Dentro del bar hay jaleo por San Román, así que toca charlar fuera. La lluvia lo complica, pero Blanca, de apellido Alonso, suelta un «no importa» y se lanza a hablar de una de sus pasiones. El amor no es a un qué ni a un quién, sino a un dónde. Y le viene de herencia. El lugar en cuestión es Vega de Villalobos, el pueblo del que partió su abuela rumbo a Madrid en los tiempos del éxodo rural. Aquella mujer se marchó dolida, como tantos otros. Sabía ya que no quedaba otra que hacer la vida en otra parte.
Lo cuenta ahora la nieta, que ha vivido siempre en Alcalá de Henares y que recuerda que la abuela emigró de Vega a Madrid a los 14 años. Y no fue a estudiar, sino directamente a servir en una casa. Con el tiempo, conoció a su marido e hizo la vida en la capital, «en un barrio obrero de toda la vida». Luego fue volviendo, claro, pero «la rabia» de haber tenido que marchar hizo que tardara en hacerlo. Incluso, hubo que rearmar la casa familiar que había quedado vacía.
«Yo tengo la sensación de que el vínculo que tenemos ahora mis hermanas y yo con el pueblo es incluso más fuerte que el que tenía mi padre, por todo eso que había vivido mi abuela», cuenta Blanca. Su generación fue la segunda de la familia que nació en Madrid, libre ya de esa bronca por dejar el pueblo atrás. De niña, su relación con Vega empezó siendo meramente lúdica, pero luego acabó por convertirse en parte de su identidad, en arraigo. Blanca no vive permanentemente allí, pero se siente parte del lugar.
Tanto, que hace un par de meses se puso al frente de la asociación cultural del pueblo, un colectivo que nació solo para las mujeres, pero que cambió sus estatutos para expandirse entre todas las gentes de la localidad. El asunto tiene gracia porque, en octubre, Las Pandas, como se llama esta comunidad creada en Vega, cumplió 25 años, los mismos que había hecho Blanca en agosto. Pocas evidencias de relevo generacional tan fuertes como que el bebé que tenía dos meses en el momento de la fundación del grupo sea ahora quien mande.
Quizá, el verbo mandar no es el más adecuado. En realidad, lo que hace esta mujer es implicarse. «Ha dado la casualidad de que este año se ha renovado un poco la junta directiva y ahora somos gente muy joven», explica Blanca Alonso, que señala que no necesariamente hace falta vivir en el pueblo para involucrarse en su activación. «La gestión se hace desde fuera, pero lo importante es que se vayan haciendo cositas», remarca la presidenta de Las Pandas.
Y en eso están. Sin ir más lejos, la fiesta de San Román se recuperó hace unos años después de quedar suprimida a costa del programa veraniego. Ahora, ambas citas conviven. «Cada vez viene más gente un fin de semana como este», destaca Blanca, que también habla de la recuperación de la Noche de Ánimas. O de las actividades por el Día de la Mujer. O de la semana cultural. Una de las ideas clave es desestacionalizar un poco la oferta; que Vega no se reduzca al verano de juntada y al invierno hogareño.
«En mi caso, yo había imaginado cosas que se podían hacer y pensé: si tienes ideas por el pueblo, llévalas a cabo», reflexiona Blanca, que se preocupa por programar acciones que sirvan para quienes sujetan Vega todo el año: «El otro día contaba Genoveva, que es una vecina de esta calle de aquí, que ya llegan las fechas en las que no ves a nadie bajar la cuesta para ir hacia la plaza. Entonces, se trata de hacer cosillas para ir animando en este tiempo», defiende la presidenta de Las Pandas.
Para Blanca Alonso, lo que mueve al grupo que ha cogido la asociación ahora es «el mismo sentimiento» que tiene el colectivo que se ha unido para salvar la torre de la iglesia de un deterioro irreversible o el que alienta a los dos jóvenes que han reabierto el bar en la localidad. «Al final es enraizamiento», opina la responsable de un grupo que cuenta con más de cien miembros, un puñado más de los que tiene Vega de continuo.
Movimiento para el futuro
En esa línea, la percepción de Blanca es que en Vega hay vida para rato: «Lo noto en este pueblo en concreto y espero que en muchísimos más. Muchos nietos de gente que se marchó quieren comprarse casas y arreglarlas, y pretenden que haya una perpetuidad. No sé si habrá mucha gente viviendo aquí todo el año, pero creo que sí va a seguir habiendo movimiento en un futuro», considera la presidenta del colectivo, que funciona desde la consciencia de que quienes les precedieron abrieron el camino.
Tras la conversación, la presidenta y dos de sus compañeros en Las Pandas se van hasta la zona del grafiti que ha pintado la artista Laura Merayo para conmemorar los 25 años del colectivo. De fondo, se ve a la perfección la torre que es símbolo del pueblo y que tanta gente como la abuela de Blanca Alonso añoró cuando no le quedó otra que marchar a ganarse el pan. Allí, sobre un muro, se ha grabado parte de la identidad de un pueblo que «nunca olvida» y que quiere seguir construyendo recuerdos felices.
