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Zamora

Miriam Jiménez Lastra, socióloga, escritora y creadora de contenido: «Sigue estando muy presente la dualidad entre virgen y puta»

La autora de La virginidad no existe. ¿O sí?, de origen zamorano, habla del odio que recibe en redes: "Han llegado a animarme a que me quite la vida"

por Manuel Herrera 27/07/2025
Manuel Herrera 27/07/2025
Miriam Jiménez Lastra, en una visita a Zamora. Foto Paloma V. Escarpa.
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Miriam Jiménez Lastra (Madrid, 1997) es socióloga y politóloga, pero también escritora y creadora de contenido. En su perfil de Instagram, acumula casi 70.000 seguidores que atienden a sus reflexiones sobre los campos académicos que domina o acerca del veganismo que practica. En 2024, esta mujer publicó el libro La virginidad no existe. ¿O sí? (Ediciones En el mar) y se lo dedicó a sus dos abuelas, Josefa y María Isabel, ambas zamoranas. Esa conexión familiar con la ciudad continúa. Por eso, esta entrevista tiene lugar en Zamora, en una de las habituales visitas de su protagonista al lugar donde se hunden sus raíces.

– Tanto en las redes como en el libro, habla de que la virginidad es un concepto que nace con el capital. ¿Cómo se le explica esto a la gente?

– Cuando hablamos de virginidad, solemos relacionarla con la religión o con valores individuales. ¿Y qué relación puede tener la virginidad con las condiciones materiales o las estructuras económicas? Pues, realmente, yo siempre digo que todo. El origen de la virginidad como constructo social tiene su origen en el capital y me explico: la familia realmente es una institución moderna, no existía en sociedades muy primitivas. Antes había tribus nómadas que se relacionaban. Y se dice que eran matriarcales, porque el origen estaba en las mujeres. Es decir, tenían relaciones sexuales y las mujeres eran quienes tenían los hijos. Se sabía quién era la madre, pero no se sabía quién era el padre. ¿Qué pasa cuando empieza a haber acumulación de capital? Cuando empiezan a ganar tierras y a acumular terreno y propiedades, necesitan que eso pase de una generación a otra. ¿Y cómo lo hacen si nadie sabe quiénes son los padres y solo se sabe quién es la madre? Pues construyen un constructo social para limitar la sexualidad de las mujeres y así poder demostrar la paternidad. Eso se consigue asegurando que esa mujer solo se ha acostado con un varón. Ahí nace la virginidad y luego aparece toda una narrativa cultural y de valores para poder sostenerla.

– ¿En qué momento perder la virginidad se convierte en un rito de paso para ser adulto?

– La realidad es que la virginidad es un constructo que se ha mantenido y que ha perdurado bastante bien a lo largo de la historia. En cada cultura, con sus propias narrativas, con sus propias normas o sus propios rituales. Pero, si te das cuenta, todas las religiones tienen rituales y valores positivos en torno al concepto. La religión es esa herramienta que ayuda a trasladar a la sociedad la narrativa para defender la virginidad. Y, a día de hoy, esto ha perdurado tan bien que la juventud sigue sufriendo los mitos biologicistas y las obligaciones conductuales en torno a la virginidad. Las mujeres siguen pensando en gran parte que solo se les legitima en un entorno romántico. Los hombres siguen pensando que ellos son el sujeto activo y que son quienes tienen que demostrar. Ellas esperan dolor, ellos esperan placer. Sigue habiendo una desigualdad de género muy grande en la primera relación sexual y es porque el concepto de virginidad no ha desaparecido.

– ¿Es peor para las mujeres?

– Es muy diferente, te transforma de otra manera. Sigue estando muy presente la dualidad virgen-puta en la que eres una frígida y una mojigata si no has tenido tu primera relación sexual y, en cambio, si la has tenido y disfrutas de tu sexualidad, pues probablemente estás en el otro extremo. La Virgen María y María Magdalena. Hay imágenes que siempre han estado muy dualizadas en nuestras sociedades.

– En España en particular, ¿la cultura cristiana juega un papel muy relevante?

– Fundamental. La cultura cristiana sigue teniendo un peso importante, pero también las narrativas culturales, como las películas. Probablemente, los Millenials o los primeros de la generación Z pensaban en Crepúsculo o en A 3 metros sobre el cielo. La generación Z de ahora pensará en Culpa mía, en otras películas que siguen reproduciendo la idea de virginidad de una manera muy estigmatizada y que va en detrimento de la sexualidad de las mujeres, aunque tiene consecuencias también muy negativas para ellos.

