Como sucede al leer un libro o ver una película por segunda vez, uno puede recorrer las estancias de un museo donde ya ha estado y descubrir cosas nuevas sin necesidad de que los elementos se hayan movido ni siquiera un milímetro. Basta con cambiar la mirada. O con dejarse llevar por quien te puede conducir hacia otros lugares dentro de un mismo recinto. En este viaje por el Etnográfico, al pie de la plaza de Viriato, la atención se centra exclusivamente en una cosa: el papel de la mujer rural. Es 15 de octubre, el día para visibilizar la importancia que tienen y han tenido ellas en los pueblos, aunque muchas veces su labor se haya visto opacada.
Eso, en un museo que trata de ofrecer una visión lo más amplia posible de la cultura tradicional de Castilla y León desde la óptica del individuo, se traduce en interpretar cada espacio, cada traje, cada objeto desde la óptica de la mujer. El faro en este trayecto es una mujer llamada Mariel Rodríguez, que es la guía educadora del Etnográfico. Para este miércoles, algunas de las visitas programadas en la instalación iban orientadas directamente a la labor femenina en los distintos campos, una tarea «históricamente en segundo plano», pero no por ello irrelevante.

Rodríguez habla de los ritos, de los oficios, de los trabajos tradicionales; de labores en las que la mujer tenía un papel preponderante, a pesar de que la sociedad patriarcal la condicionaba o hasta la subyugaba, «y especialmente en el contexto rural». «Esto todavía pasa, sobre todo en países en vías de desarrollo o del Tercer Mundo, donde ellas siguen muy atadas a la figura masculina en el ámbito doméstico. Romper ciertas dinámicas es muy complejo», advierte la guía.
La trabajadora del Etnográfico cita tres cuestiones que dificultan ese cambio: la maternidad ligada a la falta de métodos anticonceptivos, la tarea de la mujer al frente de los cuidados y el tradicional rol proveedor de los hombres. «También ha habido falta de referentes femeninos, algo que ha ido cambiado durante el siglo XX», recalca Rodríguez, que se aproxima a algunos de los paneles de la planta superior para señalar que, a pesar de todo, ellas también impulsaban determinadas ocupaciones.
La guía se detiene ante la imagen en blanco y negro de una mujer, «la señora Olegaria«. Se trata de una de las alfareras de Pereruela en plena faena: «Cuando aparece el torno eléctrico, se hace más cómodo trabajar y el hombre se mete en el oficio», pone como ejemplo Rodríguez, que habla de la economía de subsistencia y de cómo las mujeres estaban «muy presentes en este tipo de economías secundarias».

«Esto ni siquiera se ha estudiado en algunos casos. Ahora, nosotros tenemos una publicación sobre alfarerías femeninas que es muy interesante para conocer de primera mano el papel que tuvieron estas mujeres», asevera la guía, que defiende la pertinencia de hablar del pasado como una parte de la evolución, «no como algo estanco». «Además, en el medio rural la presión siempre ha sido mucho más fuerte por la idea de comunidad que existe», apostilla Rodríguez.
La trabajadora del Etnográfico baja de planta para hablar de educación y de terminología. Por ejemplo, en el caso de la medicina: «En nuestro contexto rural, el médico es un hombre. La mujer es una partera, una matrona e incluso una bruja; alguien que te va a curar, pero vete a saber cómo. En ese imaginario, el hombre tiene el conocimiento y la mujer, la intuición», explica la guía, que sostiene igualmente que las enfermedades que tienen que ver con los hombres se han estudiado mucho más que las propias de las mujeres.
En esa sala, Mariel Rodríguez muestra objetos relacionados con el parto y con la fertilidad. Es decir, con la responsabilidad de las mujeres de traer hijos al mundo. Más adelante, va a las prendas y apunta que el sastre a nivel profesional era el hombre; las que bordaban en casa, las mujeres. «Son cosas que se aprendían de generación en generación», abunda la guía, que se detiene también en los juguetes para explicar la pervivencia de algunos roles hasta hace bien poco.
Las cargas y los cambios forzosos
Ya en la planta baja, la trabajadora del museo habla de las tradiciones, de las «cargas» literales en los trajes de boda, de los significados de cada pesado complemento y de lo complejo que ha sido ir desmontando roles, incluso en contextos festivos como los de las mascaradas, tan arraigadas en algunos pueblos de Zamora: «Que ahora participen chicas se puede ver como una apertura, pero en muchos casos es porque no hay más gente», lamenta Rodríguez.
Contra eso, «la educación es fundamental», estima la guía, que aboga por el trabajo en el ámbito domestico y educativo «para intentar romper de alguna manera esos roles tan marcados».