En la parte trasera de la furgoneta que da soporte a un vendedor de la romería de los Remedios, se puede leer la siguiente frase: «Descansa, Dios tiene el control». Eso será en la carretera. Aquí, el mando está en manos de la patrona. Y, si acaso, de los sanabreses que se cuentan por miles en la cita ineludible del primer domingo de octubre en Otero. El año pasado llovió como nunca, preludio de doce meses de golpes duros para la comarca; esta vez, hubo algún amago de torcedura, pero se acabó imponiendo el sol de otoño en todo su esplendor. Habrá que pensar que es un buen presagio.
Por si acaso toca pedir una ayuda extra, las gentes se agolparon para ver a la Virgen de los Remedios en su mañana por antonomasia. Si usted carece de paciencia y pretende pasarse alguna vez, ni se arrime a la fila. Para ponerse ante la imagen, toca esperar. También conviene llevar intacto el aguante para aparcar en las inmediaciones de un templo que habitualmente está en medio de la nada y tal día como este, en Sanabria, se sitúa en el epicentro de todo.

Para evitar el jaleo con los coches, lo mejor es ir a pie. Lo hacen algunos desde Triufé; otros, desde Puebla; y hasta de más lejos, de Galende o de Vigo. Por devoción o por tradición. Lo que a cada cual le sale del cuerpo. Hay quienes ya no tienen físico para tanto, pero sí para cumplir con los mínimos del día. Por los aledaños del templo se ven mujeres con andador, hombres en asientos y otros vecinos con más romerías a sus espaldas que el que inventó la noria.

Algunos también veteranos enseñan a los nietos de qué va el primer domingo de octubre por estos lares mientras los muchachos miran de reojo a las columpios y a las colchonetas. Por suerte para ellos y para los familiares, ahí no hay mucha cola. Para encontrar largas esperas, más allá de la citada de la Virgen, hay que acudir a dos puestos: el del pulpo y el de los churros. Facturaciones de las de los buenos tiempos. Algo tendrá el agua cuando la bendicen. Y más en un sitio como este.

Más moderada es la cola para las almendras, las nueces o las avellanas, que también son tendencia. Como los productos del huerto que aparecen cerca de los puestos de calzado. O de cacharros. O de utensilios difíciles de ubicar en una sola categoría. En la parte del textil, un hombre grita para que la gente se pase: «¡Todo de Ágatha Ruiz de la Pradera!». Al lado, el tipo de los edredones aclara que solo le queda el modelo de turno en gris o en verde. Un mercado en plena ebullición, vaya.
Ya cerca de la una de la tarde, el sonido de las campanas que anuncia la misa principal se mezcla con la música de las atracciones. No pega mucho, pero define bastante lo que es la romería de los Remedios. La devoción a la patrona y el jolgorio por todo el entorno. Ahora, queda esperar otro año para vivir la diversión en el lugar que une a los sanabreses y pedirle a la patrona que los doce meses que asoman traigan menos castigo y más alegría. Por ser más claro, menos fuego y más trenes.
