La gente de la localidad se une ante la amenaza del incendio para desbrozar los accesos y permitir así una hipotética entrada de las carrocetas para batallar contra las llamas
En la tarde del lunes 18 de agosto, Sanabria casi puede masticar el humo. Desde luego, lo ve y lo sufre en los ojos, en el olor y en el miedo que trae de la mano. Desde las playas del Lago no se contempla el horizonte de siempre. No es que esté quemado por el incendio, es que hay que imaginárselo detrás de una densa cortina que lo cubre todo. Camino a Ribadelago, esa niebla procedente de las llamas no se va. Tampoco el temor. Dicen que el fuego va ahora en otra dirección, pero nadie se fía por aquí. No hace falta ni mentar las desgracias que arrastra el nombre del pueblo.
A pesar de ese panorama, en la zona vieja, la castigada por aquella catástrofe de 1959, la gente no se mete en casa. Tampoco se marcha. Si uno avanza por sus calles hacia las afueras, cruza la estatua de la memoria y sale a un paraje conocido como La Cañada, puede ver dónde está el vecindario a eso de las seis de la tarde. Son diez o quince coches, unas cincuenta personas. Todas a una, en un trabajo preventivo común por si llega el fuego.

Los vecinos se avisaron por las redes y por el boca a boca: algo hay que hacer, que la zona está muy mala. Y se pusieron manos a la obra: «Estamos intentando hacer un cortafuegos, limpiar por si tuviese que entrar la carroceta y alejar lo más posible la maleza del camino», explica uno de los hombres que está metido en la jera. Su nombre es Alfonso Fernández. Y tiene el asunto claro: «Puesto que no lo hace quien lo tiene que hacer, nos ha tocado juntarnos a la gente del pueblo y limpiar un poco aquí la zona», señala.
Para Alfonso, no queda otra. Ya había estado echando una mano en San Martín de Castañeda un rato antes, pero no le dejaron subir donde iba. Aquí si tiene permiso. Y actúa: «Ahora tenemos suerte porque el aire está llevando el fuego para allá, pero tenemos un problema muy gordo. Si no es este año, puede ser el que viene», señala el vecino de Ribadelago, que entiende que el abandono les golpea. «Si en Porto hubiesen mandado los mismos medios que a San Martín, no habría llegado nunca», opina.

Pero ha llegado. Y amenaza. «Ya no es el dinero que se pierde, es la gente. Personas que llevan aquí una vida entera y a las que tampoco les puedes decir: no pasa nada, te jodes y que arda», reflexiona Alfonso, que insiste en un mensaje que va calando por aquí y por el resto de la provincia: «Si no lo hacemos nosotros, no lo va a hacer nadie». La opinión con trasfondo crítico nace de la experiencia: «Llevamos años pidiendo que la sierra tenga accesos mejorados tanto a pie como en coche. Pero no los quieren hacer», recalca.
Eso ha provocado, por ejemplo, que «esta mañana en Peces hubiera una carroceta parada porque no tenía acceso». Para Alfonso y la gente es un suma y sigue. Pero no solo protestan, también desbrozan. Son tantos que, a pesar de la amplitud del terreno, avanzan rápido. Otro de los vecinos se da la vuelta antes de que la prensa se marche y lanza: «Pero contad la verdad, dadles caña». Luego se cuela otra vez en el terreno y sigue retirando hierba.