– Usted habla mucho de esa idea preconcebida de que la primera relación sexual de una mujer, para ser académicamente correcta, implica dolor y sangre. ¿De dónde viene esto?

– Hay un momento en el que tienen que demostrar que esto no es una cuestión que se haya inventado, sino que existe biológicamente, científicamente. Y entonces se inventan tres cuestiones biológicas que son mitos respecto a la primera relación sexual. En primer lugar, la existencia de un himen que tiene que romperse, cuando el himen es una membrana flexible. De hecho, hay mujeres que mantienen relaciones sexuales con su himen intacto y hay mujeres que han dado a luz con su himen. Incluso algunas que nacen sin él o que se lo rompen montando en bici o montando a caballo. Luego, por la ruptura de este himen, supuestamente, debe haber sangre, cuando la sangre no debería indicar nada positivo. De hecho, la normalización del sangrado, en parte, no permite que las mujeres identifiquen si están teniendo un desgarro, por ejemplo. ¿Cómo diferencias? Si lo que se supone y lo que se espera es tener sangre, ¿cómo diferencias eso de un desgarro vaginal? Porque lo que se espera es dolor, ¿no? Y eso duele también. Entonces, estamos normalizando el dolor, que es una señal de nuestro cuerpo que nos dice que algo no va bien. Tú vas a tu primera relación sexual de una manera completamente pasiva, asumiendo dolor y sangre. Es el combo perfecto para la sumisión.

– ¿Cómo se pueden combatir esas ideas?

– Con educación y atendiendo a todas las realidades, también a las LGTB, donde se da el concepto de virginidad con sus circunstancias. A día de hoy, eso no está existiendo tanto. Entonces, ¿qué llega a la juventud? Pues probablemente una educación sexual a través del porno. Sabemos que la edad media de acceso al porno son los 8 años. La edad media de la primera experiencia sexual sin penetración son los 11. Y la edad media de la primera relación sexual con penetración son los 15. Son edades muy tempranas donde todavía no te has construido como persona y donde probablemente la única información que está llegando de una manera generalizada es a través de las pantallas, de las películas o del porno.

– En el camino de la divulgación, ¿cómo se lidia con los mensajes de los grupos que consideran que cualquier tipo de educación sexual implica pervertir a los niños?

– Es muy complicado. Y también sabemos que los algoritmos tienen ideología detrás e intereses, al igual que antes la iglesia era un agente socializador que tenía sus propios intereses para reproducir la idea de la virginidad. Ahora son los algoritmos, las redes sociales que tienen detrás empresas privadas con financiación de personas conservadoras y liberales a las que tampoco les interesa que esto se lleve a cabo. Entonces, no es raro que estén triunfando estos señores en podcast diciendo que el peak de una mujer son los 21 años, que no hay nada mejor que una mujer virgen o que hablen de body count.

– Conceptos como mujer de alto valor.

– Reproducen el ideal de mujer virgen como algo positivo. Esa mujer de alto valor que se protege, que se cuida, que se reserva. Todo eso está volviendo.

– En uno de los vídeos de su Instagram habla de una clínica que ofrece «quitar kilometraje» a las mujeres a través de reconstrucciones del himen. ¿Cómo se ha llegado a este punto?

– Hay que insistir en la educación. La mayoría de las mujeres no tiene una educación sexual que le haya permitido conocer su cuerpo y saber la diferencia, por ejemplo, entre vulva y vagina. Esto está ocurriendo. Entonces, cómo no van a entender o van a aceptar la idea del kilometraje. Y si encima es algo a lo que se le da valor, pues es un nicho de mercado perfecto, como lo son, por ejemplo, los anillos de castidad o los kits de sangre para falsear una primera relación sexual. Eso se vende en Amazon, en páginas de internet.

– Uno de los testimonios que aparecen en su libro es de una mujer que habla de su primera relación sexual y dice: «No lo disfruté, aunque tampoco esperé disfrutarlo».

– La idea común es esperar que no va a ir bien. También probablemente por parte de los hombres, que tienen sus propios miedos a no dar la talla o a no saber. ¿Qué vas a saber, si también es tu primera experiencia sexual? Pero se ha puesto ahí una presión muy fuerte con ellos y es muy problemática. A mí lo que me parece interesante es qué pasa con las mujeres que no tienen estos mitos y que van a su primera relación sexual y disfrutan. En ocasiones, se sienten muy mal y muy culpables, o piensan como que no eran vírgenes o que son unas guarras. Esta también es una idea que se mantiene en general. Si en tu primera relación sexual disfrutas, algo no está yendo bien porque no estás cumpliendo con la norma. Y luego surge la culpa, que sí que es una cuestión que se repite constantemente cuando las mujeres hablan de su sexualidad.

