Enfoque Diario de Zamora
  • Zamora
  • Pueblos
  • Benavente
  • Toro
  • Castilla y León
  • Firmas
  • Otros enfoques
Enfoque Diario de Zamora
sábado, 6 septiembre, 2025
  • Zamora
  • Pueblos
  • Benavente
  • Toro
  • Castilla y León
  • Firmas
  • Otros enfoques
Enfoque Diario de Zamora
Enfoque Diario de Zamora
  • Zamora
  • Pueblos
  • Benavente
  • Toro
  • Castilla y León
  • Firmas
  • Otros enfoques
Firmas

Los salvajes del Oeste. Una historia real

No había duda: ese pueblo era de los aborígenes, y así marcaban el territorio, como los animales que cagan las piedras para dejar su rastro

por Manuel Iglesias 06/09/2025
Manuel Iglesias 06/09/2025
FacebookTwitterLinkedinWhatsappThreadsBlueskyEmail
241

A mediados de la década de 2000, unos padres compraron una casa antigua en un pequeño pueblo de Castilla cercano a su casa en la capital. En ella encontraron el sueño de poder levantarse cada mañana para esculpir, dibujar y transformar el espacio en algo suyo. Él encontró decenas de rincones que tallar y colorear; ella, enamorada de las plantas, transformó lo que había sido una pradera llena de basura y destinada a nada en un jardín exuberante. Su gusto estético, que hasta entonces apenas se insinuaba en los tiestos raquíticos de la casa familiar en la ciudad, se desplegó en todo su esplendor. Entre los dos, y con un trabajo incansable, convirtieron una granja medio derruida —conocida por los locales como la casa de Emiliano— en lo que parecía una villa romana.

Ni los padres ni la familia guardaban lazos con el pueblo, y pronto la condición de forasteros empezó a traer sucesos, muchos de ellos desagradables. Una de las paredes que lindaba con la casa vecina tenía un aspecto ruinoso. La madre pensó en plantar un pequeño seto que ocultara aquel muro y, con cuidado, se informaron sobre las distancias legales para evitar problemas. Qué ingenuos. Al poco tiempo llegó una denuncia que, al ser revisada, presentaba fotos hechas desde el interior de su propiedad: el denunciante parecía haberse colado en su casa, allanado su villa. Para evitar conflictos, accedieron a trasplantar aquellos setos, y les dijeron a sus hijos que nunca regasen cerca del muro ruinoso. Sin embargo, el vecino no quedó conforme.

Meses más tarde, en el jardín apareció un gato muerto, sin duda arrojado desde el exterior. El pobre animal yacía junto al seto, que semanas más tarde comenzó a marchitarse, y con él todas las hierbas de su alrededor. Un cerco marrón mató a toda planta que estuviera a menos de metro y medio del seto. La familia calló. No era su pueblo, y no quería problemas.

Durante los siguientes meses, el padre y la madre continuaron adecentando el lugar, mientras el hijo menor comenzó a intentar conocer a los muchachos del pueblo. Él tenía amigos en la ciudad, pero cuando salió a jugar con los chicos del pueblo no pudo creer que aquel lugar solo estuviera a quince kilómetros de su casa. Los chicos y chicas de su edad parecían mucho mayores. El hijo pequeño jugaba todavía con sus coches de juguete y construía con el Exín castillos, mientras los del pueblo apedreaban animales, se reían y explicaban cómo meter petardos en el orificio anal de un gato, a la vez que bromeaban sobre cuántos litros de ron bebían durante las fiestas patronales. Lo intentó dos veces y se rindió; fue la primera vez que entendió que las cuatro paredes de la villa que sus padres habían construido eran un lugar más seguro.

Meses después, una amiga de la familia encontró un pequeño gatito de pocos días. Por aquel entonces, la familia pasaba por una mala época y decidió hacerse cargo del pequeño animal. Lo llamaron Lolo, y mientras el hijo pequeño comenzaba el instituto y se daba su primer beso, el gato comenzó a marcar con orina las paredes de la casa de la capital. La madre fue tajante: Lolo pasaría sus celos en el pueblo, donde se distraería con otras gatas y, una vez desfogado, volvería a casa, en la ciudad. Lolo solo pudo disfrutar de dos celos en el pueblo. Tras un par de meses, desapareció para siempre.

