“Pierdo mucho tiempo de mi vida por estar viendo TikTok o leyendo noticias en Twitter”; “Cada vez aumenta más mi tiempo de uso y eso conlleva perder un tiempo que podría dedicar o aprovechar mejor en otras cosas”; “Creo que las grandes ideas requieren gran concentración y consultar el móvil compulsivamente me está impidiendo encontrar esos espacios prolongados”; “La conexión constante no solo afecta a mi productividad, sino que también me aleja de actividades cotidianas como dar un paseo o una noche de juegos de mesa”.
Dos de cada diez universitarios son conscientes y lamentan que su tiempo se esfume en el ciberespacio. Así nos lo han contado, con sus propias palabras, en nuestra última investigación 522 estudiantes universitarios españoles, con una media de edad de 27 años. Con ellos hemos hablado de los efectos negativos que perciben en su día a día resultado de la conexión permanente a internet: fenómenos como el miedo perderse algo (FOMO), el phubbing (ser ignorado o ignorar a una persona que se encuentra físicamente con nosotros por mirar el móvil) y la “nomofobia” (incapacidad de estar sin el móvil).
Como una droga, sin serlo
Pese a que no toda la comunidad científica defiende que exista como tal un trastorno de adicción a internet, entre el 5 y el 15 % de los estudiantes con los que hemos hablado afirmaron sentirse “enganchados”, “dependientes” o reconocieron tener una “adicción” a estos dispositivos.
Esto es algo no buscado, resultado de patrones y conductas que sienten no controlar. No quieren “depender tanto de ellos en su día a día” y expresan sentir “ansiedad” si no los tienen a mano. “Es como si fuera una droga, las personas pierden su identidad real para convertirse en esclavos de sus propios dispositivos”.
¿Qué ocurre con mis datos?
En un mundo donde cada vez compartimos más aspectos de nuestra vida en línea, la seguridad y privacidad de nuestros datos personales emergen también como otra preocupación recurrente entre los jóvenes. En este sentido, el 14 % de los universitarios siente miedo a que “mi información personal se filtre y se divulgue sin mi consentimiento” o que “alguien pueda llegar a tener acceso a información privada sobre mí, como conversaciones y fotos”.
No sorprende que sean cada más las voces entre estas generaciones que indican su preferencia por vivir en un mundo sin internet.
Perderse algo o ser ignorados
Para entender por qué los dispositivos electrónicos conectados a internet se han convertido en parte central, y también problemática, de nuestras vidas, es importante tener claros tres conceptos que se conectan: FOMO, nomofobia y phubbing.
Se denomina FOMO (del inglés fear of missing out, miedo a perderse cosas) a la sensación de angustia, en menor o mayor grado, que surge al ver en redes sociales que otras personas –como amigos o conocidos– están disfrutando de experiencias gratificantes en las que nosotros no estamos presentes. También puede entenderse como una necesidad imperiosa y constante de revisión del dispositivo para no perder detalle de lo que ocurre en redes sociales o en los estados de aplicaciones de mensajería instantánea como WhatsApp. Esta espiral actúa como un combustible, derivando en un uso constante de las redes sociales.
Por su parte, la nomofobia, que ha sido definida como un miedo intenso e irracional a estar lejos del smartphone, no contar con cobertura o datos o quedarse sin batería, se relaciona con altos niveles de estrés y ansiedad, así como menores puntuaciones en rendimiento académico.
El phubbing consiste en ignorar o desairar a las personas que están presentes en la conversación por estar haciendo uso del teléfono móvil. Aunque, a priori, pueda parecernos un comportamiento inofensivo y normalizado, es capaz de debilitar las relaciones entre sujetos, generando sentimientos de falta de importancia, desprecio o desinterés en quien lo recibe.
Así pues, en nuestra investigación encontramos que aquellos universitarios que presentan niveles más altos de FOMO también tienen más nomofobia. Además, informan que practicar phubbing (o ser víctima de éste) aumenta el FOMO. Esto parece lógico, ya que sentir que nuestro interlocutor nos ignora por utilizar el dispositivo puede despertar nuestra necesidad de estar conectados, bien para estar al corriente de lo que ellos están viendo, bien para regular nuestro estado emocional.
Bienestar digital a todas las edades
Los hallazgos de nuestro estudio ponen de manifiesto que los riesgos de internet no entienden de edades, ni de etapas educativas; es decir, que no solo los menores tienen problemas para hacer un uso equilibrado.
Parece necesario, por tanto, promover acciones de concienciación masiva sobre el potencial impacto que el uso extendido de los dispositivos está acarreando en nuestra salud (física y mental) y en nuestra educación, que inviten a la población a reflexionar sobre su consumo y a recuperar el control de su tiempo.
Este tipo de formación debería comenzar desde etapas tempranas de la vida y educar en una relación saludable con la tecnología a lo largo del desarrollo: los límites de tiempo de uso, el manejo de herramientas tecnológicas, la identificación de riesgos y contenidos inapropiados y el fortalecimiento de habilidades sociales cara a cara (escucha activa, presencia en las conversaciones), sin olvidar la concienciación sobre privacidad y seguridad en línea (protección de la información personal, navegación segura en la red), son temas que se deben tratar y enseñar desde la infancia.
Francisco José Rubio Hernández. Profesor ayudante doctor. Universidad Autónoma de Madrid. Departamento de Pedagogía. Área de Métodos de Investigación y Diagnóstico en Educación, Universidad Autónoma de Madrid
Adoración Díaz López. Docente en la Facultad de Educación e Investigadora en el Grupo Ciberpsicología, UNIR – Universidad Internacional de La Rioja
Ana María Giménez Gualdo. Profesora Ayudante Doctora, Facultad de Educación, Área de Métodos de Investigación y Diagnóstico en Educación, Universidad de Málaga
Vanessa Caba Machado. Docente en la Facultad de Educación e Investigadora Postdoctoral en el grupo de Ciberpsicología, UNIR – Universidad Internacional de La Rioja