De un blog llamado Jaionara Baby al poemario titulado La Sequía. Y por el camino, una licenciatura en Medicina, una oposición para convertirse en forense, mucha lectura y mucha vida. Víctor Prieto (Zamora, 1988) se estrena publicando, pero acumula años escribiendo. Lo primero que sale a la luz en formato libro (Editorial Isla Elefante) es el resultado de un trabajo de más de cinco años que nace en una visita al embalse sin agua y desemboca en reflexiones, correcciones e incorporaciones. La obra se presentó hace unas semanas en Letras Corsarias (Salamanca); el 12 de junio a las siete y media tendrá su puesta de largo en Semuret. Antes, este domingo, los versos del autor mitad guímaro, mitad de San Lázaro sonarán en la Feria del Libro de su ciudad.
– No hay un hilo aparente.
– Una de las cosas que intenté con el poemario, y que no he conseguido, es que fuese unitario. No ha sido posible, entre otras cosas, porque los poemas están escritos entre 2017, o más bien 2018, y 2023. Hay nexos comunes, pero no es unitario. Hablo de cuestiones de comunicación y he intentado darle una transversalidad a través de las figuras del agua: lo que se hunde, lo que flota o lo que está oculto. También menciono muchas ideas relacionadas con las redes sociales y la tecnología, recursos que a priori son para facilitar la comunicación y al final se convierten en el teléfono escacharrado.
– ¿Cómo se le da homogeneidad a un poemario escrito a lo largo de cinco o seis años, cuando uno cuenta las cosas desde posiciones tan diferentes dentro de su propia vida?
– Corrigiendo después. O sea, mucho de lo que ves aquí – señala el libro – es fruto de la corrección con Ben (Clark), mi editor. Los más recientes cronológicamente se han tocado menos, probablemente porque yo ya tenía más entrenamiento, pero los anteriores han evolucionado más. Al final, he intentado ir construyendo un paisaje. No es nada cronológico, ni tampoco una autopsia psicológica, sino ideas que pueden estar enlazadas de alguna manera. Cuando vi que tenía un bloque, se lo mandé a la editorial.
– Desde joven ha escrito sin publicar en formato libro, también prosa. ¿En qué momento hace clic y ve que tiene un poemario en ciernes?
– Yo tenía una idea inicial. De hecho, el título es prácticamente lo primero y surge en el año hidrológico 2017-2018, cuando se produce un gran descenso en el nivel del embalse de Ricobayo, que llega verdaderamente a cotas muy bajas y deja sin agua toda la parte que circunda el término de Videmala. También queda vacío el cauce del río Aliste. Entonces, salen a flote las edificaciones antiguas que había, los tocones de los árboles que talaron, el propio cauce que estaba allí indemne, unos pontones de piedra… Eso lo visité con Ana y Jose, que me llevaron, y es ahí donde digo: ostras, me parece una imagen muy potente. Esto lleva aquí cien años, es una cuestión que está conservada, pero que para que surja tiene que producirse una situación, vamos a decir, deficitaria, una carestía, una falta de algo. Y, sin embargo, está aquí siempre. ¿Cómo está cuando permanece tapado? ¿Sigue existiendo igual? Hay una fuente, la fuente del Caño, que está manando cuando ha bajado todo, cuando la cota del embalse está por debajo. Entonces; mi pregunta era: Esto, cuando está sumergido debajo de hectómetros cúbicos de agua, ¿cómo está? ¿Sigue manando? ¿Qué sentido tiene? A partir de ahí, intenté construir algo a base de imágenes entre el agua y lo seco, pero claro, se me agotó rápido. Escribí siete u ocho, que algunos están y otros han desaparecido, pero intenté tirar por esa vía. Luego he ido sumando ideas.
– Y referencias.
– Sí, por ejemplo hay referencias veladas al cambio climático. Incluso a Ribadelago. Lo que pasa es que esto ha salido después de la dana y ha habido gente que me ha dicho: qué rápido lo has reflejado. Pero no, no, no. Estoy refiriéndome a algo que pasó a finales de los 50. Hablo explícitamente de la dictadura, de embalsar, de la zona de arriba del lago… Pero tampoco he querido cerrarlo tanto. De hecho, en todo el libro, creo que solo hay un nombre concreto de un pueblo y es Manzanal del Barco por un asunto muy particular de una noche de concierto. También me gusta que alguien de otras tierras pueda sentirse identificado de otra manera, que haya elementos transversales.
– ¿Por qué en el momento en el que sale de la excursión a la zona donde aparecen los restos de lo que había bajo el embalse se le pasa por la cabeza un poemario y no una novela o un ensayo?
