Miércoles, puerta de la Ciudad Deportiva. Van a dar las seis y empiezan a arremolinarse los chavales que acuden a practicar algún deporte. Predomina un color, el azul del CB Zamora. Pantalón corto, camisetas sin mangas y un balón de baloncesto completan el «outfit». «Esto, hace unos años, era impensable». La mayoría reconocen a dos de los protagonistas de este reportaje. Uno, Carlos Arranz, es además profesor de los más pequeños y otro, Toni Naspler, es una de las personas que han conseguido aficionar a los pequeños al basket. «En mis tiempos al baloncesto no jugaban tantos niños. Es una alegría ver esto y lo que han conseguido estos jugadores», dice el tercer protagonista de la conversación, Luis Alonso, un histórico del club, Luisón para quienes lo siguieron, primero como jugador, después como entrenador, siempre ligado al club.
Los tres son representantes del pasado, presente y del futuro del Club Baloncesto Zamora, que este año encara su segunda temporada en Primera FEB con el reto de mantener la categoría y sin renunciar a nada. Lo hace con una plantilla renovada y con la intención de competir «de tú a tú» con quien se ponga por delante, apunta Naspler solo unos días después de conseguir la primera victoria a domicilio del curso, en Cantabria. «Quedan muchos entrenos, que las piezas acaben de encajar y que el equipo se asiente, pero me gusta mucho la plantilla», apunta el base, ya desvinculado del Manresa y que encara su cuarta temporada en Zamora.
Pero esta entrevista no va de eso, o no solo de eso. Va del club, de cómo ha cambiado y, sobre todo, de cómo ha logrado implicar a la ciudad. Los tres protagonistas han conocido, cada uno desde distintas perspectivas y en distintas etapas, la evolución del club desde los noventa hasta hoy. «Era todo muy amateur, muy familiar. Yo recuerdo cuando nos entrenaba Gerardo, llegaba un periodista y se ponía a hablar con él en mitad del entrenamiento. Lo ves ahora y quizás era demasiado amateur, aunque entonces no nos parecía mal. Pero lo ves ahora… En las categorías inferiores hay preparadores físicos, fisios… cuando nosotros no lo teníamos ni en el primer equipo. Había alguna persona que venía un rato, cuando podía, y nada más. Y para tener algún fichaje de renombre, como Gerardo tenía contactos en Madrid, a lo mejor fichaba a gente que venía el viernes, jugaba el sábado y se volvía a Madrid toda la semana», rememora ahora Alonso.
Poco a poco han cambiado las cosas desde entonces. En la etapa de Luis como entrenador, cuatro temporadas en Liga EBA, se decidió que el equipo estuviera compuesto básicamente por jugadores de Zamora con «tres o cuatro fichajes» más seleccionados y comprometidos. «Ya había preparador físico, era algo un poco más profesional», aunque los entrenamientos eran a veces criminales. «Siendo jugador hemos tenido entrenos de empezar a las once de la noche y salir a la una porque éramos el último equipo de la ciudad en elegir, y nos tocaba cuando el resto habían terminado». Ahora todo es distinto.
Toni Naspler y Carlos Arranz asisten a la conversación que relata otra época en el mismo sitio. Las cosas han seguido cambiando en los últimos años, quizás a una velocidad más grande que en los pasados. De esta etapa ha sido testigo el base catalán, que aterrizó en Zamora en septiembre de 2022, una ciudad que «entonces no se conocía en el mundo del baloncesto». «Cuando dije en Manresa que me iba a Zamora los compañeros no sabían ni dónde estaba», recuerda Naspler. Y va más allá. «El año del ascenso, los de la Conferencia Este no sabían nada de Zamora, nos hicimos respetar». Hace tres años Naspler encontró «un club familiar con buenos cimientos que quería dar pasos para llegar arriba pero que todavía no tenía los suficientes medios». Económicos, se entiende, porque en la temporada 2022/23 había solo un fisio que «ayudaba dos tardes por semana» y un preparador físico de Salamanca que también venía algunas tardes. «Ahora tenemos gente que nos controla las cargas, cada entrenamiento, para poder rendir más», apunta.

No se ascendió en la primera temporada de Naspler en Zamora, sino en la segunda, pero sí fue en la primera en la que el equipo de verdad se creyó que podía dar el salto. «Hicimos un buen grupo de jugadores nacionales… y Evan Yates, que nos hizo hacer una segunda vuelta increíble» y soñar con el ascenso. Y el trabajo de Saulo, claro. «Cuando empezamos ese año mal, que fue mal, nos decía que confiáramos, que teníamos nivel para competir, que iba a llegar gente que nos iba a ayudar». Fue Evan. «Nos dijo, mirad, así es como se juega al baloncesto profesional. Lo que ponía Saulo, su juego y lo que hacíamos el resto… así ganábamos los partidos. Teníamos al mejor jugador de la liga».
En el apartado de las jóvenes promesas está Carlos Arranz, que ya ha debutado con el primer equipo, que entrena a uno de los equipos infantiles de la escuela del CBZamora y que ambiciona tener continuidad con los mayores. Una tarea complicada, reconoce, porque la profesionalización del club obliga a hacer, con el presupuesto disponible, el mejor equipo posible para competir en la mejor categoría posible. Atrás quedaron aquellos tiempos de «un equipo con jugadores de Zamora», lo que no quita para que las jóvenes promesas sueñen con llegar a jugar en la primera plantilla. «Puede ser que antes fuera más sencillo llegar, debutar y tener cierta continuidad, pero el premio ahora es mucho más grande», asegura Arranz. Exige, eso sí, un trabajo mucho más intenso.

Que la gente se ha enganchado al equipo se ve en la calle pero sobre todo en el pabellón. Luis Alonso recuerda en su etapa de jugador, con menos opciones por la tele y con el baloncesto de moda por la eclosión de la NBA, un pabellón lleno. «Lo que se ve ahora, nosotros lo llegamos a tener. La gente estaba enganchada». Pero se fue perdiendo. La etapa en EBA fue dura. «Doscientas, trescientas, cuatrocientas personas» en las gradas. Pero el equipo siguió dando pasos. Naspler, en sus primeros partidos, recuerda «a no más de 500 personas» en los asientos del Ángel Nieto, prácticamente todos en la zona de Tribuna. «Venía menos gente que ahora, claro».
Cambió la cosa en la temporada del ascenso, empezada ya la temporada, con la racha de muchos partidos ganados y un equipo que enganchó. Y reventó en la final de la Copa LEB Plata contra Cartagena, con el pabellón lleno hasta la bandera. «Desde entonces hasta ahora ha venido mucha más gente, ahora es una gozada ver el pabellón en los partidos», celebra Naspler, que acaba la charla con una anécdota. «El primer año que vine caminaba por la calle y no me conocía nadie. Al segundo año, el primer día de llegar, fui a cenar con Peris y con Shelist a la calle Herreros y, cuando íbamos por Santa Clara, nos pararon varios grupos de personas, padres con sus niños, que nos reconocían y me dijeron que qué bien que siguiera un año más». Ahora la presencia de los jugadores, «Paustke aparte, porque todo el mundo le mira», son rostros reconocidos en las calles de Zamora.
«Ayuda mucho una cosa, y es que estos chavales son muy cercanos. Cuando tienen que ir a un colegio, a participar en lo que sea, a hacerse una foto, allí los tienes. Eso hace afición». Que no cambie.