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Los mastines para el lobo, la agonía por el fuego: «Menos mal que iba con el caballo y pude salir»

Fernando Rodríguez, ganadero de Cerdillo conocido por su manejo de los perros para frenar los ataques al ganado, mantiene su filosofía mientras hace frente a otros riesgos ajenos a la fauna salvaje

por Manuel Herrera 19/10/2025
Manuel Herrera 19/10/2025
Fernando Rodríguez, en Cerdillo, rodeado por algunos de sus animales. Foto Paloma V. Escarpa.
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Son las cuatro de la tarde de un lunes festivo, pero para pillar a Fernando Rodríguez un rato hay que acercarse a la faena caiga el día como caiga. Allí en su nave, este joven ganadero de 26 años emerge de entre las vacas, se alisa un poco la ropa y se coloca las gafas de sol sobre la cabeza: «Estoy sudando», advierte el sanabrés. Y eso que ya va mediado octubre y que la carretera entre Cerdillo y Murias no es precisamente el lugar más cálido de la provincia. Cosas de este 2025 que ha venido malo para casi todo por la comarca.

Mientras Fernando se asienta, un vistazo basta para ver asomar a varios perros que sestean por la parcela. Algunos son mastines, la raza que ha hecho conocido a este ganadero que ya hace años apareció en los medios nacionales para hablar de su sistema contra los ataques del lobo. El que le funciona a él desde que le compró la explotación a sus padres en 2019 y se puso a hacer la vida a su manera. De eso va a hablar. Pero también de los incendios. Con la herida de las llamas tan reciente, resulta inevitable.

Fernando observa a algunas de sus vacas. Foto Paloma V. Escarpa.

Pero primero lo del lobo. ¿De verdad sigue sin ataques? «Sí. Empezamos todavía con mis padres a poner perros y a probar hasta que dimos con la tecla. Y luego ya es seguir la vía del tren, que no tiene pérdida», asegura Fernando. Durante los dos últimos años de sus antecesores en la explotación y a lo largo de los seis suyos, no ha habido ninguna lobada. Las vacas y las ovejas aguantan tranquilas.

Fernando explica que el proceso de ensayo-error les condujo a probar los destetes más o menos tempranos, a alimentar a los mastines con una lactancia controlada, a forzar que el cachorro se topara con los terneros como primera imagen de su vida y a generar vínculo entre el ganado y los perros. Hay ciertos detalles que conviene cuidar. Por ejemplo, el lugar donde reciben la comida los canes. «Solo donde están los animales que tiene que proteger», subraya el ganadero.

Básicamente, se trata de integrar a los perros al cien por cien dentro de la explotación. «Ahora hay muchísimos, casi no sé ni cuántos», admite Fernando, que acaba por estimar que cuarenta. De ellos, la mitad mastines. «El resto son más pequeños, de trabajo o de caza», indica el ganadero, que funciona con 140 vacas – 50 más que cuando comenzó en 2019 – y con 20 ovejas. También tiene yeguas. Lo que no tiene son daños, recuerden. Eso cero.

Fernando, de espaldas, con sus perros. Foto Paloma V. Escarpa.

Ahora, también deja claras algunas cosas. La primera, que esto le funciona a él. Su opinión es que, bien adaptado, el sistema serviría para cualquier contexto, pero eso es decisión de cada ganadero. El segundo punto es que los pagos por animales muertos disuaden a algunos compañeros de implementar un modelo de convivencia con el lobo que cuesta mantener. «Yo invierto en los mastines más de 8.000 euros al año», asegura, al tiempo que recalca que el perro ha de estar saludable y sin heridas.

El coste es alto, pero el resultado bueno. «Creo que la clave en cualquier caso está en el manejo», insiste Fernando, que tiene claro que «el lobo no es malo, solo sobrevive como puede». A partir de ahí, cada uno con sus ideas. Y con el resto de los problemas inherentes a un joven ganadero en esta esquina noroeste. Ahí aparecen los precios, los costes, los vaivenes y, en años como este, el fuego. «Son cosas que no se pueden evitar», estima Fernando. «Ni con miles de millones de euros en prevención», asume.

