En la entrada del Convento de San Francisco, en Alcañices, se presenta un tipo joven, alto, rubio y algo desgarbado. Ya sabe de qué va la visita. «Espera, que llamo a mi compañero», se disculpa. Menos de cinco minutos después, el hombre citado cruza el umbral. Llega casi sin resuello, con camisa negra, pelo moreno ensortijado y barba. También joven, pero algo menos. El primero se llama José Miguel Martín; el segundo, Nicolás Berenguer. Sus rostros ya empiezan a sonar por algunos rincones de Aliste.
Estos dos muchachos, de 19 y 24 años respectivamente, llevan ya un par de semanas instalados en Alcañices, en el albergue de peregrinos que será su hogar hasta que termine agosto. Ambos se forman para ser antropólogos en la USAL, son de Salamanca y tienen por delante un verano en Aliste. ¿Por qué?, se preguntará el lector. La respuesta se halla en el programa Campus Rural.

Esta iniciativa desarrollada por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico permite que los estudiantes hagan prácticas estivales en municipios con problemas de despoblación. La idea consiste en que los universitarios vivan una experiencia laboral pegada al medio rural y que, de paso, contribuyan a reforzar los servicios de unos pueblos generalmente necesitados de manos. El aprendizaje, el arraigo y la cuestión práctica convergen en este programa.
Por si acaso, para incentivar a los estudiantes, el Ministerio les concede una prestación económica de mil euros brutos mensuales. Si el municipio facilita el alojamiento, la cosa no va mal en lo dinerario para los participantes. Tal es el caso en Alcañices, así que José Miguel y Nicolás tienen un panorama amable por delante. En el pueblo, se encargarán de trabajar en el Ayuntamiento y en la Plataforma en Defensa de la Arquitectura Tradicional de Aliste.
«Yo me enteré de esto por amigos», arranca el más joven de los dos, que cogió Alcañices sin gran reflexión: «Como podría haber sido un pueblo de la Sierra de Francia», aclara. A su lado, Nicolás sí tiene más motivos: «Conocía mínimamente la zona, a pesar de sufrir la desgracia de no tener pueblo. Un amigo procede de Viñas y había recorrido con él algunos lugares de por aquí. Me encantó conocer a la gente y ver la vida que hay, que no es la que te esperas», apunta el proyecto de antropólogo.
Además, en el momento de escoger, Nicolás también estaba inmerso en un trabajo de investigación sobre la N-122, así que la opción de Alcañices en el marco del programa Campus Rural le pareció «una opción buenísima para venir, conocer la vida rural y estudiar también la zona a nivel académico». Con esas inquietudes llegaron los estudiantes, que están atendiendo a la institución y al colectivo que les acogen de manera conjunta, en el mismo espacio y en el mismo horario; en el edificio que alberga la oficina de turismo y la biblioteca.
«Tenemos tareas de gabinete, de organizar una biblioteca tanto física como virtual con una bibliografía amplia sobre literatura vernácula, y vamos a diseñar una página web para que determinados documentos sean accesibles para cualquier investigador», enumera José Miguel. Además, fuera de la oficina, los dos están inmersos ya en el trabajo de campo para identificar ejemplos de arquitectura tradicional. Su primera experiencia fuera tuvo lugar el miércoles en las Figueruelas.
«Al final son tipos de construcciones que la gente de la zona usaba para sus necesidades laborales o cotidianas. Ahora, con el paso de la historia, podemos intentar conservarlas como hacen nuestros vecinos portugueses, que aprovechan esos recursos de una forma muy interesante», sostiene Nicolás. Su compañero completa esas palabras: «Pero no solo conservar para que sea un parque temático o un museo. Le dan una nueva vida, otro motivo. Se trata de resignificar», apostilla José Miguel.
El contacto con los pueblos y con sus gentes permitirá que estos estudiantes más acostumbrados a la vida urbana puedan ampliar sus perspectivas: «No tienes que irte únicamente a una gran metrópoli como París para eso», señala Nicolás, que considera que, con los problemas de despoblación, resulta «urgente» tratar de reconfigurar ciertos aspectos del desarrollo rural para «pensarlo de formas modernas».
La vida personal
Eso, en lo profesional y en lo académico. Pero no hay que olvidar que estos dos antropólogos en ciernes no dejan de ser dos chicos de 19 y 24 años con la mitad de julio y todo agosto ante sí: «Nos lo estamos pasando pipa», asegura José Miguel, que recalca que el fin de semana anterior se fueron de festival a Galicia y que han disfrutado más de vuelta en Alcañices jugando a las cartas: «Estamos bien en los bares, vamos a los embalses y a la piscina, hay un montón de lugares preciosos y la gente es súper maja, aseveran.
José Miguel y Nicolás han cogido tanta confianza que hasta la dueña de la panadería más cercana les ha fiado. «Nuestro tutor de prácticas, Arsenio Dacosta, nos está tratando muy bien también. Nos lleva a conocer lugares», destaca el mayor de los dos estudiantes. Ambos coinciden en señalar que tendrían esta experiencia gratis. Pero mejor pagada, claro.