19 de agosto, subida a la Laguna de los Peces. Lo que debería ser un recorrido veraniego de vecinos y turistas camino de uno de los lugares más buscados de la provincia es este martes un trayecto de humo, silencio y de sonido de aviones y helicópteros. La carretera por la que debería estar discurriendo un sinfín de coches en busca de una de las mejores vistas del Lago de Sanabria es ahora un carretera cortada al tráfico, sin vida, transitada solo por los vehículos imprescindibles para las labores de extinción del fuego. Sanabria, la que tantas veces se ha dicho que multiplica su población en verano, es desde Galende en adelante una comarca fantasma, sin vida, envuelta en humo, en la que hasta al sol de agosto le cuesta asomar.
La primera parada de la subida está en Vigo de Sanabria, el pueblo al que el incendio de Porto puso en jaque en la noche del lunes y, luego, en la del martes. La lengua de fuego se ha metido ya de lleno en el cañón del Forcadura, el que va de la Laguna al pueblo, y la lucha contra los elementos se mantiene, ya desplegada toda la fuerza del operativo en forma de un carrusel continuo de aviones y helicópteros que descargan agua, agua y más agua sobre tres columnas de humo que se atisban a unos kilómetros de distancia del barrio de arriba. No se ve la llama, pero está ahí.
La tarde se espera difícil y en primera línea el operativo está en guardia. Camiones de bomberos de la Diputación y del Ayuntamiento de Zamora y bomberos forestales de la Junta de Castilla y León mantienen el compás de espera mientras los vecinos, algunos con prismáticos, observan desde abajo a varios hombres que, entre las piedras del cañón, se juegan el pellejo contra el fuego. En el pueblo ha pasado la noche un puñado de vecinos pendientes de la evolución de las llamas, que se preveía trágica y que, salvado el último apretón del viento, se pudo controlar antes de amanecer el martes. En la madrugada del miércoles se han hecho cortafuegos.

«La mañana» del martes «fue fría y quedó las llamas en poco», asegura Jonathan Diéguez, uno de los vecinos que ha pasado la noche en el pueblo, en guardia. Conversa con otro, José Ramos, en la parte de abajo del pueblo, la más segura. Y coincide en el diagnóstico con los vecinos de más arriba: «Esto es por no haber parado el fuego cuando hubo que pararlo», donde arrancó, en Porto. En el pueblo, dicen, se temían que esto pudiera pasar cuando vieron el aire que venía tomando el incendio, iniciado el jueves, que avanzó por la sierra hasta Peces y, de ahí, para los cañones, poniendo en riesgo a los pueblos. El del Tera, a Ribadelago; el del Forcadura, a Vigo.
«El viernes subí» a la Laguna «y ya se veía el humo», asegura Diéguez. El sábado se veía más y el domingo, cuando llegaron los bulldozers para proteger la zona, «ya era tarde». El lunes las llamas corrieron como la pólvora espoleadas por el viento y por la ausencia de medios aéreos de extinción, que no pudieron volar por falta de visibilidad. Solo el frío que en Sanabria hace en las noches de agosto ha sido capaz de sujetar un fuego que estaba fuera de la capacidad de extinción del operativo. La naturaleza por encima del hombre, otra vez. Vigo se preparaba el martes para otra noche en vela, esperando al frío de las madrugadas, ese que tanto se vende fuera de la comarca como uno de los intangibles de la zona y que ahora es una de las grandes esperanzas del pueblo. Sanabria agarrándose a su idiosincrasia.

Más arriba, San Martín de Castañeda es un pueblo fantasma. Solo un grupete de vecinos rompe el silencio, seguramente organizándose para recorrer la sierra en busca de focos del incendio a los que poder meter mano sin tener que recurrir a un operativo que, a veces, tarda demasiado en arrancar. No hay nadie en las calles, las ventanas están cerradas y apenas si se ve el Lago. El mirador de la salida del pueblo, un lugar privilegiado, ofrece una fotografía velada que nadie busca. Se oye a los medios de extinción cargar agua, pero apenas se les alcanza a ver. Para no sentir todo el peso de la situación lo mejor es no mirar.
A medio camino entre San Martín y la Laguna de Peces, José Prada vigila su rebaño, de 20 caballos y unas 150 vacas, y echa un ojo de paso a los animales de otros vecinos del pueblo, cuya cabaña pasta en extensivo en estos montes. En verdad, no justo en estos, sino en otros de más arriba, donde hay más agua, el pasto es más verde y donde los animales pasan los meses de más calor del año. Prada subió a por sus vacas y caballos el sábado por la mañana, horas antes de que el operativo decretara el nivel 2 para el incendio de Porto. «Esto se veía venir», asegura el ganadero, también vecino de Vigo, en la línea de lo que opinaban sus paisanos de más abajo.

Esperan ahora meses complicados. Los caballos se apañan, pero las vacas no comen porque el pasto está seco. «No hay alimento aquí abajo y va a haber que seguir bajando. Pero lo peor es el agua. Aquí no podemos subir agua para 150 vacas, a ver cómo nos apañamos ya este año…» se lamenta el ganadero. Prada tuvo que ir a buscar su ganado «por caminos», reconoce, porque los cuerpos de seguridad no le permitían la subida a partir de San Martín de Castañeda. «Han sido», dice, «muy estrictos», aunque reconoce que «es normal visto como estaba el tema». Desde donde se encuentra ahora, en medio del monte, fue testigo el lunes del avance del fuego. «Corría el fuego mucho, mucho. Fue tremendo. En media hora corrió dos kilómetros, no había manera de pararlo, hacía lo que le daba la gana», recuerda.

Desde ahí, donde está el ganadero, hasta la Laguna el recorrido está salpicado de animales. Unos han bajado de la mano de los ganaderos, otros lo han hecho como han podido asustados por el fuego. Unos están en mejores zonas, otros tienen apenas unos metros de terreno sin quemar bajo sus pies. Y es que los tres o cuatro últimos kilómetros de carretera hasta la Laguna de los Peces ofrecen a ambos lados un panorama desolador. Lo verde ya no es verde, es negro. El humo se va imponiendo conforme se ganan metros de altitud y deja al final un paisaje lúgubre y un aire irrespirable. En torno a la Laguna hay varios focos prendidos, el humo deja ver solo unos pocos metros, el agua es gris y su entorno es negruzco. El paisaje que toda Zamora tiene en mente no está esta vez al final de la carretera. Volverá, pero ahora no está.
La carretera acaba en un lugar que, si ya forma parte del imaginario colectivo de la provincia, es ahora el ejemplo perfecto de las desastrosas consecuencias de once días consecutivos en los que el fuego ha sido protagonista en la provincia. La zona está negra como Molezuelas de la Carballeda, como Cubo de Benavente, Ayoó de Vidriales, Abejera, Riofrío de Aliste, Mahíde, Porto… Es el mismo negro, aunque este quizás sea algo más simbólico.
