«Hostia, tío. Me voy, eh». Llueve fuerte sobre el aparcamiento de la Ciudad Deportiva de Zamora y la gente empieza a pensar que no vale la pena quedarse a la espera del fuego. Sobre todo la que ha venido sin el complemento básico para una noche como esta: el paraguas. Quedan diez minutos para que los bomberos prendan la hoguera de San Juan, pero alguno, efectivamente, se bate en retirada. Al menos, en busca de un refugio provisional. Hay un rato malo de verdad.
Otros, en cambio, resisten a pie de valla. La tradición puede más que la autoprotección. Mientras, unos terceros, los motivados de la noche, sacan la comba y se ponen a saltar. Con éxito dispar. Los que brincan pertenecen a una peña que lleva estampada en su camiseta azul la palabra «Resacón». Y no son los únicos que van uniformados. Todo el aparcamiento está poblado por grupitos que se asocian por colores.

En esas, va dejando de llover, pero los muchachos siguen con la cuerda. Allá va Roberviti, luego Llorente, más tarde Rapado. La parte de atrás de sus camisetas revela cada identidad. Ninguno besa el asfalto, así que el pasatiempo continúa sin incidentes hasta que el movimiento de los bomberos desvía de nuevo la atención hacia el lugar donde ha de prenderse el fuego.
Para entonces, el chaparrón es ya un recuerdo. Los paraguas bajan, los plásticos desaparecen y las filas alrededor de lo que será la hoguera aumentan. Los bomberos van preparando la faena mientras recogen papeles que les brinda la gente para arrojarlos al fuego y abren paso a niños y niñas que corren hacia el montón, aún sin prender, para echar una hoja o hasta cuadernos enteros. Alguno debe querer olvidar ese curso de Primaria cuanto antes.

La historia de Marina
Mientras todo eso sucede, Marina y sus padres tratan de aproximarse a la zona de la valla. La niña viaja a hombros de papá y lleva un sobre en la mano. La madre explica que la pequeña tiene seis años, que es su primera noche en la hoguera de San Juan y que solo está en la ciudad porque todavía ha tenido cole por la mañana. Las vacaciones las pasará en el pueblo, como siempre. Pero antes toca estrenarse en el ritual.
Lo que va a entregar Marina al primer bombero que vea es un papel con sus deseos. No se dicen, que si no no se cumplen. El agente tarda un ratito en mirar. La niña y su padre avanzan y llaman la atención del profesional, que finalmente agarra el sobre y lo coloca en la hoguera. Inmediatamente después, prende el fuego. De fondo, la fiesta de la Renovation Experience aguarda. Solo está la música de fondo: Losing my religion, de REM.

La hoguera empieza a arder. El fuego sube. Marina se hace una foto, esta vez en brazos de su madre y se retira. También lo hacen otras familias: «Ale, vámonos, que ya lo hemos visto y estoy empapada», advierte una abuela mientras tira del brazo rebelde de su nieto. «Que hay que trabajar», insiste otra. Los muchachos se marchan a regañadientes y dejan el paso libre a los nuevos protagonistas de la escena: los amantes de Instagram. Uno, dos, tres, doscientos móviles arriba.
Cuando dan las doce menos cuarto, la fiesta arranca: «Buenas noches, Zamora», clama Héctor desde el escenario. La señal alerta a algunos padres. Toca irse a casa. El fuego todavía estará un rato prendido, pero ya es momento de la retirada de verdad. Ahora sin lluvia y con la tradición cumplida. Solo queda que los deseos se hagan realidad.