Aceptar eso no quiere decir que el desarrollo de los incendios se viva sin angustia. «Para mí no es como para los veraneantes», apunta Fernando, que resalta que él vive de la naturaleza y que lo tiene todo en el pueblo; en Cerdillo, dos veces desalojado este agosto. «Mis animales estaban por ahí, así que se pasa mal. Fue un mes muy agónico, muy agobiante. Y ahora mira dónde están las vacas», comenta el ganadero, mientras gira la cabeza hacia el ganado. «Por lo menos este lote grande de aquí lo tendría todavía en la sierra».

Las vacas de Fernando comen la paja. Foto Paloma V. Escarpa.

Allí arriba los animales tienen «más agua y la comida gratis». Abajo, el asunto se encarece: «A estas tengo que echarles diariamente seis bolas de hierba de 200 kilos, cuatro paquetes de paja y 150 kilos de tacos, que es lo mínimo para que estén mínimamente bien», resume Fernando. Tristemente para él, hay animales que salieron peor parados del incendio. «Perdí un burro, una yegua, un caballo; dos vacas con dos terneros; y dos novillas», enumera. A fecha del 13 de octubre, no ha recibido aún la compensación: «Nadie me ha pagado una puta mierda», afirma.

El ganadero lamenta aquí la burocracia y que se pidan «cosas sin sentido». Él asegura que lo tenía todo en regla y confía en que el dinero llegará, pero recuerda que ya van dos meses. «Esto es una empresa y tienes que tener un colchón, no te puedes quedar en cero, así que así voy», insiste el sanabrés, que sí concede que ha recibido comida para los animales, pero menos de la que le habría gustado. Al final, más allá del impacto del fuego en sí, el ganado ha bajado tres meses antes de lo previsto. Y casi hay que darse por contento. Como poco, en el caso de Fernando, por seguir vivo.

Y es que los días del incendio no solo fueron de angustia, también de riesgo. ¿Qué hizo él mientras Sanabria ardía? «No dormir. Meter el caballo por el fuego y sacar vacas de donde fuera. Moví animales de todos los ganaderos porque las vacas se juntaban entre ellas. Yo entraba por los incendios adelante e intentaba sortearlos. Una vez casi me pilla, y menos mal que iba a caballo y pude salir», relata Fernando, que recuerda haber llevado ejemplares «de todo cristo». «Eran vacas de Ribadelago, de Vigo… Me lo bajé todo sin preguntar a los dueños porque se estaba quemando la sierra», abunda.

Una cría de vacuno, en la explotación. Foto Paloma V. Escarpa.

La idea de Fernando era salvar animales y aclararse luego con los compañeros. La clave era que las vacas estuvieran seguras. «En un incendio que me pase solo a mí, tengo a quince tíos aquí ayudándome, pero claro, era en toda Sanabria y cada uno andaba con lo suyo. Al final, yo tuve esas pérdidas y menos mal que no me pasó nada a mí», sostiene el ganadero, que se vio en peligro hasta en tres ocasiones. Eso lo sufrió él en primera persona y su madre desde casa.

«Ella ya ni dormía. Una noche llegué a las cinco de la mañana con el caballo solo para cambiarlo porque ya no me caminaba y me dijo que no podía descansar conmigo por ahí arriba. Pero es que había que hacerlo porque además el ganado estaba muy confundido. Entre el fuego y el ruido de los helicópteros, las vacas estaban como demonios. De hecho rompieron vallas, alambrados y canciellas«, afirma Fernando, que solo paró cuando se pudieron sofocar las llamas.

La clave del manejo

Ahora, la vida y los ciclos siguen su curso en este otoño que ha venido poco lluvioso en sus primeras semanas por Sanabria. Las cosas van volviendo a su sitio y Fernando a reclamar que haya más apoyo para que sistemas de protección como los suyos se implementen de manera efectiva. Mientras, insiste en el manejo: «Si tú tienes las vacas abandonadas en el monte y cada una va por donde quiere, eso es muy fácil de atacar, pero si vas a verlas diariamente y tienes una manada circular más cómoda para el mastín lo tienes más sencillo», recuerda.

Al acabar la charla, Fernando cruza la carretera y hace un sonido para llamar a las vacas que tiene para esa zona. El ganado se acerca a un rincón donde hay paja y los perros acuden al tiempo. También hay un burro y algunos caballos. Todos terminan por rodear al dueño, que se prepara para volver a sudar en la tarea diaria: «El lobo no es malo. El malo es el ganadero que deja las vacas abandonadas», remacha.

Manuel Herrera

Periodista y politólogo. Máster en Comunicación y Visualización de Datos.

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