– Para mí es una colección de imágenes, es como un álbum de fotos. De cada imagen puedo hacer una condensación o una concreción de ideas. Además, a base de escribir poesía y de ser corregido, he ido descubriendo la importancia de que surja la imagen. Es decir, no tanto que yo cuente lo que se ve, sino que sugiera. Se trata de contar más con menos. Y es un juego que me divierte mucho. Tal vez, en prosa, esta historia no tendría sentido, pero si intento plasmarla con la poesía, sí. Soy consciente de que la gente que no está acostumbrada a leer poesía puede tener una sensación de incomprensión, de decir: hay algo de lo que no me he enterado. Pero la idea no es esa, es al revés: ¿A ti qué te quiere decir? ¿Qué te sugiere? Hay un manual que acaba de publicar Ben Clark con Alba Editorial que se titula Manual de Mecánica Poética, en el que reflexiona sobre toda esta cuestión y habla de una idea muy bonita que es la del lector futuro. Yo ya sé lo que los poemas quieren decir para mí, pero venga, ahí están ahora para ti. Por ejemplo, de la fuente de la que hablaba, yo recuerdo perfectamente las formas, las proporciones, el material, el ruido que hacía. Pero a lo mejor, a esa otra persona que lo lee, le puede representar un pasaje de su niñez, una preocupación que haya tenido, un momento de alegría que haya vivido o un recuerdo en su pueblo. La poesía para mí tiene ese valor de que surge del lector.
– Suelta el libro para que vuele solo.
– Es la idea. Tampoco existe esa cuestión de si habré entendido correctamente el poema. Bueno, no hay nada que entender. Hay algunos que son más obvios, pero otros que pueden ser más abstractos. Luego, no es solo el significado, también la forma. En uno de ellos, yo hablaba de rascacielos y Ben Clark me propuso hacerlo con la forma invertida de un edificio de ese tipo. En la poesía puedes jugar también con esa parte estética. Te lo digo sin ser yo, ni mucho menos, alguien formado teóricamente en la poesía, sino una persona más intuitiva.
– Hable un poco de usted. Ha publicado su primer poemario con 36 años, su formación va primero orientada a la ciencia y luego a la parcela judicial. No hay unos estudios específicos vinculados a la literatura, pero sí una obra inicial muy madurada. ¿De dónde parte todo?
– Siempre me ha gustado escribir, desde pequeño. Igual que otros pintan, para mí escribir es la forma de expresarme. Sí que lo disfruté mucho más en la adolescencia y tengo por ahí escritos que si los leyera ahora serían horripilantes, pero seguro que eran divertidos y encerraban algo. En un momento dado, sobre los veinte años, empecé a hablar con David Refoyo porque coincidíamos en el fútbol, en La Polla Rojiblanca. Él ya escribía poesía, iba a publicar su primera novela y le consulté por inquietud. David me orientó, me recomendó varios autores para leer, para empezar a familiarizarme con la poesía, porque de alguna manera yo ya sentía que por ahí podría expresarme mejor. También me dio un buen consejo: me dijo que primero tenía que vivir y luego escribir. No digo que por eso se haya retrasado tanto el poemario, pero sí que me ha ayudado a ubicarme, aunque esté lejos de conseguir ciertas cosas.
– ¿Ser muy reflexivo o tener un cierto síndrome del impostor puede alejar el momento de publicar?
– Antes hablábamos sobre el momento en el que haces clic, cuando sabes que lo tienes. Recuerdo hablar de esto con Javier Martín Denis en el verano de 2023 y decir que ya le había dado todas las vueltas que le podía dar, que si seguía esperando quizá ya no iba a pasar. Seguro que esto – señala el libro – se puede corregir infinitamente, pero tiene que llegar un punto en el que te lances. Yo estoy muy satisfecho de cómo lo he visto crecer, de cómo ha cambiado y mejorado desde los borradores iniciales. También tengo ganas de empezar a recibir mensajes del otro lado, porque yo ya sé lo que me dice. En algunos poemas, también me ha costado corregir porque estaban como muy apegados a mí y tenía que alejarme de ellos.
– A lo que se acerca es a ciertos referentes, tanto de forma explícita como velada. Ahí están Maribel Andrés Llamero o Mark Strand, pero también Claudio Rodríguez. ¿Cómo ha ido salpicando la obra esa presencia de otros poetas?
