Hay que bajar mucho en la lista de reseñas de Google para encontrar una puntuación que no sea de cinco estrellas y, en general, dice el cliente que ha tenido que esperar un rato largo a la puerta para poder comprar. Claro, es que es lo que tiene, que no todo puede ser llegar y besar el santo. En verano, para comprar el pan en Mombuey, se espera. Es una de esas leyes no escritas que saben todos los habitantes de la comarca y todos los que suelen pasar por este tramo de carretera camino, casi siempre, del Lago de Sanabria. Así que eso, paciencia.
Las dos panaderías de esta localidad de la Carballeda se han ganado a pulso la fama a través de años de duro trabajo. La tradición ha hecho el resto, y es habitual que las familias y grupos de amigos que se encaminan a pasar un día a Sanabria hagan en Mombuey parada y fonda, estiren un poco las piernas y se pongan en las colas de cualquiera de los dos locales. Uno, a la entrada del pueblo, El Pan Nuestro. Otro, casi a la salida, Rabanillo.
Tras el mostrador de la primera está Isabel Martín, parte de la familia que ahora regenta un negocio que le debe la fama al patriarca, Manuel González Rabanillo, Manolo el panadero como le conoce toda la contorna. Atiende Isabel a media mañana y sobre sus hombros lleva ya la jornada laboral completa. «En verano ya se sabe, es una locura la gente que viene, trabajamos mucho», comenta con una sonrisa. No pesa, o parece que no pesa, la jera.
Confirma la mujer que los grupos que durante estos días recorren la Nacional y los que se acercan al lago son los que sustentan el negocio en junio, julio y agosto, cuando la demanda de pan se dispara. Son, casi siempre, clientes que paran sabiendo ya lo que van a encontrar, porque el viajero ocasional siempre elige la autovía. Más rápida, no lo duda nadie, aunque elegirla supone que uno se pierde cosas como esta. La jornada laboral empieza de cotidiano a las cuatro de la mañana, los fines de semana algo antes porque la afluencia de clientes es mayor. Hay parada a las cuatro de la tarde y después se retoma la activdad durante otras cuatro horas por la tarde, para los que hacen la parada inversa a comprar víveres con los que retornar a casa, que también son muchos.

El Pan Nuestro es un ejemplo de lo que supone para estas comarcas el tirón estival al empleo. En temporada baja trabajan en esta panadería seis personas y la plantilla se dobla durante este trimestre. Hay muchas horas que atender y las jornadas laborales «aquí no se alargan de más», por lo que no queda otra que meter gente. Y hay, sobre todo, mucho trabajo. Cada día, solo en pan, «mil kilos de harina», asegura Isabel mientras envuelve cinco barras grandes de pan que se lleva una clienta. Empanadas se venden, de diario, cerca de cincuenta. «Las que hacemos».

Mombuey es en general ejemplo de lo que supone el verano para muchos pueblos zamoranos. Los bares están llenos de hijos del pueblo retornados que echan el vermut de media mañana, en las tiendas la gente compra como si no hubiera un mañana y hay cola en las peluquerías y en casi todos los negocios del pueblo. Pero ya se sabe, lo del pan es otra cosa.