Rafael Santiago padre trabaja en el interior de un cobertizo. Lo hace sentado y con la muleta apoyada en la pared de ladrillo. Sobre su cabeza brilla una gorra con el símbolo de un tigre y en sus ojos se refleja la atención que tiene puesta en la tarea. El hombre, que bordea los 80 años, lo hace todo de forma mecánica: agarra el manojo de cebollas, mutila las hojas, apaña una cuerda de color azul, ata unos cuantos ejemplares juntos y los echa a las cajas que tiene detrás. No es la primera vez que lo hace.
La labor de Rafael en esta campaña dura ya unos cuantos días. Como siempre cuando se acerca San Pedro. Tanto él como su hijo, con el que comparte nombre y apellido, llevan cebollas a la feria del ajo: «Aquí ya iba el abuelo», remarca el mayor de los dos, antes de que el siguiente de la saga matice: «Ahora llevamos de tres a cuatro furgonetas». La charla tiene lugar en medio de la faena este jueves por la tarde, a menos de 48 horas de la inauguración de la cita en las Tres Cruces, con todo en marcha.

Básicamente, el trabajo se centra ahora en el proceso descrito: atar cebollas, echarlas a las cajas y esperar a que llegue el sábado para meterlas en las furgonetas y marchar al puesto número seis de la feria, el que les ha tocado en suerte este año. Es la primera vez por esa zona, «por donde la carnicería de Teófilo», y eso que llevan más de 40 años sin fallar en las Tres Cruces. Siempre con un producto a veces opacado por el que le da nombre al evento. Pero siempre presente.
Eso, ellos. Pero antes estaba el abuelo José, que tenía las propiedades algo más cerca de Zamora, «por donde las harinas de Gabino Bobo». Los «rafaeles» funcionan algo más adelante, ya en el término de Valcabado, en la carretera de Cubillos. Allí aparecen unos invernaderos que les pertenecen. No todo es para San Pedro, claro. El hijo, el que sigue en activo, es hortelano de profesión. Lo de la cita de finales de junio va más con la tradición que con el negocio.

«Mi padre siempre está ahí el primero, le conoce mucha gente», apunta Rafael hijo, que admite que ir a la feria no se negocia: «Esos dos días, él está encantado», apunta el hortelano, que asume que la cita de San Pedro ha cambiado mucho: «Antes había 300 o 400 puestos. Ahora son 90. Yo creo que con el tiempo esto llega a desaparecer. Y no en muchos años. Lo de los ajos es difícil, cuesta mucho sacarlos y luego trenzarlos», explica el responsable del puesto seis.
«Ha llovido demasiado»
Otra cosa son las cebollas. Menos jaleo. Pero este año no ha sido precisamente bueno: «Ha llovido muchísimo, demasiado, y ha calentado a lo primero», aclara Rafael hijo, que remarca que tanta agua le hace daño al producto. «Nosotros sí tenemos para ir», matiza en todo caso el hortelano, que además llevará los ejemplares de un tamaño más adecuado a la demanda: «La gente se queja de las grandes, no las quiere».
Tampoco gusta mucho por ahí eso de que las cebollas piquen. Por eso, una de las señas de identidad del puesto de Rafael Santiago senior y junior es el cartel que encabeza su producto: «Cebollas dulces». ¿Y dan lo que prometen? «No se puede engañar a la gente», replica el padre sin dejar la tarea que lleva haciendo desde que llegó la visita. Todavía quedan unas cuantas cuerdas azules para atar.
