Son poco más de las once de la mañana de un miércoles de diario. Primeros de agosto en la gasolinera de Repsol de la N-631 a la salida (o a la entrada, depende de dónde se venga) de Otero de Bodas. Llama la atención el jaleo. Hay cinco coches repostando o esperando para ello, más que surtidores hay disponibles, así que hay cola. En el aparcamiento de un poco más adelante hay parados otros cinco coches, otro más revisa la presión de los neumáticos y un último vehículo espera su turno para hacer lo propio. Doce coches, en total. Un repaso rápido a las matrículas (aunque ya no tengan las letras de las provincias, los cartelitos de debajo ayudan bastante a saber la procedencia) indica que más de la mitad son coches andaluces. Uno es valenciano, otro es extremeño y uno más, catalán. Quedan dos que en los que el portamatrículas decorativo incluye publicidad de talleres de Zamora. No es complicado pensar que se trata de los coches de los dos trabajadores.
Dentro hay trajín y lo atestigua la plantilla. Durante el resto del año, asegura la joven que atiende a la clientela sin parar de caminar de un lado para otro, hay en esta gasolinera una persona que se encarga de todo y que tiene un trabajo, en general, tranquilo. En verano la cosa cambia, hace falta una persona solo para repostar a los coches que van parando y otra que se encargue de cobrar y de atender en el pequeño bar que hay en el interior. La plantilla se dobla pero la jera se multiplica de forma exponencial. «Es lo que tiene el verano», apunta la joven mientras arranca un décimo de Navidad de los que hay expuestos en la pared y se lo da a un hombre que, como pronto, volverá por aquí el año que viene. La mayoría, indican en el establecimiento, son gente de paso.

El de la gasolinera es solo un ejemplo de lo que sucede en la carretera Nacional 631 en Zamora durante los meses de verano. La carretera está durante estas semanas concurridísima. Al tráfico habitual, que ya es intenso para tratarse de una provincia como esta, se le suman los zamoranos que van y vienen a pasar el día al Lago de Sanabria y, sobre todo, las miles de personas que desde Andalucía y Extremadura suben a pasar sus vacaciones a Galicia. El camino más corto es por aquí, y eso se nota.
Desde La Encomienda hasta Rionegro del Puente se percibe más ambiente en los negocios. En Pozuelo de Tábara los locales anuncian menús y por la nacional cruza un goteo incesante de gente con bolsas que, en invierno, ni está ni se la espera. Pero el trajín se nota más en Tábara, punto de parada para muchos viajeros. Fernando Fresno es el encargado del bar Scriptorium, el que está junto a la iglesia, el primero que ven los viajeros que quieran parar a estirar las piernas, tomar un café y llenar algo el estómago. En el Covirán de enfrente acuden, junto con los vecinos, los que prefieren la clásica botella de agua y aprovechar la parada para dar un paseo rapidísimo por el pueblo. Pero, por suerte, siempre queda gente que prefiere los bares.

«Vivimos durante estos meses de los viajeros, sobre todo, más que de la gente del pueblo», asegura Fresno, que como en casi todos los negocios de la Nacional ha tenido que ampliar plantilla para dar cobertura a las necesidades estivales. Tábara empieza precisamente ahora su semana de fiestas, que durará hasta pasado el 15 de agosto, pero la llegada de los vecinos emigrados, indica el dueño del bar, cada vez se retrasa más. Será porque los padres, que son los que de verdad llaman, más que el pueblo, van faltando. Será «que la gente se casa y ya tiene dos pueblos a los que ir y hay que partir las vacaciones». O será que la playa gana terreno. «Pero se nota que hay menos gente que vuelve si lo comparas con lo que había hace unos años». Así, lo que queda para el negocio son los viajeros.
No hay más que tomar un café para darse uno cuenta de que la clientela es foránea. En los bares, al cliente habitual se le trata de una manera y al ocasional, de otra. Viene a ser ley. Como viene a ser ley que, si se pide una tostada con tomate a las once de la mañana, es del segundo grupo y no del primero. «A esta hora nosotros ya tenemos de normal sobre todo trabajadores», asegura el dueño. No hay más que mirar para percibir que el ambiente es más relajado. El propio del que va de vacaciones o del que baja a desayunar a un bar sin que le agobien las obligaciones del día a día. «Agosto es un mes muy bueno. A partir del 15 ya empieza a bajar algo, pero es muy buen mes. En septiembre ya se nota la bajada».

Unos kilómetros más al norte, en Otero de Bodas, Eduardo López vive una jornada parecida. Atiende a la gente de la terraza, a los (pocos) habituales que casi a mediodía pasan por el local y a los muchos veraneantes y gente de paso que en ese momento se sienta en las mesas del Bar Olimpia. Se ve que el ritmo es más alto, y eso que es un miércoles normal y las fiestas del pueblo, «los días de más gente del año», ya pasaron. «Durante estos días nos viene mucha gente que no es de aquí, que para un poco y luego sigue su camino. Sobre todo son eso, viajeros. Gente que viene a pasar estos días al pueblo hay, pero vienen menos», razona el camarero en un leve alto en su jornada, mientras pone un par de cervezas a una pareja de mediana edad y aclara con el trabajador de las máquinas tragaperras la recaudación de los aparatos. «Estoy ahora solo y como ves no me sobra el tiempo», añade.
El tráfico aumenta
En Tábara, donde puede localizarse uno de los puntos más concurridos de este tramo de Nacional, la Dirección General de Tráfico reporta un tránsito diario de 2.324 coches de media, según los datos del año 2023, que son los últimos disponibles. La mayoría de los coches son turismos y se registra el tráfico de unos doscientos camiones al día. En los diez minutos que dura un café frente a la plaza de Tábara, justo donde el bar de Fernando Fresno, han pasado en uno u otro sentido 40 coches, lo que da, extrapolando, unos 240 a la hora. «Y pasan más por la mañana y por la tarde», dicen en el bar. No hay cifras concretas de agosto, pero seguro que dejan en nada las del conjunto del año.
