Sobre la pantalla del salón de actos de la biblioteca pública de Zamora se proyecta un vídeo y suena una canción. Las voces pertenecen a los alumnos del Sansueña, el colegio de Santibáñez de Vidriales, y la letra va dirigida al hombre alto que está sentado en primera fila mientras se reproduce el archivo audiovisual: «José, has sido un gran compañero todo este tiempo», «por favor, no te vayas», «el Sansueña te extraña», «nos dejaste un recuerdo que nos llenó el corazón entero». Y así una serie de estrofas emotivas y, a ratos, chistosas, con referencias también al «pelo Pantene» del aludido.
Al acabar, la última frase reza lo siguiente: «No todos los héroes llevan capa, algunos simplemente abren libros y puertas a la imaginación». Eso es lo que ha hecho durante toda su vida José Crespo González, el hombre que asiste este sábado por la mañana al homenaje por su jubilación; el tipo que acaba de decir adiós al bibliobús escolar que ha sido su sustento y su pasión. Han sido tantos años que atrás deja «casi un millón de préstamos de libros y casi un millón de kilómetros» al volante de ese vehículo que constituye «el puente entre las historias y las personas».
Hasta este mes de junio, el bibliotecario acumulaba 42 años de trayectoria laboral. Desde 1983. Actualmente, llevaba el bibliobús a 26 pueblos de Zamora: más o menos, aparecía en los centros junto a Judy e Irene, las animadoras del servicio, una vez cada «treinta o cuarenta días». «La ruta ha ido cambiando a lo largo de los años, en función de los centros que tenían mayor alumnado», señala José, que era el responsable del préstamo, el conductor y lo que hiciera falta.
«En el centro, se establece un horario de animación y préstamo que no se interrumpe nunca. Nos daban un horario y lo cumplíamos durante la jornada lectiva», subraya José, que empieza a hablar en pasado de la que ha sido su vida hasta los 65. «Ahora, me tengo que jubilar», constata el protagonista de esta historia, que centra sus palabras en los agradecimientos: a los compañeros de todos los departamentos, a la asociación de los bibliobuses, a los docentes y hasta al propio vehículo, su «compañero fiel», con quien mantenía «una relación irracional».
«Hemos hablado mucho para llevar a buen puerto todo este fin», asevera José, que se refiere al propio bibliobús, su vehículo inseparable a lo largo de todos estos decenios. «Más que una experiencia laboral ha sido una vivencia humana, con momentos muy especiales que recordaré siempre. Me llevo en el corazón cada sitio, cada centro. He intentado ser un instrumento para que los docentes aportaran algo a los alumnos», recalca el inminente jubilado, que ha contado en su despedida con la presencia de colegas de profesión procedentes incluso de Portugal.
Que la luz siga encendida
Ahora, su deseo es que «la luz del bibliobús siga», un anhelo que se ve amenazado por un hecho constatable: el servicio que contaba con cuatro vehículos y nueve trabajadores tiene ahora un medio de transporte y dos empleados. Los datos conducen al abismo. Lo que queda es la pasión. La que ha tenido José; la que mantienen Irene y Judy.
Antes de decir adiós y de hacerse las fotos de rigor con quienes le han arropado en este día, José demuestra su memoria: su primer préstamo fue en Villalube, en 1983; su última devolución llegó hace unos días en Coreses, de manos de unas alumnas de Secundaria a las que conoce por el nombre. ¿El título del libro? El bibliotecario casi no se atreve a decirlo. Luego sonríe y lo suelta: El asesinato del profesor de matemáticas, de Jordi Sierra i Fabra.