Ante el puesto 33 de la Feria del Ajo de San Pedro hay una cola de decenas de personas. La gente que camina en otras direcciones se para solo a mirarla: «¿Qué regalan?», apunta una señora que contempla la escena. No regalan nada, pero venden barato. Y ni siquiera son ajos, sino cebollas. En concreto, las de Carolina, una mujer de Monfarracinos que no hace otra cosa que meter el producto en las bolsas, echar cuentas rápidas, cobrar y reiniciar el proceso una y otra vez.
«¡Tres cebollas a euro y medio!», advierte Carolina, mientras la familia le echa una mano en la tarea. De la riñonera van y vienen monedas y billetes, y la cola no deja de crecer. Va hasta el otro lado de las Tres Cruces. «Claro, en otro sitio las hemos visto al doble de precio», apunta uno de los señores que está a punto de que le llegue la vez. Por lo menos, la espera es a la sombra y a las once de la mañana. Dentro de un rato, al sol, ya no habrá quien pare.

La escena es una de las más llamativas de las primeras horas de la Feria del Ajo en Zamora, aunque en general impacta la cantidad de gente que se mueve por las Tres Cruces en las primeras horas de la cita. Nadie quiere dejar la compra para última hora. Primero, porque el género bueno se puede agotar. Segundo, porque ir a las dos de la tarde puede provocar más de un soponcio y el grueso de la clientela, no nos engañemos, empieza a tener edad para pocas bromas.
Por lo que sea, el aspecto de la calle de los ajos en San Pedro es de gran ambiente. Y eso se nota en las ventas. En el puesto 25, un ajero de El Maderal empieza a ver bajar su montón de forma evidente, y hasta los que se estrenan en la feria van despachando los ajos que han traído. Ayuda el hecho de venir de Moraleja del Vino y de ser conocido en el sector, como es el caso de Marceliano Juan, que se ha plantado por primera vez en las Tres Cruces con la ayuda de su hija Mercedes y de Ethan.
Por su puesto se pasan las señoras con las bolsas y los hombres con el carrito a preguntar por el precio. Aquí, la comparación no está a golpe de clic. Hay que ir puesto a puesto para enterarse de lo que cuesta la ristra y para echarle el ojo a los ajos a ver si tienen pinta de salir buenos.

Ramón, con casi todo vendido
Desde luego, algo habrán visto los vecinos en el producto de Ramón Romo, porque a las once de la mañana del primer día de feria había vendido 1.300 kilos de ajos de los 1.500 que había traído. El presidente de la marca de garantía recién creada explica que la gente compra porque le conoce, y añade que a eso se suma que este ha sido un buen año para el producto.
En su caso, pronto dejará la faena hecha. Y no tiene más para reponer. La feria solo puede calificarse de éxito: «En general, tenemos cinco puestos más que el año pasado, así que esto sigue vivo», remacha Ramón. Con esta respuesta de la gente, no hay dudas sobre la supervivencia del evento.