Un zumbido recorre la iglesia de Abelón pasada la una de la tarde de este jueves. Es un ruido constante, en segundo plano. Inevitable, por otra parte. En ese rato de sol arriba de uno de los peores días de calor del año, toca acostumbrar el oído a las decenas de abanicos que, de forma simultánea, se agitan dentro del templo: chas, chas, chas… Al fondo, Don Florencio, el cura, impone su voz por encima de esa banda instrumental desacompasada para seguir con la liturgia y dar paso al homenaje.
En las primeras filas están los mayores. Los mayores de 80, en este caso. Para ellos va el reconocimiento en Abelón. De su mano, sus descendientes: «Sois los que habéis trabajado. Algunos aquí y otros lejos, hasta en Alemania. Sin saber su idioma ni el inglés, pero embarcados en la aventura de buscar casa y sustento. Tenéis un mérito extraordinario», clama don Florencio. Silencio. Y chas, chas, chas… «Tiempos duros hacen gente dura», remacha el religioso.

El párroco da forma a su discurso mientras el baile tradicional de La Arracada se cuela en la iglesia. El templo está lleno, con gente de gala y vecinos apostados incluso en la puerta. Si uno cuenta, igual le salen los 95 censados que tiene Abelón de forma oficial. Pero muchos de los que están no viven allí, claro. Es tiempo de paisanos agostizos, de gentes que se marchan lejos, pero que vuelven siempre. Y que traen a las camadas. También se ven fuera del templo, con la cerveza en la mano. Es la fiesta.
Mientras todo esto sucede, en medio de las bancadas, se encuentra un hombre llamado Luis de Pedro. Alguna gente de por aquí le había perdido la pista, pero ahora es raro quien no sabe de él. El pueblo le escogió este año para ser pregonero, tras homenajearle también en mayo. Un rato antes de la misa había sido su turno, en una alocución corta que fue una expresión de sentimiento de pertenencia por parte de uno de los tantos que nacieron en la provincia y marcharon en los 60. Pero su caso tiene varias particularidades.

La vida de Luis de Pedro
Aquí va un resumen. Luis nació en 1944, cuando sus padres pasaban de los 40 años y sus tres hermanos andaban entre los 15 y los 21. Su familia había vuelto del País Vasco por las vicisitudes de la Guerra Civil, con un padre que incluso llegó a estar preso en el campo de concentración de Torremolinos. El protagonista nació ya en Abelón. A los 19 marchó al norte, para Gernika, trabajó en una fábrica, luego se fue cuatro años a ejercer como pastor en Estados Unidos y regresó finalmente a Euskadi para casarse con una mujer llamada María Ángeles.
Junto a ella, empezó a sembrar una pasión particular por las máquinas de coser que, ya pasados los 50, le llevó a iniciar una colección que ahora ha expuesto en unas cuantas ocasiones y que ha llegado a series de televisión y programas como Maestros de la Costura. Su hija Leire estima que tiene más de 500 de estos artilugios. A grandes rasgos, esa es la vida de Luis de Pedro, el pregonero, pero el hombre tampoco se dedicó a contar sus andanzas. Tiró más por los sentimientos.

El alma del pueblo
«Cuando vamos por ahí, estamos muy orgullosos de Abelón», arrancó Luis, que viajó de forma rápida por su infancia: las calles, las eras, las fuentes, las tardes eternas bajo el sol, las rosquillas que le llevaba su hermano Pepe cuando iban a la siega, la pesca de las ranas o el chorizo de la tierra. También la identidad que forjó Sayago de la mano de los abuelos y las abuelas: «Yo trabajé duro, pero nunca olvidé de qué pueblo era», advirtió el coleccionista, el obrero de la fábrica, el pastor, el emigrante, el sayagués.
Para el cierre dejó la mención a su mujer y al resto de su familia, a su colección y al sueño de que, algún día, ese legado se convierta en «un bien público». Más tarde, propuso brindar por lo de antes, por lo de ahora y por lo que queda. «No hay un tesoro más valioso que el alma de un pueblo». Aplausos. Después iglesia, abanicos y homenaje. Queda la fiesta.
