José Luis Redondo y Yolanda Pascual son dos de los veteranos de la Feria de la Alfarería y la Cerámica que se celebra cada año en las Fiestas de San Pedro. Su ubicación ha cambiado algo pero los que los buscan saben dónde encontrarlos, casi siempre enfrente del Parador de Zamora. Ahí están este año, como el pasado, como el anterior y el anterior a este desde hace tres décadas. En el otro extremo de la plaza de Viriato, frente a la iglesia de la Encarnación, hay un debut. Alberto Segurado también procede de Pereruela y ha recuperado el oficio que desarrollaban sus abuelos, se hizo cargo de un taller en Entrala y este año llega por primera vez a Viriato a exponer lo que hace. El mismo oficio, treinta años de diferencia y algunas diferencias a la hora de entenderlo dan fe del paso del tiempo y de que, pese a todo, el barro mantiene la esencia.
Empecemos por el segundo, el recién llegado. Alberto lleva ya varios años con su taller, procede de Pereruela y se formó como aprendiz en un taller del pueblo antes de establecerse por su cuenta. Se confiesa atraído por un oficio que, asegura su hermana, que durante estos días le ayuda con el puesto, no practicaron sus padres pero sí sus abuelos, por lo que aquí se recupera una tradición familiar que quedó por algunos años interrumpida.

Y esto se nota en el puesto. Lo que se ofrece aquí es alfarería tradicional sin llegar a ser esa «de toda la vida» que los maestros del oficio en la provincia tienen de sobra dominada. Hay hornos, hay planchas y hay cazuelas que, las cosas como son, tienen otro color. Otro aire, otro aroma. No hay más que la visión que una persona joven es capaz de darle a un oficio cuando se atreve a acercarse a él. Los enseres para el baño y para la cocina, que se acercan en su estilo más a la cerámica de la plaza de Claudio Moyano que a la alfarería de Viriato, completan el puesto. «Es alfarería pero con un toque moderno, lo de siempre pero diferente, pero a la vez cosas útiles que hacen falta en las casas». Irá bien, parece, porque en el rato que dura la conversación aparece más de un posible pedido.

Yolanda, por su parte, guarda la tradición. Treinta años, dice, lleva viniendo con su marido, José Luis, a la Feria de la Alfarería, así que las ha visto ya de todos los colores y apunta, desde la experiencia, que la de Zamora «es la mejor feria de España», con vecinos «que están muy acostumbrados a comprar cacharros» que utilizar en casa y para adornar las estancias. Ellos hacen cazuelas de barro, bandejas de horno, platos y, sobre todo, hornos. Si por algo es famosa la alfarería de Pereruela, en general, y la de José Luis Redondo, en particular, es por los hornos de leña, elaborados con el clásico barro de Sayago y con el famoso caolín, el mineral que da a la alfarería de Pereruela la resistencia al fuego por el que es conocida. El matrimonio espera que las ventas sean tan buenas como las del año pasado, «el mejor San Pedro de la década». Por delante cuatro días para lograrlo.
Los que vienen de fuera
Que la Feria de la Alfarería de Zamora es buena lo dicen los de aquí y lo dicen los de fuera. Todos insisten en que se trata de una de las «mejores muestras de España», con buenos compradores, respeto al producto y con una valoración general buena por parte de público y de artesanos. La mejor manera de testar la salud de la feria es preguntar a los de fuera, como a Ángel Peño, de Villafranca de los Caballeros, en la provincia de Toledo. Casi treinta años lleva esta familia, que ahora intenta incorporar a las nuevas generaciones al negocio, regentando un puesto en la plaza de Viriato. «Y los que queden», asegura el sobrino del dueño del taller.

Las claves son varias. El público es fiel, cierto, y la feria forma parte de la propia idiosincrasia de las Fiestas de San Pedro, cierto también. Pero los alfareros subrayan que en Zamora no se cobra por el puesto como sí sucede en otros lugares. En Valladolid o Burgos exponer los cacharros cuesta a los artesanos entre 400 y 500 euros. «Si a esto le sumas comer, dormir y el coste que tiene la pieza que vendes… Tienes que vender mucho para que valga la pena. Y la realidad es que en otros sitios no se vende tanto como se vende aquí».