– ¿Cómo traslada todos estos mensajes a través de su labor de divulgación en las redes?

– Pues con mucha paciencia, aguantando el hate y aguantando también las críticas destructivas que a veces se dan en nuestro lado de la batalla cultural. Pero sobre todo teniendo mucha paciencia y haciendo mucha pedagogía. No es fácil. No me extraña que no seamos tantos los que estamos en este lado más progresista o que cada vez haya más influencers que se bajen del barco porque los algoritmos no favorecen o porque nosotros tenemos ética y valores y no hacemos colaboraciones con cualquier marca. Sostener ese trabajo no es fácil. Yo sobre todo lo hago con paciencia y con mucha esperanza también, sabiendo que lo que hago tiene impacto y ayuda, y que estoy aportando algo de valor. En el momento que deje de pensar eso, pues se acabará.

– En sus redes, usted habla de todos los temas que hemos tratado en la entrevista, pero también sobre su vida como persona vegana o acerca de la vivienda y el reparto de la riqueza. ¿Qué tipo de mensajes negativos recibe por dar su opinión sobre estos asuntos?

– Mira, tanto comentarios horribles respecto a mi físico, que eso podría ser lo de menos, hasta animarme a que me quite la vida o llamarme por teléfono para insultarme. Y yo soy la que menos recibe, ¿eh? Pero me dicen: ojalá alguien te coja por la calle y te puedes imaginar, o a ver si se te pasa la tontería, o insultos a mi familia. Yo intento proteger a mi entorno. Tengo compañeros a los que les han sacado la dirección de casa o les hacen fotos por la calle. La persecución pasa de las redes sociales a la vida real.

– ¿Tienen identificado qué tipo de personas hace esto?

– Hay foros en Telegram donde se reenvían las cosas y otras páginas donde hay grupos que lanzan mensajes de odio masivo. También hay algunos influencers que promueven esto. Yo los llamo monetizadores del odio. A mí me ha pasado con alguno, que han cogido algún vídeo mío, se han puesto a insultarme y entonces llegan todos sus seguidores. Hay ciertas personas que se encargan de esa difusión masiva del odio.

– ¿Y luego quién lo ejerce?

– En mi perfil, sobre todo, hombres jóvenes. Pero te digo menores de edad. A veces pienso en escribirles y decirles: ¿pero tu madre sabe que estás poniéndome esto en redes sociales? ¿A quién estás escuchando en YouTube? ¿A quién sigues en Instagram? ¿Qué tipos de podcast estás escuchando para que tú cojas un vídeo en el que una chica dice que no se quiere poner un vestido blanco en su boda y la estés llamando por teléfono para insultarla?

– ¿Eso le pasó en el vídeo en el que habla de qué cosas no le gustarían en su propia boda?

– Ese fue el peor, con diferencia. Es el vídeo en el que más odio he recibido y me afectó porque era personal. Yo estaba hablando de mi vida. Porque si yo hablo de la sociedad y doy mi opinión sobre algo, bueno, pues me pueden decir que soy tonta y me va a dar igual. Pero cuando se meten con mi vida o con mi pareja… Le decían: pobrecito, que alguien le avise, soldado caído…

– Usted tiene 28 años y memoria ya para recordar tiempos anteriores. ¿Cree que habido un retroceso y que se legitiman mensajes antes denostados?

– Yo creo que ha habido pasos adelante y pasos atrás, y que hay una diferencia de género aquí. Y es lo que están demostrando los datos. Mientras las mujeres cada vez son más progresistas y han calado las huelgas de 2017 o 2018, eso no ha sido así para ellos, que son cada vez más conservadores y más reaccionarios. Y esto tiene mucho que ver con sus referentes en redes sociales. ¿Cuántos hombres hay hablando de feminismo y de nuevas masculinidades en las redes sociales? Es que los puedes contar con los dedos de una mano. En cambio, nosotras tenemos infinidad de referentes. Hay un alarmismo con eso de que la juventud es más reaccionaria, pero yo diría: cuidado, porque ellas son súper progresistas. Por eso hay mucha gente que ahora está trabajando específicamente con los chicos jóvenes y con los adolescentes que necesitan ser escuchados, que necesitan orientación, que no entienden qué está pasando, que se sienten completamente atacados. Y ahí está la extrema derecha para decir: ven aquí, que aquí nadie te va a atacar, aquí te vamos a dejar reproducir tu masculinidad hegemónica y te vas a sentir acompañado a gusto.

Manuel Herrera

Periodista y politólogo. Máster en Comunicación y Visualización de Datos.

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