Bajar Santa Clara se hace cuesta arriba cuando el calor aprieta inmisericorde. El reloj marca las seis y veinte de la tarde del 4 de agosto y el termómetro, 38 grados. Cuesta ver un alma por la calle. Y más por voluntad propia. No es que el sol apriete demasiado, es que el ambiente está ya cargado. La ciudad se ha vuelto una caldera. Los que tienen vacaciones y posibilidades se han marchado; quienes cuentan con un horario amable, a esas horas ya buscan piscina, río o casa. A partir de ahí, los demás.
Ya cerca de la Plaza Mayor, en la calle Renova, sí se ve un grupo de gente junta. En un interior climatizado, claro. Por allí atienden un grupo de muchachos con pantalón negro y gorra. Son heladeros, una de las ocupaciones que no permite escaparse cuando la realidad se vuelve tórrida. Su puesto está en la Valenciana Shock, el negocio creado hace poco más de diez años para darle una vuelta al concepto tradicional que sigue funcionando como un tiro en la Marina.
Uno podría pensar que a esas horas de media tarde no habría mucha jera para los trabajadores de este establecimiento, pero aquí se da poco eso de estar mano sobre mano. «Esto en verano es un no parar», admite Ana del Barrio, la encargada del establecimiento. Esta mujer es la elegida para contar la experiencia de una ocupación eminentemente estival que, en este local, se estira de marzo a noviembre. Tras ella, las mesas llenas y una tarrina detrás de otra. Tampoco hace para un cocido, la verdad.
Entonces, ¿no hay respiro? «En los días que hay más gente las colas te llegan casi a Ale-Hop (en el antiguo edificio de García Casado). Y, si es en San Pedro, ni te cuento. Si vienes entre semana es más normal, como esto, pero el fin de semana es mejor trabajar y no mirar al fondo», admite Del Barrio, que en esos ratos opta por poner «el modo automático» para sacar la faena adelante. En las noches de los sábados, sus compañeros y ella no sueltan el uniforme hasta casi la una de la madrugada.
Otra pregunta. ¿Pero Zamora no vive en los pueblos en agosto? Ana del Barrio suspira antes de responder: «Estará muy bien lo de ir a las fiestas, pero aquí trabajamos bien. Oye, que mejor, hay que vivir», advierte la encargada de la Valenciana Shock, que tampoco cree que haya demasiados secretos en la fórmula del éxito de este establecimiento: la fama heredada de su hermana mayor de la Marina, los sabores, la ubicación… Y a funcionar.
Del Barrio desliza también el punto de la originalidad y de la calidad. Por un lado está la incorporación de sabores de año en año. Para esta campaña, el de queso crema con lotus o el de chocolate de Dubái. Por otra parte, lo reconocible: «La nata es muy buena. Sabe de verdad. No es como en otros lados, sinceramente», asevera la profesional.
El valor de los días libres
Pero vayamos a lo que nos ocupa. ¿Cómo es eso de estar en temporada alta mientras el resto baja el ritmo? Menuda pregunta, dirá alguno. Más o menos, la respuesta va por ahí, aunque con mirada optimista: «Tenemos los días libres y podemos cogernos algunos también de vacaciones», explica Del Barrio, mientras la gente sigue llegando. Y no solo a por helados. Los cafés (fríos, por favor), los batidos y los smoothies desfilan por la barra a todo trapo.
De hecho, no hay tiempo para más charla. La cola empieza a formarse. Cuando caiga el sol, atardezca y el día dé un respiro, Ana y sus compañeros no saldrán al paseo, bajarán la cabeza sin mirar al fondo y seguirán currando hasta el cierre. Es su trabajo de verano.