Falta una hora para estrenar y el elenco ya está en el local. Nada de camerinos bajo las tablas, nada de salas donde se va escuchando de fondo el barullo del público que accede al teatro. Los cinco intérpretes y el director aparecen en una estancia a pie de calle en pleno San Torcuato, visibles a través de un escaparate. De eso se trata. El dramaturgo se llama Fabián Díaz y de su cabeza parte lo que va a venir a continuación. Para la escena, tres mujeres y dos hombres: África López, Lucía Gonzalo, Paula Carrera, Rubén Aguilar y Cándido de Castro.
Ellos dan forma al proyecto teatral Imagina una ventana, pero por la propia esencia del proyecto escénico no pueden hacerlo solos. Esta idea necesita a personas ajenas para que le insuflen vida. «Trabajamos en convivencia con el espacio urbano y vamos armando un relato a partir de la gente que pasa por la calle», resume Díaz, que advierte al público que está a punto de llegar: «Se van a encontrar una obra de teatro que no se parece a una obra de teatro».
El director trata de contar sin contar. No solo porque no quiera revelar parte del contenido esencial de la propuesta antes de que la gente la vea, sino porque no lo sabe todo. A ese abismo se asoma: «Parte de las historias que se cuentan provienen del elenco y algunas están diseñadas desde el trabajo dramatúrgico previo», indica Díaz, que subraya que el recorrido arranca de la observación de las personas que pasan por la calle, por ese escaparate que es una ventana al mundo.
«Nunca sabemos cómo va a ser completamente», admite el dramaturgo, que apunta que la calle es «como un carrusel que gira y gira y no se detiene nunca». «Trabajamos con el azar porque es imposible controlar lo que sucede fuera, pero el trabajo está preparado para contener ese factor. Si no, todo se volvería caótico», insiste Díaz, que va dando forma al relato de una performance con riesgo controlado.
Desde la parte del reparto, Rubén Aguilar aclara que inicialmente se aferraron al guion, a lo primero a lo que se pudieron sujetar. Luego vinieron los descubrimientos: «La primera vez que entré aquí era como un espectador más, estaba excitadísimo. Luego, conforme ha ido pasando el tiempo, me he ido acostumbrando a la vida que hay fuera y me he preparado para la sorpresa. En realidad, hay momentos en los que estás actuando y no sabes qué va a suceder. Eso es mágico, la verdad», abunda el actor.
Mientras Aguilar se explica, sus compañeros le miran desde una esquina. Quizá el lector haya reconocido algunos de sus nombres, esta ciudad no es tan grande. ¿Cómo llegaron hasta aquí? En realidad, tan sencillo como un casting abierto organizado por la mano que lo mece todo en esta obra, la del Teatro Principal: «A mí me llegó por una conocida y me lancé. Al cabo de un tiempo me mandaron un mail para informarme de que había pasado la primera fase y me convocaron a un taller de audición de dos días», recuerda Rubén Aguilar.
De ese taller salieron los cinco. «A partir de ahí hemos ido descubriendo todo por fases, como zonas de composición. Lo hemos ido amalgamando y, al final, hay un relato en el que todo tiene sentido», comenta el intérprete, que matiza que los ensayos arrancaron en otro lugar. Desde que aterrizaron en este local de San Torcuato, con la mirada real a la calle, todo ha ido compactándose. La práctica ha durado cuatro fines de semana, doce sesiones de trabajo. Apenas cinco en el lugar donde ahora está a punto de nacer todo.
Fabián Díaz interviene de nuevo para recordar que aquí no hay una historia lineal: «No hay un argumento en el cual unos personajes van a atravesar una aventura. O se van a vengar. O se van a enamorar. Aunque en parte sí, porque eso siempre forma parte de la vida», sugiere. «Lo que hemos ido haciendo ha sido abrir ventanas poco a poco. El elenco lo ha ido entendiendo perfectamente y eso nos ha permitido construir la estructura de trabajo muy rápido», asegura el dramaturgo.
Eso, desde la parte del director y de los intérpretes. ¿Pero cómo es esto para el público? «Bueno, el público mira a través de las ventanas», recalca Díaz, que comenta que «así como el teatro contemporáneo borró la cuarta pared», esta obra «borra de alguna manera la primera». «Al fondo de lo que sería el escenario se ve ahora la calle, y la gente va a estar presente a través de la mirada y de la escucha», añade el dramaturgo y se dirige directamente a Aguilar: «¿Estás de acuerdo, Rubén?».
«En bifocal»
El intérprete admite que el público del interior va a tener que estar «como en bifocal» todo el tiempo. «Le atraeremos nosotros en ciertos momentos, pero también estará lo de fuera. Estamos jugando constantemente con eso», constata el actor. «Se trata de fusionar, poder hacer que se mezclen dos mundos que están siempre muy separados: el de la ficción y el del espectador», remacha Díaz.
Solo una última cosa: «No puedo decir que la recomiendo porque no quedan entradas», bromea el dramaturgo. Después del de este jueves, quedan los pases del viernes a las 20.30 y del sábado y el domingo a la misma hora y a las 13.00. Ninguna de las representaciones será igual que la anterior. Siempre hay que imaginar.