Semanas después, en el instituto, el muchacho escuchó a un compañero, que resultaba ser vecino puerta con puerta en el pueblo, presumiendo entre risas de haber matado a un gato negro. Nunca supo si aquella confesión era una provocación directa o simple maldad; tras sus intentos de hacer amistad en el pueblo, no era capaz de distinguirlo.

La casa era enorme y estaba repleta de pequeñas estancias otrora cuadras, gallineros y pajares que fácilmente podrían haberse usado como decorados de una serie. Sin embargo, la familia abrió muros y paredes, aprendió a dar plano en las estancias y consiguió que el aire ruinoso y un poco inquietante de las diferentes zonas quedase disimulado. Las estancias que eran demasiado costosas de arreglar se cerraron hasta que llegase su momento. Ese era el caso del pajar, un espacio alto y diáfano lleno de basura que tenía una ventana que daba a la calle. Justo debajo, un carromato permanecía aparcado de tal manera que cualquiera, apoyándose en él, podía acceder a la estancia y a la casa. Así pues, el padre se dispuso a buscar al dueño y explicarle la situación. Lejos de encontrar comprensión, se enfrentó al paisano y tuvo una desagradable discusión que culminó con nada. No había duda: ese pueblo era de los aborígenes, y así marcaban el territorio, como los animales que cagan las piedras para dejar su rastro.

Y hablando de heces, uno de los episodios quizás más cómicos de la historia familiar en el pueblo fue aquel en que, día tras día, la madre limpiaba los desechos de la parte derecha de la tenada de la casa. Todos los días, junto a la puerta, un mojón de grandes proporciones aparecía siempre flanqueado de un poquito de orín. La madre leyó que, si dejabas una botella de agua junto a la puerta, los animales dejaban de orinar. Luego probó con azufre —hoy creo prohibido—, pero nada: el pastel y el chorrito, allí estaban. Los horarios y días en que la familia aparecía por allí solían repetirse, por las tardes de cinco a nueve y los fines de semana. Sin embargo, el hijo mayor había comenzado a montar en bici más en serio, y pensó, un martes, en acercarse al pueblo con ella. Llegando ya, bajando la carretera que discurre entre campos de maíz y girasoles, atisbó una forma agazapada junto a la puerta de la tenada. No era un animal; es más, tenía boina. Era un paisano de cuclillas cagando en su puerta. Avergonzado, el individuo salió corriendo. Desde aquel entonces, y hasta la muerte del señor, la única venganza que tomó la familia fue apodarlo “el cagón”.

En 2020, justo antes de la pandemia, el padre de la familia murió, y la villa romana quedó cerrada durante todo el confinamiento. Allí permanecieron, en un solitario luto, el mural de la Venus, las esculturas, los cuadros y el caballete vacío.

El hijo pequeño —ya adulto por la edad y, sobre todo, por las circunstancias— volvió a la casa en un pequeño acto de rebeldía. Durante los paseos permitidos en el confinamiento conoció a una chica con la que, incumpliendo varias normas estatales, caminó por caminos para visitar la villa romana que había permanecido cerrada durante meses. Al abrir la puerta, lloró al encontrar un vergel como nunca antes lo había visto: caléndulas que pintaban una alfombra naranja, tulipanes amarillos y morados que sobresalían como cabezas vigilantes, margaritas agitadas nerviosas por el viento; en el centro del patio, lo que antes era césped ahora era una pradera de gramíneas y, destacando de
fondo, el mural que había creado su padre brillaba con fuerza nueva. Pasaron la noche allí, y a eso de las tres de la madrugada, unas patitas negras golpearon la ventana del dormitorio que daba a la calle del pueblo. Era una gata, negra y muy cariñosa, a la que llamaron Pichi.

Pichi llegó en un momento muy duro. Las muertes asolaban hospitales y residencias, pero dentro de esas paredes la gata ofrecía consuelo y compañía. Pichi se acercaba a la madre, al hermano mayor y al pequeño, como si fuera consciente de que la familia necesitaba cariño. La gata era mucho más que una mascota para la familia, y así lo trasladaron a sus vecinos del pueblo.

Resulta que la gata pertenecía al vecino puerta con puerta —sí, el mismo que mató a Lolo—. El siniestro chaval había cultivado durante los últimos años algunas condenas por tener perros hacinados en un corral minúsculo, y había convivido en una raquítica casa de no más de cincuenta metros cuadrados con al menos veinte animales diferentes: perros, gatos, aves, reptiles y seguro que más cosas. Hace unas semanas, mientras el hijo menor descargaba cosas del coche acompañado por Pichi, un coche se acercó demasiado rápido por la calle del pueblo y, con un brusco frenado, se detuvo junto a él. El hijo menor agarró a la gata para evitar que la atropellase. Era el vecino y venía muy alterado. Con tono nervioso y agresivo dijo: «Te gustan los gatos, ¿eh? Pues si los quieres, toma, ¡los voy a quitar a todos!».

