Es 15 de junio, una fecha marcada en rojo en el calendario para los vecinos de la Sierra de la Culebra. Un día como este, pero de 2022, empezó una pesadilla que, semanas más tarde, se reprodujo de forma más cruenta, aún más dañina. Pero el verano de los incendios comenzó tal día como este domingo: «Recordamos aquella maldita tarde. Empezaron a caer chispas en la sierra y eso nos recordó a las malas historias del 90 y del 91, dos años jodidos».
Quien habla es José Manuel Soto, sindicalista de la Alianza UPA-COAG y vecino de Cional. No lo hace para este medio de comunicación, sino para la gente que se ha congregado en Villardeciervos con la idea de manifestarse contra el abandono. Han ido 200 hombres y mujeres de la contorna. Las quejas hablan del fuego, de las medidas que faltan para prevenir una catástrofe similar. Pero también se cita el tren que ya no para. O la ausencia del Seprona. O la merma de las ayudas económicas para una sierra que tiene «todos los títulos, pero ni un puto duro».

Con todo, en este 15 de junio, es inevitable tener la cabeza en los incendios: «Las avionetas de Rosinos no salían. Cómo iban a salir si no estaban. A nuestro querido amigo no le salió de ahí firmar lo que tenía que firmar», señala Soto, que se refiere al director general de Patrimonio Natural y Política Forestal de la Junta, José Ángel Arranz. El que estaba en 2022 y el que sigue ahora. El que aparece con nombre y foto en algunos de los carteles de la manifestación.
Soto sigue con el relato: «El 15 la cosa estaba mal, pero aún así el 16 de junio hicimos la procesión y pasaban aviones cargados de agua. Pensamos: bueno, esto está solucionado. Pero por la tarde salía mucho humo. Yo le hice una llamada a un agente medioambiental y le comenté: esto tiene mala pinta. Algunos estábamos aquí viendo aquella bola», rememora el sindicalista, que asegura que, en aquellos ratos, se le encendió la bombilla de lo que sucedió en 1991: 15.000 hectáreas calcinadas. Esta vez serían el doble. El cuádruple si se junta con el de julio.
Aquella noche del 16 hubo que sacar a gente de los pueblos. Los de San Pedro de las Herrerías fueron para Villardeciervos, pero en el propio núcleo grande se desató «el caos» pocas horas después: «Los pueblos estábamos abandonados a la aventura. No pasó más porque Dios no quiso. Pero a los pocos días hubo otro incendio: en Figueruela. El viento lo empujó a Portugal y allí perdió la vida un piloto que también es víctima de los fuegos», recalca Soto, al que no le hace falta explicar lo que ocurrió después.
En julio, se prendió en Losacio. Y el resultado fue devastador. No por las hectáreas, más incluso que en el primero. Sobre todo, por las vidas. Cuatro muertos: «¿A quién se le quemó la sierra?», se pregunta ahora el sindicalista: «A nosotros, los que estamos aquí, no a quienes están en los despachos», se responde a sí mismo.
«Todavía tenemos un espacio grande que no se quemó»
¿Y ahora? ¿Qué pasa tres años después? «De los incendios, echamos de menos que no haya un plan especial para prevenir otra catástrofe. Todavía tenemos un espacio grande que no se quemó y que hay que cuidar y mimar. Pero no se ha hecho nada. Y cuidado, que la historia se repite, no estamos libres. Tenemos razones más que de sobra para levantar la voz», clama Soto, que vuelve a echar un ojo al pasado de más atrás. Fue el piloto portugués. Fueron Daniel, Victoriano, Eugenio y Ángel. Fue también Albertín, antaño. Nadie quiere añadir más nombres a la lista.