La vida evoluciona constantemente. Uno puede visitar un pueblo un día, regresar tres años después y toparse con una panorama diferente. Quizá, por un cambio en el lugar y otro en los ojos que lo miran. En el museo del barro de Pereruela, María del Mar Moralejo había detectado una tendencia en la gente de la zona a dar por visto el centro de interpretación, a no buscar ese matiz o ese detalle en un nuevo paseo por sus rincones. Por eso, decidió dar un empujón y crear una nueva realidad. Aunque sea temporal.
Esa idea de la trabajadora del centro fue tomando forma hasta que se convirtió en la exposición «De la tierra al arte». La muestra se puede encontrar en un rincón del espacio expositivo, y esconde tesoros vinculados a ese binomio inseparable que forman el barro y Pereruela. María del Mar pretende que estas. novedades sirvan como estímulo para que la gente de la contorna redescubra el museo coincidiendo con la nueva edición de Alfareruela, que se celebra este sábado. Las piezas, eso sí, seguirán hasta el domingo.

«Hay algunas muy, muy especiales», advierte María del Mar, que se detiene especialmente en un jarrón «que posiblemente sea de principios del siglo XX» y saliera de las manos de un alfarero llamado «el tío Gregorio». Los colores poco comunes y el estilo reconocible, «muy fuera» de lo que se suele ver en Pereruela, le otorgan un papel destacado en esta muestra en la que también brilla, a su vera, otra pieza «espectacular, de gran calado, con un trabajo tremendo».
Por encima de esos jarrones, los asistentes pueden contemplar igualmente un ejemplo de las piezas cedidas por Ramón Carnero, que se corresponden con una de las últimas crisis que vivió este modo de vida artesano en la localidad, allá por los años 80: «Entonces, parecía que esto se iba extinguiendo», así que se recopilaron algunas creaciones salidas de las manos de «unas alfareras ya muy mayores todas» y que aún conservaban el secreto del oficio. Por si se perdía. No fue así.

La retorta o la cantarilla
María del Mar explica y continúa, y enseguida se detiene en una de las piezas antiguas. «Eso se llama retorta, es del siglo XVIII y servía para hacer cocciones de hierbas curativas», aclara la trabajadora del museo en referencia a uno de los objetos que cuesta identificar. «Y la cantarilla de al lado también es muy antigua», añade. Todo lo ha cedido la gente del pueblo. Lo que tiene que ver con el barro e incluso algunos cuadros o figuras de madera.
También aparece por ahí una hornilla, «la versión antigua del camping gas», donde se calentaba y hasta se hacía la comida que llevaban las gentes al campo. «La idea es que todo esto lo vea la población que está estos días por el pueblo», recalca María del Mar, que anima especialmente a aquellos que dicen que ya han ido al museo un montón de veces. Quizá, esta vez se descubran a sí mismos sorprendidos como en un lugar en el que no habían estado nunca.