Evaristo Villar ha hecho muchas cosas a lo largo de su vida. Desde sus estudios de Teología en Bélgica o del Profesional de piano en España hasta su labor con las comunidades populares, pasando por su tarea como docente en Madrid, Oviedo o América Latina. En ese tránsito, el religioso también lideró el colectivo Redes Cristianas, un movimiento aperturista y defensor de la libertad dentro de la Iglesia, y fundó varias revistas en la misma línea, como Misión Abierta, Éxodo o Utopía. Esa postura le trajo problemas con las autoridades eclesiásticas, hasta el punto de verse expulsado en su día de los claretianos, pero no quebró su voluntad.
Todo eso forma parte del bagaje de un hombre con una vida que bien le podría haber llevado a escribir un libro autobiográfico, pero hay otro detalle capital en la existencia de Evaristo Villar. En su génesis, en realidad. Y es que, valga la obviedad, lo primero que hizo este hombre fue nacer. Y eso ocurrió allá por 1940 en un lugar llamado Sejas de Sanabria. En ese rincón vio la primera luz, y allí, en una zona olvidada de la España de la posguerra, conectó con el mundo.

Por eso, el libro no es una autobiografía, sino un retorno a la patria que es la infancia. A lo que fue, a lo que es y a lo que será su pueblo. La obra lleva por título Sejas de Sanabria se mira en el río, y este jueves su autor lo presentó en la Biblioteca Pública de Zamora. Allí llevó Villar su «crónica sentimental» de la localidad, acompañada por las ilustraciones realizadas por el arquitecto Pablo R. Villar, procedente también de la misma aldea que ahora cuenta con «18 o 20» habitantes en el invierno.
Por ahí empezó Evaristo Villar: «Sejas nunca ha sido un pueblo grande. Ya cuando yo lo conocí no superaría los 200 vecinos, pero poco a poco se ha ido vaciando más. Hablamos de uno de los prototipos evidentes de la España Vaciada», indicó el escritor, consciente de que «la naturaleza no es lo suficientemente rica» en la zona como para proveer a una vecindad dedicada principalmente al pastoreo y a la agricultura, y «sin servicios de lo más elemental».
La realidad social y demográfica sobrevuela la mirada hacia el pueblo, pero sin buscar un horizonte de desaparición: «Todo esto ha tenido un antes, tiene un ahora penoso y tendrá un después. No quiero crear la sensación de derrota, de que todo se ha acabado», abundó Villar, que defendió la pertinencia de escribir sobre el pueblo para ir más allá de la tradición oral: «Me parecía importante dejar constancia», insistió el autor, que aún así no ha creado una guía. O, al menos, no una estándar.
Más bien, Villar se agarró a la poética para dar forma a la obra. Por eso, el río aparece como referencia. Ese recurso que no se agota, que ofrece «movilidad, presencia y espejo», que siempre tiene un futuro. También en el agua, el religioso encontró la inspiración de las náyades para contar la historia de su pueblo desde un plano «natural y sensorial», pero también sobrenatural.
Ahí aparecen elementos como las casas, la plaza o el elemento imprescindible de la fragua, pero también lo que representan las iglesias, las ermitas, los orígenes o las historias. Para ello, Villar se apoyó en un personaje inventado llamado Sei, de origen celta, e intercaló la narración con poemas de cosecha propia o de grandes figuras literarias como León Felipe, Federico García Lorca o Antonio Machado.
La tarea de conservar
«He intentado contar así las cosas de las que yo mismo he sido testigo», recalcó el autor, que vivió en Sejas de Sanabria hasta los 12 o 13 años y que, junto a su hermano Antonio, lo conoció todo: «Sabíamos dónde estaban las piedras, los árboles y los animales; dónde había moras, abruños, ciruelas y peras», repasó Villar, que estudió igualmente la etnografía para hacer un repaso somero de los elementos característicos de la zona.
«Conservar el conocimiento de estas cosas es tarea nuestra», aseguró el autor, que sí dejó entrever un cierto lamento por la pérdida de la fauna. «Como no se siembra, hay hasta menos pájaros», deslizó el vecino de Sejas, sin perder la esperanza de que la cigüeña, hace años olvidada, vuelva a posarse algún día sobre la iglesia del siglo XIII que preside su pueblo.