En 1934, Uña de Quintana tenía una población de hecho de 738 vecinos, según el censo de la época. Para llegar a esa cifra ahora, el pueblo tendría que llamar a todos los empadronados de Congosta, San Pedro de la Viña, Cubo de Benavente, Brime de Sog, Carracedo, Fuente Encalada y Molezuelas de la Carballeda. Y sumarlos a los 121 suyos, claro. La vida ha mejorado mucho en estos últimos 91 años en casi todos los sentidos, vaya eso por delante. Pero esa evolución la ven muchos menos ojos por estos lares.
Eso sí, hay una cosa que todos, los de ahora y los de antes, han visto, han olido y han probado: las hogazas y las barras de la panadería del pueblo, que abrió en aquel lejano 1934 y que ha visto pasar dos tercios del siglo XX y una cuarta parte del XXI ante sus sentidos. Hasta mañana. Sus dueños actuales, Primitivo Gullón y Margarita Casado, lo dejan. Se jubilan: «Nos da pena, pero estamos muy cansados», confirma ella, la que repartía ahora por todos los pueblos citados arriba y por alguno más. Son diez localidades en total las que se quedan un poquito más huérfanas sin el servicio: «Pero era hacerles la putada a ellos o hacérmela a mí», resume la mujer.

Margarita ha llegado a los 66 y tiene claro que ya vale. Son muchos años de trabajo, miles de madrugones y decenas de miles de kilómetros. Su relación con el negocio empezó cuando su padre, Antonio Casado, cogió la panadería en 1973, hace 52 años. Ella tenía 14: «Esto lo había fundado en 1934 otro hombre llamado también Antonio Casado», recuerda la dueña actual, que cogió el relevo definitivo junto a su marido Primitivo a principios de los 90.
Por entonces, la ruta era por dos pueblos además de Uña, pero aquel itinerario reducido se hizo insostenible. La realidad exigía madrugón, horno, pan y carretera. «La gente no sabe lo que es esto», subraya Margarita, que aclara que la casa donde viven ahora está pegada a la zona donde trabajan. Inviable un traspaso a gente ajena a la familia. Y los hijos han tirado por la informática, así que no hay debate. Se cierra.
«Bastante que nos ha aguantado el horno, que es muy antiguo», ríe la panadera, que viene dando explicaciones por los pueblos de la ruta durante las últimas semanas: «Me dicen que no tengo la edad o que me voy a aburrir», apunta Margarita, que destaca las fiestas que se ha ido perdiendo por dar servicio cuando la población se multiplica. «Y esto se hace o no se hace. No puedes ir a medias», defiende.
Los incendios del verano
En este agosto, como despedida, los panaderos se vieron penalizados, además, por los incendios. Si usted recuerda los pueblos desalojados por el fuego de Molezuelas, repase las localidades citadas arriba como lugares de reparto de esta familia de Uña. Cuadran una a una con las evacuadas. «Nos tuvieron parados una semana en pleno verano. Y la gente que venía de turista se marchó la mayoría después de esto», abunda Primitivo. Un broche amargo.
¿Y la gente que dice? «Qué va a decir. Llegó el día y hay que cerrar. Es así la vida. Yo ya quedo a gusto», asegura el hombre antes de disculparse para ir a despachar. Su mujer remata la conversación. «Hemos sido unos esclavos. Lo que es una lástima es que cada cosa que no hay en el pueblo es ir más para abajo», lamenta la panadera de Uña, que ya no madrugará más veces para encender el horno. «Lo último lo venderemos el domingo si queda alguno», concluye. A partir de ahora, las barras vendrán de León.