Los comentarios se escuchan estos días en los pueblos afectados y en los lugares que han visto la tierra del vecino arder como quien observa su futuro a través de una bola de cristal: «Ya no hay gente para apagar los fuegos», «antes salían con los tractores y lo tenían controlado antes de que llegaran los bomberos», «ya no hay animales que limpien el monte». Les suena, ¿verdad? Pues, más allá del comentario en el escaño con el vecino o en la terraza del bar, existen estudios que analizan esa realidad que aparece al fondo. Y todos vienen a confluir en la misma idea: existe una relación entre el abandono y los grandes incendios forestales.
Uno de los estudios más recientes sobre el asunto lleva por título «Impacto de la despoblación en los incendios forestales en España: distribución de la escuela primaria como posible indicador socioeconómico». Se trata de un análisis realizado en 2024 por expertos de la Escuela de Montes de la Universidad Politécnica de Madrid que pone el foco en los pueblos sin colegio de la provincia de Ávila, como ejemplo de lugares en decadencia demográfica. A partir de ahí, estudia los registros de sus fuegos en los últimos años.
A grandes rasgos, el análisis señala que la despoblación generalizada en las últimas décadas en España, más allá del caso concreto de Ávila, «ha provocado la invasión de arbustos y árboles en antiguas tierras de cultivo». Además, «los bosques en expansión ahora son más densos que antes y el ganado ya no deambula libremente». El estudio habla de problema medioambiental y de factores que pueden ser «más relevantes» para los fuegos que el cambio climático.
Asimismo, el estudio demanda «una mejor coordinación» entre las administraciones y un cambio de estrategia: «Es crucial que los responsables de la formulación de políticas consideren el vínculo potencial entre la disminución de los servicios esenciales en las zonas rurales y el creciente riesgo de incendios forestales», advierten los expertos de la Escuela de Montes. Lo ocurrido en el verano de 2025 ha sido una forma cruel de respaldar el argumentario de los autores del análisis. Y la previsión es que el riesgo «seguirá intensificándose».
En realidad, durante años, otros expertos han ido incidiendo en ese mismo argumento. En 2009, Antonio Cansinos, ingeniero experto en la rama de biodiversidad, ya advertía de que «la despoblación de las zonas rurales es uno de los factores que influyen en la propagación de incendios». También en un estudio algo posterior de Fernando Molinero, titulado «La dinámica de los incendios forestales en Castilla y León como resultado del abandono y la despoblación durante el último cuarto de siglo» se sigue la misma línea.
En ese mismo documento se puede encontrar una imagen bastante reveladora. Se trata de una comparación entre una foto aérea tomada en 1957 por el vuelo americano y otra captada en la misma zona en el año 2010. Todo, en el término zamorano de Boya, en la zona de Aliste: «En primer plano se notan bien las parcelas longueras cultivadas antaño e invadidas ahora por el matorral hogaño», resume el autor. En los quince años que han pasado, el problema no se ha resuelto.
Los datos demográficos
En este punto, también conviene acudir a los datos demográficos de los pueblos que han sufrido los incendios de 2025. ¿Están despoblándose realmente? La respuesta es contundente: sí. De las 37 localidades evacuadas en los fuegos de Molezuelas de la Carballeda, Puercas, Porto y Castromil, 15 han perdido un 50% de su censo o más solo en lo que va de siglo XXI. Es decir, en menos de 25 años.
En total, las 37 localidades sumaban 5.746 habitantes en 2001. Ahora se sitúan en 3.251. Prácticamente, 2.500 vecinos menos, una bajada global del 43,4%. Los casos más flagrantes se encuentran en Escuredo, que ha pasado de 35 censados a 3 y que ha quedado reducido a la nada poblacional en invierno; o en Cerdillo y Coso, que tenían 30 y 38 empadronados respectivamente en el arranque del siglo y que ahora se sitúan en 11 y 15.
En realidad, de todos los pueblos que han sufrido desalojos, solo Ribadelago Viejo tiene números positivos. A costa, eso sí, de una caída en picado del pueblo nuevo. Lo peor es que hay otras localidades que no sufrieron los incendios en 2022, que tampoco lo han hecho ahora y que presentan los mismos riesgos o parecidos que aquellos que hoy se lamen las heridas. El futuro, a través de la bola de cristal.