En una parcela amplia, al pie del recinto ferial de San Vitero, se ven, ya desde lejos, muchas camisetas llamativas, unas cuantas cañizas metálicas, algunas cabras y muchas ovejas. No hace falta contarlas una a una para saber cuántas. Ya lo dicen sus dueños: «Más o menos 3.000». Si uno se aproxima desde fuera sin saber de qué va el asunto tardaría un rato en entender la mecánica. Por allí va uno conduciendo a un animal por la pata hacia un chiquero; por allá va otra mujer que evita que un par de ellas se cuelen hacia donde no deben… En definitiva, conviene dar contexto.
Y el asunto es que, en esa parcela, hay animales de cuatro dueños diferentes. Lo que ocurre es que todos los ejemplares han compartido el verano en Sanabria, en los pastos, como lo hacen cada año cuando llega el calor y Aliste se seca. Suben juntos y bajan juntos de la mano de los pastores trashumantes. Ahora, cuando llega la hora de marchar cada cual para su pueblo, toca separarse. Y así es el proceso de división: en San Vitero y como parte de la feria que se organiza al abrigo de este retorno.
Claro, alguno se preguntará: ¿Cómo sabe cada ganadero cuáles son las suyas? Casi sería de concurso que las reconocieran solamente por la pinta, aunque alguno andaría cerca de completar su rebaño a ojo. Para hacer la faena más fácil está la mela, una señal pintada sobre la lana de las ovejas y que constituye, de alguna manera, el sello de cada familia. Las camisetas llamativas citadas antes tampoco tienen un color escogido al azar. Cada cual lleva la del pastor al que viene a ayudar.
En esa ropa también aparece la mela de cada cual y, generalmente, el nombre de la familia. Y como a la gente le resulta curioso, quiere ayudar al vecino o se siente atraído por la tradición, pues los hombres y mujeres de colorines son muchos y corretean tras las ovejas para agarrarlas por la pata y moverlas hacia el chiquero que les corresponde. No se hace en un momento. A veces se requiere paciencia. Pero se hace. A la hora de ir a comer el arroz, cada ejemplar está donde debe.
El ganado dormirá allí esta noche y se irá de mañana rumbo a El Poyo, a Pobladura o donde le corresponda. Antes, los ganaderos, que han entrado con sus ovejas por mitad del pueblo y entre la multitud, echarán un día más o menos festivo en la feria creada para honrar precisamente a los pastores y a la trashumancia, un oficio y un estilo de vida con un número de adeptos decreciente, pero que se sujeta todavía por Aliste.
La parte gastronómica
Los vecinos de San Vitero y de la contorna van a ver las ovejas, pero también a disfrutar del programa paralelo. Ya en el ferial propiamente dicho corren los pinchos y el pulpo, vuelan las cervezas y se escurren los euros si uno se descuida. Cuesta resistirse a comprar la miel, el queso azul, el embutido, las empanadas de morcilla, de chocolate o de lo que toque en el puesto de enfrente. O hasta los tomates y los pimientos que exhiben pinta de temporada.
Luego llegarán la música y el baile. Alguno más tradicional y otro más moderno. Para quien quiera la jarana sea como sea, tocará combinarlos. Los que la echen larga también tendrán que cuidarse del sol. Hace calor en San Vitero; el día es luminoso, pero todavía quema. Aún así, ya de salida, uno de los negocios que más despacha es una pequeña churrería. Parece que los que se van aún tienen ganas de un poquito más.
