Rabanales, finales del mes de julio. El reloj marca las cinco y media de la tarde mientras algunos vecinos echan el café sin prisa bajo la protección de la sombra que ofrece la fachada del bar. Desde allí, si uno mira al fondo, puede distinguir las cabezas de algunos tipos que van y vienen por una de las zonas altas del pueblo. Se aprecian sombreros, gorras, pañuelos y cintas. En esa parte sí pega un sol que en esta época del año es inmisericorde. Pero los que lo reciben ya están acostumbrados. Van unos cuantos años de rayos alistanos sobre sus frentes.
Al cabo de unos minutos, uno de los hombres con sombrero (de paja) baja a recoger a los periodistas. También lleva camisa blanca, pantalón largo preparado para la jera y botas. Casi el uniforme con el que alguien dibujaría a un arqueólogo. Tal es la ocupación de este profesional llamado Héctor Martín, que guía a la visita hacia el lugar que se veía al fondo; la zona donde estos días continúan las investigaciones en El Castrico. Este es el nombre que recibe el yacimiento romano ubicado en un pueblo donde es costumbre ir a comer buen producto de la tierra, a buscar setas en otoño y, ya en una afición más de nicho, a investigar en verano sobre lo que había por aquí hace un buen puñado de siglos.

Y es que, a partir de 2021, las tareas de Zamora Protohistórica por Aliste se han centrado en este lugar. Antes, desde 2018, el epicentro había estado en el Castro de La Encarnación de Mellanes, uno de los anejos de Rabanales, pero con esa primera fase resuelta la cabecera municipal se ha convertido en el lugar donde los arqueólogos hacen sus pesquisas. Cada año, varias semanas entre julio y agosto. Con el alojamiento y la intendencia facilitados por el Ayuntamiento, el primer interesado en que de ahí salga todo lo que tiene que salir.
Cuando uno llega al lugar, se topa enseguida con un par de escenas de gente enfrascada en su tarea. En un terreno con bastante desnivel, algo de paja, mucho polvo y unas cuantas piedras de interés, los responsables del yacimiento han abierto dos sondeos. En el de arriba, Sofía Rojas lleva la voz cantante y va dando indicaciones sin dejar de agarrar ella misma las herramientas para seguir avanzando. En el de abajo, el mando lo tiene Francisco González. Junto a ellos hay otros arqueólogos contratados, como el citado Héctor, gente con algunas becas y voluntarios. Todos reman en la misma dirección: arrojar luz sobre lo que hubo aquí mucho antes de que Rabanales fuese Rabanales.
González aparca unos minutos la tarea para contar en qué consiste su investigación dentro de este yacimiento romano «fundado en torno al cambio de era». «De este lugar no se sabía nada más que el hecho de que daba materiales de la época romana, pero tampoco muy bien encuadrados», señala el responsable de Zamora Protohistórica, que explica que lo que se ha hallado en Rabanales dibuja un poblamiento «que va creciendo según avanza el siglo I y que gana un rol administrativamente relevante o muy relevante en lo que es el tramo medio del valle del río Aliste».

Antes de conocer esto, a los investigadores ya les había llamado la atención la presencia de estelas romanas repartidas por el pueblo. Particularmente, en la iglesia, donde hay once fragmentos de estos textos funerarios grabados sobre piedra solo en el exterior. Además, en Rabanales también se encuentran otras piezas diseminadas por la localidad que, ahora, de la mano de Zamora Protohistórica, se pueden identificar a través de cartelería y códigos QR. No muy lejos del yacimiento, en pleno casco urbano, se observa un capitel de columna del periodo altoimperial (siglos I-III d.c.).
Pero volvamos a las explicaciones de Francisco González: «Desde que estamos aquí hemos podido revisar todo el corpus», aclara el arqueólogo, que se refiere a todos los elementos que han ido apareciendo en las calles y en las casas: «Cuando lo ves todo, dices: vale, aquí lo que hay se llama punto caliente de romanización. Y cuanto más nos abrimos a nuevas áreas del yacimiento, más comprendemos que sus dimensiones son muy grandes si se comparan con otros del entorno», advierte el profesional.
En eso continúan todas las personas implicadas en la investigación, que este año se enfoca en el conocimiento de las dinámicas generales del yacimiento. Los primeros pasos en la zona, y el uso de métodos como el georradar, ya permitieron en su día averiguar determinadas cosas. «También hemos ido realizando trincheras en lugares alejados entre sí para ver si, por ejemplo, un camino que encontramos en el sondeo 2 marcaba un eje claro y principal del yacimiento. Y efectivamente, lo hemos encontrado en trincheras muy distanciadas, lo que demuestra que es un elemento articulador de este urbanismo tan planificado», recalca González.
En esa dinámica de descubrimiento constante, los arqueólogos van hallando suelos que les permiten enriquecer el conocimiento y elementos que ofrecen nuevas pistas. Por ejemplo, un par de monedas del siglo IV que son nuevos hilos de los que tirar en estas campañas veraniegas que se desarrollan con una rutina marcada. El grupo empieza cuando sale el sol, para a la una, regresa a las cinco y media y acaba a las siete y media. Una labor intensiva.
Los trabajadores y los voluntarios que operan detrás de González están, justo esa tarde, afanándose en el muestreo del suelo y de cada paquete de tierra de lo que puede ser la habitación de una construcción del siglo I. A partir de ahí, la excavación es «solo el inicio». Los materiales van luego a la fase de laboratorio y de inventariado. También se realizan dibujos planimétricos y se elabora un informe: «Pero nuestro trabajo es continuo. Se va acumulando el conocimiento campaña tras campaña. Al principio tenías unas hipótesis que luego rechazas y vas elaborando otras», señala el representante de Zamora Protohistórica.
González insiste en que aquí todo el mundo dedica mucho tiempo personal a la causa. Todos tienen un trabajo o una vida fuera del yacimiento. Venir aquí implica un sacrificio facilitado también por la buena predisposición del Ayuntamiento de Rabanales y por la implicación de personas como Óscar Rodríguez, el presidente de la asociación, o de Rafael Soler Rocha, un malagueño que colabora con la investigación en remoto.
¿Un espacio visitable?
El interés de todo lo que este grupo de gente está descubriendo en Rabanales abre la puerta a otra pregunta: ¿Esto será visitable en algún momento? «Hemos tenido mucho ese debate y, desde la Administración, se nos ha sugerido que sería una buena idea. Pero estamos muy acostumbrados a ver yacimientos que se han musealizado y que luego no se han sostenido con partidas presupuestarias. Esto hay que cuidarlo y nosotros no vamos a poder ejercer ese rol eternamente», desliza González, que va un poco más allá: «No queremos ver esto con un cartel oxidado y los muros reventados por las raíces».
Cuando González deja de hablar, la tarea sigue en el sondeo. Por allí se mueve un adolescente con una cámara. Su nombre es Pablo, tiene quince años, viene del pueblo de al lado y, desde los once, acude a ver lo que Zamora Protohistórica hace en este yacimiento. Ahora, el muchacho ya puede implicarse en alguna tarea como voluntario: «Es un arqueólogo en ciernes y va de cabeza a dedicarse a ello», asegura el responsable del yacimiento. De El Castrico ya han salido, al menos, unos cuantos datos sobre la romanización de la zona y una vocación.