La Noche Blanca del Románico de Zamora tiene que arrancar a las ocho. A las ocho menos cinco comienza a llover. Otra vez. Como en una maldición. Dos ediciones, dos borrascas para un evento que precisa de un tiempo amable para funcionar correctamente. Enseguida, se activa el plan B. El primer concierto, el de Marilia en la Fundación Rei Afonso Henriques, pasa del ábside al interior. Lo que estaba previsto en el mirador del Troncoso se mueve al Centro de Interpretación de las Ciudades Medievales. Rápido, que el reloj aprieta.
Así empieza la crónica de una noche que empezó torcida y terminó enderezándose; la historia de seis horas en las que la ciudad acogió 27 actuaciones y abrió las puertas de más de veinte espacios y monumentos al público. De eso va una cita que se estrenó en 2024, bajo una lluvia inmisericorde, y que en este 2025 vio cómo el agua se asomaba para descuadrar solo el inicio. Después, el asunto discurrió con el estrés propio de ese pim pam pum de eventos, pero según lo previsto. Todo acabó con Dulzaro sobre el Puente de Piedra, pero antes pasaron más cosas.

Volvamos al principio. Fuera, llueve y hace un viento desapacible. A las puertas de la FRAH, algunos se rinden y regresan; otros aguantan y tienen premio. Hay hueco para ver a Marilia, la mujer que hasta hace 25 años era la mitad de un dúo llamado Ella Baila Sola. Locura nostálgica, por supuesto. Y grata impresión generalizada. La cantante da lo que la gente pide: Cuando los sapos bailen flamenco, Amores de Barra y tablas para encandilar. A los asistentes se les olvida el agua.
Lo cierto es que, de salida, la borrasca ya se va evaporando. Desde la base de la cuesta de Pizarro, brilla iluminado con una luz violeta el Centro de Interpretación de las Ciudades Medievales. Todavía, la única alternativa viable para Huckleberry. Las vistas son privilegiadas; el calor, intenso. Pero está lleno. En realidad, como todo. También es el sábado de La Ventana o de las foods trucks en Viriato, así que por el centro, sobre las nueve, hay que pasear con paciencia o de perfil.

Siguiente parada: uno de los lugares esperados. Como en un Domingo de Resurrección, pero sin churros y con música. La casa de Antonio Pedrero. El artista, que abre las puertas de su hogar en cada despedida de la Semana Santa para agasajar a la gente, presta esta vez su patio al pie de San Ildefonso para que la vecindad entre y contemple la parte baja de su propiedad. También para que cantantes como Cacia tomen el lugar como escenario. Y, claro, eso se convierte en un desfile social.
Básicamente, todo el mundo quiere ver la casa y muchos pretenden saludar a Antonio, que responde afable. También sus familiares:
– Qué memoria tiene tu padre…
– Sí, mi padre con eso sin problema.
– ¡Antonio, te voy a saludar! Hacía mucho que no te veía. Estaba recordando antaño cuando veníamos…
– Sí, los años pasan para todos.
Y así centenares de conversaciones mientras Cacia sortea gente, abre una maleta, dispone todo, se agobia un poco y al fin canta. En el patio no cabe un alfiler. Muchos tratarán de ir desde allí a la casa de Agustín García Calvo, donde toca la Milker Band en formato dúo. Lo que pasa es que cuesta estar en todo. Nadie cumple con todas las misiones en esta yincana. Conviene escoger, tomárselo con calma y asumir que el 27/27 es una utopía.

En ese rato, ya despejado y con estrellas, empieza la vorágine: Santiago de los Caballeros, el archivo, el Etnográfico, la Encarnación, el Troncoso, Santa María de la Horta… En cada espacio, una actuación. Y alguna más. Por ejemplo, en Semuret, donde asoma la poesía entre la reja. Más tarde, casi sin buscarlo, uno se topa con Miguel Álvarez en Balborraz. Suenan Los Secretos. Un tramo más allá, alguien en la puerta dice que no cabe nadie para ver a Víctor Aliste en San Ildefonso. Ni lo intente otra vez en casa de Pedrero con Shuarma.
Miguel Fraile en Olivares también tiene lleno, así que alguna gente aprovecha para ver las aceñas de Olivares. Incluso, gente de Zamora que desconocía este recurso y que comprueba que, si se gira hacia la margen derecha al final de la pasarela, tiene ante sí una estampa particular de la Catedral de la ciudad, una distinta de la que podrán ver, minutos más tarde, quienes acudan a ver a Dulzaro. Se viene el cierre en el Puente de Piedra.

El parte meteorológico dice aquí que el agua se ha ido, pero que el frío sube por el famoso pretil. Chaquetas por doquier. Algún abrigo entre los más exagerados. El artista va a tocar a ras de suelo, de la mitad del monumento hacia la margen izquierda. Por allí se va amontonando la gente. En plano cenital, parece el pelotón de una vuelta ciclista. Los hay quienes renuncian a ver y aceptan escuchar sentados a la brigada. Otros se asoman. Ya pasa la una y cuarto. Aparece el último artista. La noche empezó bajo la lluvia y va a terminar sobre el agua.