El sol pega con fuerza a primera hora de la tarde del lunes sobre la piedra de Puebla de Sanabria. Conviene buscar un refugio para resguardarse del calor, así que la gente baja el río. Por allí hay críos en bañador, muchachos hinchando una barca o vecinos que expresan con su actitud que la tranquilidad es lo que se busca. Pero la escena más llamativa se encuentra unos metros más allá, sobre el césped y bajo la sombra, con el rumor del agua como telón de fondo. Allí están las tejedoras. Son unas cuantas, más incluso cuando uno se acerca y va contando cabezas. No andan lejos del medio centenar.
Lo de tejedoras en femenino no es una generalización. Todas son mujeres. Y hablan. Y se cuentan los problemas. Y se ríen. Y bromean. Y tejen, claro. Ellas son las participantes en el tercer encuentro organizado por la Asociación de Labores Solidarias de La IAIA para tejer en público. El pueblo escogido para el evento es Puebla de Sanabria, pero las presentes no solo son de allí. También vienen de Mombuey, de Villardeciervos o de Anta de Rioconejos.

Cada una tiene su grupito en su territorio, aunque casi todas están implicadas en las iniciativas solidarias comunes. Quien lo cuenta primero es Virginia Anta, coordinadora de los proyectos sociales de La IAIA, que enseguida le cede la palabra a la anfitriona, Rosa Sotillo. Esta mujer es la responsable de El Serano, la asociación de Puebla que junta cada martes a quince tejedoras en el instituto Valverde de Lucerna. Esta vez es lunes y al aire libre, algo especial, pero la rutina juntas es lo que atrapa a las que se implican.
«Nos juntamos para hablar y para socializar, y luego donamos lo que hacemos», explica Sotillo, que narra, por ejemplo, cómo en Navidad llevaron mantas a las residencias. «El Serano, en Sanabria, era cuando las mujeres acababan en el campo y se iban a tejer y a contarse», aclara la representante del colectivo, que añade que es un plus poder dotar de esa parte solidaria a su entretenimiento semanal.
El proyecto surgió en Puebla de la mano de la citada Virginia Anta y pronto echó a andar. Ya son tres años. Lo que permite el día en la calle es «visibilizar». «Se trata de que la gente vea lo que hacemos», apunta Sotillo, que recalca que la mayoría en El Serano ya sabía tejer, pero que hay mujeres que han aprendido sobre la marcha. El reto ahora es sumar también a algunos hombres a la causa e implicar a las niñas. Lo segundo parece más encarrilado que lo primero.

Además, de la mano de este proyecto, dos de las tejedoras de Puebla, Raquel Lorenzo y María Almaraz, acudieron en mayo a Marruecos para llevar prendas y, sobre todo, para enseñar a las mujeres a tejer. Las dos fueron de la mano de La IAIA, en una expedición con otras cinco compañeras de otros puntos de España: «También enseñamos a hacer manualidades a los niños», apostilla Lorenzo, mientras su compañera indica que «lo más gratificante» fue conectar y enseñar cosas útiles a mujeres con las que no compartía ni una sola palabra de un idioma común.
Más allá de la experiencia en África, Almaraz celebra la vigencia de las tejedoras en Puebla: «Es una forma de salir de la rutina y de hacer cosas con las manos, pero también con la cabeza. Es algo que trae muchos beneficios a nivel de meditación, de psicomotricidad o de relajación», destaca esta representante de El Serano, que habla mientras, de fondo, las dos Pilares, Beni y Socorro siguen a lo suyo sin levantar cabeza.
Las cuatro mencionadas vienen de Mombuey y con Silvia Iglesias, la trabajadora de la residencia del pueblo, que dio continuidad a la labor emprendida anteriormente por su compañera Rosario: «Tejer es una actividad que a nivel terapéutico les viene muy bien, porque centra mucho la atención en lo que están haciendo. También el trabajo con las manos, que conecta un poco con el interior, y la sensación de relajación, de dejar la mente quieta por un momento», analiza Iglesias.

Desde luego, en los centros para mayores, estos proyectos funcionan. También en Villardeciervos, cuyas usuarias no han ido a Puebla por la distancia y por el calor, pero que cuentan entre sus filas con alguna tejedora muy destacada. Por varios motivos. Entre todas, brilla María Gallego, una mujer nacida en Codesal en 1923 y que, en noviembre, cumplirá por tanto 102 años. Su nuera, Natividad Pomeda, muestra orgullosa una bufanda que ha salido de esas manos centenarias: «Esto las mantiene ocupadas», recalca la familiar, aunque no tiene claro que ese sea exclusivamente el secreto de la longevidad. «El año pasado se lo preguntó el obispo y ella le dijo que la clave era tener genio». Seguro que la ilusión por la siguiente prenda también influye.