El cielo gris amenaza lluvia por Sayago, pero Antonio Castro no se arredra y agarra la bicicleta para desplazarse. Tampoco es que vaya a hacer una ruta. El vecino se mueve por el centro de Muga, entre los rincones del complejo que forman el antiguo internado y el instituto de la localidad, cerrados desde hace algunos meses. Este hombre conoció casi el despertar del proyecto educativo, participó de su auge y vio su final. «Cuando algo pierde su finalidad, no tiene mucho sentido que siga», comenta Castro, como le conoce la gente por aquí.
Este hombre asume con resignación el final de un proyecto educativo que arrancó solo con la voluntad de un hombre llamado José Luis Gutiérrez, cuyo busto todavía preside la entrada a un instituto que ahora tiene las persianas bajadas. Castro va contando lo que sabe poco a poco. Por ejemplo, que aquel tipo que lo puso en marcha todo a finales de los 50 era un cura de ascendencia zamorana que se ordenó en Valencia y que pidió destinos rurales hasta recalar finalmente en Muga.

Allí comenzó a enseñar a los chavales de la zona y, poco a poco, empezó a montar un espacio de aprendizaje que ganó fama y alumnos. Castro fue uno de los muchachos que llegó en los primeros años a Muga, cuando todavía no había un centro reglado como tal. Lo hizo desde su Pozoantiguo natal. Al principio, sus compañeros y él tenían que marchar al Claudio Moyano de Zamora a examinarse por libre para que un papel acreditara que tenían los conocimientos; más tarde, a finales de los 60, se homologó el centro. Fue el primer paso. Luego, vinieron el instituto y el internado.
«Aquí llegó a haber unos 700 alumnos», asegura Castro, que marchó a formarse como perito agrícola cuando le llegó el momento de volar, pero que retornó para entregar su vida laboral a la continuidad del proyecto educativo en Muga. En este complejo ha hecho de todo. Desde dar clase hasta cuidar a José Luis Gutiérrez en sus últimos días. En diciembre, hará diez años de la muerte del cura que fundó el instituto y el internado.

Ya en agosto de 2025, se supo que el proyecto educativo no tendría continuidad. Sucedió después de algunos avisos. No había alumnos suficientes. Poco más de cincuenta, apunta Castro, que sigue viviendo en lo que era la residencia antigua. Ahora, con poco barullo alrededor. En los tiempos buenos, este hombre hacía trabajos por la comarca con cuadrillas de chavales que le echaban una mano los fines de semana como complemento a su formación. Lo recuerda con más cariño que nostalgia. Ya está.
Castro baja con la bici hacia otra parte del complejo que ocupa parte del centro del pueblo. Para rematar, al pie de todo eso, también aparece cerrado un alojamiento conocido en la zona como «el parador», aunque su nombre oficial, por aquello de los derechos, fuese «el paraje». El establecimiento abrió a finales de los 2000 y cerró con la pandemia. Tiene poco sentido que vuelva a abrir, habida cuenta de la situación actual del instituto que tenía enfrente.

Siguiendo la misma calle hacia abajo, ya al pie del Ayuntamiento, un cartel con el menú del día preside la entrada a un local llamado La Brasería de Muga. Dentro, varios paisanos echan el café mientras comentan asuntos de la vida o de la actualidad. Tras la barra, les atiende Alberto Fontanillo. Este hombre lleva menos de un año en el negocio, tiempo suficiente, en cualquier caso, para comprobar la diferencia entre tener y no tener el instituto.
Las cuentas para él están claras: «Dejo de ganar unos treinta euros al día». Eso, con el IES José Luis Gutiérrez en mínimos: «Casi lo peor es que no ves la alegría de los chavales ahí en la plaza», comenta el hostelero, que cuenta que se ha ido adaptando a la nueva realidad de este curso. Ahora, pide menos refrescos a sus proveedores y hace menos pinchos para media mañana. «A veces, también venían algunos padres», recuerda Fontanillo, que subraya que, tradicionalmente, siempre hubo gente de fuera. Particularmente, de Extremadura.

Ahora, esos alumnos han volado hacia donde sus familias hayan decidido, mientras que los de aquí, los de la tierra, toman el autobús cada mañana para ir a Bermillo. El viaje es asumible, pero no es lo mismo que tenerlo todo a la puerta de casa. Cada padre o cada vecino al que se le pregunta responde lo mismo: «Es una pena». A todos ellos les gustaría que el movimiento fuera reversible, pero cuesta mantener la esperanza cuando uno mira alrededor.
La postura del Ayuntamiento
Parte de las miradas aquí se posan en el Ayuntamiento de Muga de Sayago. No precisamente porque tenga las competencias educativas, sino porque se percibe como la herramienta reivindicativa y negociadora posible para darle un uso a las instalaciones. Si ya no se puede como instituto, que sea para otra cosa. En el bar, se comenta que, al principio, se planteó la posibilidad de que la residencia funcionara como centro de acogida de menores extranjeros. Pero esa opción, si alguna vez estuvo realmente sobre la mesa, no salió adelante.
Por su parte, la alcaldesa, Dora Herrero, no dice mucho. Han pasado tres meses desde el anuncio del cierre y dos desde que empezó el curso y los alumnos no volvieron. La herida todavía sangra. «Ha sido un mazazo para el pueblo», concede la responsable municipal, que afirma que se está «barajando» con la Junta algún posible uso para el complejo del que dispone Muga en pleno casco urbano. «De momento, no hay nada claro ni ninguna solución. Estamos ahí, seguimos luchando, pero no hay nada concreto», concluye la mandataria local.

