
Hay palabras que dependiendo de dónde y frente a quién se pronuncien adoptan una forma u otra completamente opuesta. Y hay portavoces políticos que han convertido esa elasticidad en un dócil método de estar presentes en las instituciones: un discurso para la Diputación y otro muy distinto para el Ayuntamiento, aunque en ambas instituciones deban ejercer la fundamental labor de oposición.
La última sesión plenaria de la Diputación, en la que se abordaban los presupuestos de la institución provincial para el 2026, volvió a ser un ejemplo cristalino de esta doble vara de medir. Un mismo actor político capaz de defender con entusiasmo aquello que, a escasos cientos de metros, critica con igual vehemencia. Como si el recorrido que distancia ambas instituciones cambiara el criterio. Como si la coherencia en la labor de oposición fuese un ejercicio selectivo donde depende más el escenario que los principios programáticos que uno debe defender.
Durante el debate presupuestario provincial, asistimos a una intervención que más parecía la de un segundo portavoz del equipo de Gobierno que la de quien está llamado a ejercer la realización de propuestas y la fiscalización política. La complacencia fue absoluta. No hubo ni una sola objeción relevante, ni una lectura crítica, ni un análisis que buscara profundizar en las carencias estructurales de la provincia y que deben intentar revertirse con el instrumento presupuestario. Al contrario: se abrió paso un discurso celebratorio, a una enumeración de previsiones presupuestarias de inversión cargada de loas, reconocimientos y palmaditas en la espalda.
También quedó patente una vez más que la única oposición real a la soberbia del equipo de gobierno de la Diputación -en las formas y en la práctica- parte del grupo provincial de Izquierda Unida, que estoicamente soporta tres discursos homogéneos (portavoz de Zamora Sí, portavoz del Partido Popular y el alargado cierre de debate del Presidente que despóticamente se reafirma en lo que ya ha esgrimido su compañero de partido así como el primero y dócilmente sumiso portavoz), y que realiza propuestas serias de enmiendas al presupuesto para favorecer las ayudas a los afectados por los incendios que nuevamente han asolado nuestra provincia debido a la gestión criminal de la Junta, así como para favorecer la lucha contra la despoblación en una provincia cada vez más pauperizada con una institución provincial cada vez más rica e incapaz.
Y en medio de aquella intervención tan enjabonada y tan bien tejida para agradar a los oídos del presidente y los miembros del Grupo Popular, se deslizó un olvido llamativo: ni una sola mención al expresidente provincial y compañero de partido (de dos, ya que cierto portavoz aprovechó la estructura orgánica de su anterior partido para «provincianizar» su misma propuesta política, en un deleznable acto de pérfida maniobrabilidad política) que desarrolló una buena propuesta para la provincia -Fromago- y que los populares, en su línea, han aprovechado para apropiarse olvidando a su principal ideólogo e impulsor. Un silencio u olvido consciente que en política suele tener mucho más significado que mil palabras huecas o complacientes con el poder caciquil.
A la vista, una vez más, de palabras y actitudes tan reiterativas, cualquiera podría pensar que alguien está ensayando su integración para 2027 en esa “casa común” de la derecha que algunos imaginan como destino inevitable, donde se castiga al que vale (los tuvieron, tienen y habrán tenido) y se premia al de moral laxa. La suavidad discursiva, la ambivalencia pragmática y el apoyo continuado y sin fisuras así lo sugieren.
En política, la coherencia sin duda es un valor elemental, como lo es la pedagogía y el buen trato que deben ir emparejados al poder de gobernar, frente a actitudes soberbias y despóticas para con el adversario político. La ciudadanía espera discursos firmes, no plastilina ideológica. Y cuando un mismo portavoz defiende en la Diputación lo que condena en el Ayuntamiento, practica el oportunismo. Y eso, tarde o temprano, siempre acaba notándose.
Una vez más viene bien recordar que «Roma no paga a traidores». Quizá cierto portavoz debería reflexionar sobre esta frase, mirando la estatua de Viriato, antes de cruzar el umbral de la Diputación Provincial de Zamora.