Desde la vuelta a la normalidad, la madre acostumbra a cuidar de la casa cada dos días. Se da un paseo, quita malas yerbas, riega y, sobre todo, acaricia y se deja acompañar de Pichi, que se roza y cuela entre las piernas para, al final, acostarse junto a ella, cualquiera sea el lugar donde esté. Algunas veces, la casa queda tres o cuatro días desatendida porque hay más cosas que atender que el pueblo y, al fin y al cabo, ya no hay mucha urgencia. Pichi tiene su comedero y todo está tranquilo. Hasta hace tres días, que Pichi no apareció. La madre llama a sus hijos, intranquila, porque es muy raro que el animal, siempre dispuesto a recibir comida y entregar cariño a cambio, no aparezca. El pequeño llega al pueblo y se percata de que no hay ni un solo gato en la calle. Es un pueblo que suele estar repleto. Algo le escama.

Llama a su vecino y le recibe su madre. Con voz nerviosa le pregunta por Pichi y escucha, como quien habla de un objeto, que la gata está muerta y que no sabían de quién era. El hijo se da cuenta de que, en esa minúscula y maloliente casa en la que vivían al menos cinco gatos y dos perros, no queda ni un solo animal. Lo que sí está son los dos comederos en el alféizar de la ventana. El hijo, sin poder controlarse, comienza a llorar y se va a buscar el cuerpo del pobre animal, al que alguien ha tirado dentro del patio de la casa de enfrente.

Hoy Pichi está muerta y la madre repite a sus hijos que la vida hay que hacerla dentro de la villa, dentro de esas cuatro paredes en las que han logrado un vergel sin hacer daño a nadie. En su interior, no deja de torturarse por haber dejado a la gata en la calle, comiendo de cualquier comedero.

Quizás la culpa fue de ellos, la familia de forasteros que llegó a ocupar la casa de Emiliano hace veinticinco años y desde apenas quince kilómetros de distancia a instalar su villa en la España rural. La España vaciada, en gran parte, por vuestra culpa: miserables.

Manuel Iglesias

Zamora, 1991. Geólogo, divulgador y profesor. Ha sido el creador del proyecto divulgativo Todo Esto Era Campo.

También Podría interesarte

Voldemort y el Eurobasket

01/09/2025

Del paraíso

31/08/2025

Saber cerrar el pico

20/08/2025

Síguenos en redes sociales

Facebook Twitter Instagram Email Whatsapp

Lo más leído

  • Un país invivible, un pueblo con el bar cerrado y muchas manos para unir las piezas: el refugio de Ángela y su familia en Villardiegua de la Ribera

    31/08/2025
  • El tiempo en Zamora para mañana domingo: Bajan las temperaturas y podría llover de madrugada

    06/09/2025
  • Un hombre resulta herido grave tras ser apuñalado mientras trataba de atracar un negocio en Olleros de Tera

    01/09/2025
  • El Ayuntamiento exige a Ferrovial la reparación de varios defectos en la obra de Cardenal Cisneros antes de recibir la travesía

    01/09/2025

Enfoque Diario de Zamora

  • Avenida de Alfonso IX, 1. Zamora
  • Tlfo: (+34) 621 35 04 37
  • redaccion@enfoquezamora.com
  • publicidad@enfoquezamora.com

Menú

  • Zamora
  • Benavente
  • Toro
  • Pueblos
  • Castilla y León
  • Deportistas
  • Firmas
  • Última hora
  • Otros enfoques

Aviso Legal

  • Aviso legal
  • Política de privacidad
  • Política de cookies
  • Medio auditado por OJDInteractiva

@2023 – Todos los derechos reservados

Facebook Twitter Instagram Tiktok
Enfoque Diario de Zamora
  • Zamora
  • Pueblos
  • Benavente
  • Toro
  • Castilla y León
  • Firmas
  • Otros enfoques
Enfoque Diario de Zamora
  • Zamora
  • Pueblos
  • Benavente
  • Toro
  • Castilla y León
  • Firmas
  • Otros enfoques