– Cuando juego a esto, para mí es muy importante conocer los límites del campo. Y me siento muy afortunado de poder contar con la confianza, o al menos con la conversación, de David Refoyo, Ben Clark o Maribel Andrés Llamero, que me han ayudado en la confección del poemario. Son gente con una carrera muy consolidada, autores premiados, y yo he tenido muchísima suerte de poder contar con ellos en el debut. Otra gente tendrá cosas muy buenas intuitivamente, pero yo he tenido esa fortuna de que ellos me digan: mándamelo, vamos a leerlo, cambia esto. Además, los tres me han dado lecturas. No me han dicho que escriba, sino que lea. Como decía antes, mi formación académica es científica, aunque creo que la medicina también tiene una vertiente humanista, no es física cuántica. Se trata con la persona. Yo trabajo en medicina legal, donde la mayor parte de las cosas que vemos son traumáticas o dolorosas, y creo que es precisamente en esos momentos de la vida donde la poesía tiene más encaje o más utilidad. Ahí donde nos pueden faltar las palabras. Creo que me he ido del tema.
– Hablaba de los límites del campo.
– Sí. Con las lecturas que me han dado lo que he hecho es un juego de espejos y conversar con poemas de otra gente. Esto es un poder de la poesía: cómo de algo sencillo, de un solo verso, puede surgir otro poema. Y cuanto más lees, más te identificas con una voz o con otra. Yo soy muy afortunado por la gente que tengo cerca.
– Cuando uno escribe un poemario por primera vez, ¿le viene la sequía o manan más versos?
– Tengo ideas y ganas de más, pero hay dificultades a la hora de volver a empezar. En este momento, tengo menos producción, pero me siento como con más herramientas. Justo ayer hablaba con Maribel (Andrés Llamero) y le decía: ahora mismo no me está saliendo nada, ¿qué hago? Y ella me respondió que lea, que de ahí saldrá algo. Sí que me ronda la cabeza un poemario en el que hablar más directamente sobre medicina legal.
– ¿Se puede escribir y no hablar de uno mismo o de sus propias vivencias?
– Sí. Quien lea esto no puede pensar que es la vida de la persona que lo escribe. Todo es mío, porque lo he escrito, pero si alguien llega dispuesta a conocer a Víctor a través del libro se llevaría una idea completamente equivocada. No hay esa autoficción, sino ideas que surgen o imágenes que yo observo. En esto es bonita la palabra autopsia, porque habla de eso, de observar por uno mismo. Yo creo una imagen literaria, pero no cuento lo que siento. No es una autobiografía ni un ensayo. Julio Verne no viajó a la luna.
– ¿Incluso la remontada de la resaca que dibuja en el poema en el que cita al Real Madrid puede ser otra cosa?
– Esa es una imagen común del ideario madridista. Es verdad que el Real Madrid gana con una frecuencia relativamente alta en relación a otros, pero sigue siendo una frecuencia relativa. Para muestra, este año en el que ha fracasado estrepitosamente. El poema es esa imagen de la posibilidad de remontada, pero habla de la redención. Y no de una redención concreta mía o de mi amigo Rafa, a quien se lo dedico, sino de la idea común que compartimos sobre la posibilidad de redención que el Madrid ejecuta en forma de remontadas; de cómo redime sus pésimos 175 primeros minutos de una eliminatoria en los cinco finales. El poema habla de la idea abstracta de redención, no tanto de que salí una noche de noviembre, la lie pardísima y el domingo digo: venga, esta semana me porto bien.
– El libro se puede leer en cualquier orden, coger un poema al azar y disfrutarlo sin necesidad de más contexto. Para cerrar, hábleme en particular del que trata del alzhéimer.
– Nace de una imagen de mi trabajo. Tuve que hacer una valoración psíquica de una persona a la que diagnostican con un alzhéimer de inicio atípico por la edad. Él se mete a conducir por sentido contrario en la autovía durante treinta kilómetros, lo paran y ven que no está bien. Ahí me pregunto cómo es ese proceso de olvido, qué se prioriza y por qué es aleatorio. En la enfermedad sí que parece que la evocación de lo antiguo está más conservada que la fijación de lo reciente, sin ser yo un experto en esto. ¿Por qué? El proceso de olvido es resistente a las leyes físicas. No puedes olvidarte voluntariamente de algo. Ese poema habla de esa parte y plantea varias veces la ausencia de voluntariedad en el olvido. Es un proceso que responde a sus propias dinámicas y que lo mismo se aplica al amor o la amistad que a la vida diaria. El poema me parece triste, pero intento darle una esperanza final: ¿Y si lo último que pudiéramos olvidar fuese algo feliz?