero se puede estar con la mano fuera. Éxito y jera para quien los vende. La cola se entremezcla con la fila de personas que va entrando en la Marina mientras se acerca el momento.

Y el momento llega a las ocho y media, cuando debe. Desde una esquina casi invisible entre la muchedumbre, los responsables de Caja Rural y las autoridades pulsan el botón blanco. Transcurre solo un instante hasta que el «¡oh!» recorre una plaza que ya no es de la Marina; ahora es de los sueños. La luz brilla, la música suena, Alefran anima.
Y, entretanto, lo de siempre: las fotos, los vídeos y los brazos cansados de apuntar para captarlo todo. El espectáculo dura un buen rato, con la bola del centro de la plaza como foco de atracción. Pasan los diseños, los colores, las ráfagas de luz. Mientras, resuenan la música épica, la de Frozen o la de Mecano. Para todos los públicos, como de año en año.

Enseguida, Alefran se hace con el control. Falta la fiesta esta noche y, por delante, todo lo demás. Habrá tiempo de visitar esta plaza, de hacerle fotos y de sumergirse en ella hasta que haya pasado una semana de un año 2026 que aún queda a más de treinta días de aquí.
