Ricardo Manuel Alves Rodilhão aún recuerda los tiempos de la dictadura, del Estado Novo salazarista. Solo era un niño, si acaso un preadolescente, pero le cuesta olvidar que «no había ni agua ni luz en las calles» de Avelanoso, su pueblo portugués ubicado solo a nueve kilómetros de Alcañices. La distancia con España era poca pero, en los 60, en los 70 y hasta en los 80 que él conoció, la frontera no era solo un cartel de bienvenida y otro de despedida. El muro invisible era una rémora para los dos lados.
El vecino narra su historia porque se acerca un aniversario redondo. El 12 de junio se cumplirán 40 años de la firma del tratado de adhesión de España y Portugal a la Unión Europea, un acuerdo que se hizo efectivo el 1 de enero del año siguiente y que sirvió para cambiar las relaciones de frontera en estas tierras. Un acto organizado por la Representación de la Comisión Europea en España, en el convento de San Francisco de Alcañices, sirvió este miércoles para conmemorar aquella fecha. También para recordar. Y eso hace Ricardo.
Porque las palabras del vecino de Avelanoso cuentan también la historia de los tiempos del contrabando: «Nuestros padres vivían de la agricultura y del comercio, de lo que pasaban a España«, advierte el portugués, que rememora aquellos viajes clandestinos con el café y los productos que se traían de vuelta. «Al principio cruzábamos a pie», explica Ricardo, que vivió todo aquello desde niño. Incluso, la época en la que su familia ayudaba a cruzar a los emigrantes.

«Las personas que venían del norte llegaban por aquí a la frontera y nosotros los llevábamos a cruzar por Alcañices», apunta el vecino. Desde allí marchaban rumbo a Francia, a Suiza o a Alemania. En busca de la prosperidad a cambio de los trabajos más duros en el centro de Europa. Todavía hoy, en verano, los familiares de aquellos que se fueron llegan por miles a pasar las vacaciones en Tras-os-Montes.
Quienes se quedaron siguieron un tiempo con el contrabando. Ricardo habla de las «carrinhas», de la venta de toallas y de otros productos, de pasar por Alcañices o por Moveros, de llegar en vehículo e ir casi hasta Madrid a cargar y descargar mercancías. «Solo cuando abrieron las fronteras se acabó», admite el hombre de Avelanoso, que mira con nostalgia a aquel pasado por las amistades, por los vínculos de «la rapaciada», por sus tiempos de futbolista en el Águia Vimioso y los partidos en Aliste. «Esta era la vida en la frontera», remacha. Peor que la de ahora, pero con otra edad.
María, de la mano de la cantante
A su lado, María Silva escucha antes de dar su testimonio. Todo el mundo la conoce en Alcañices. Allí abrió un bar-restaurante en 1979 y lo cerró el día de Nochevieja de 2019. Fueron cuarenta años tras la barra. Lo que quizá no todo el mundo sepa es que ella llegó de Caçarelhos, que el deje portugués de su castellano se explica porque su vida se desarrolló al otro lado de la frontera hasta los catorce, cuando una mujer llamada Adélia, cantante tradicional y también contrabandista, la llevó para Aliste. Y allí quedó
En aquellos tiempos de dictaduras, María empezó a ganarse el pan sirviendo en casa de un registrador. Por entonces, ya conocía el contrabando: «Pero solo vine dos o tres veces», aclara. Pronto, se fue integrando en el lado español, conoció al que sería su marido y se casó antes de cumplir los 18. Las miserias de aquellos años condujeron a la joven pareja a marchar a Alemania antes de retornar y abrir el negocio con el que funcionaron el resto de su vida activa.

«En esos años se llevaban dos kilos de café y se traían fardos de pana, cacharros de barro o chocolates», explica María, sobre los días del comercio clandestino. El riesgo estaba en los guardias: «Una hermana de mi padre vino una vez a por pan para dos semanas, pero la pillaron, se lo quitaron y lo tiraron al regato», apunta la vecina, que constata que «ahora se vive mejor, mucho mejor» en realidad. Lo que ocurre es que «estos pueblos han bajado mucho».
Más libertad y menos gente
María lo cuenta desde la óptica de su negocio: «En su tiempo, aquí había 16 bares y seis restaurantes», asegura. Y se refiere a los años del fin de la frontera y de la vida hasta el siglo XXI, cuando a su juicio todo empezó a caer en picado. La zona envejeció, se quedó sin gente. No es que fuese un fenómeno estrictamente nuevo, pero se acentuó. Hay más libertad y más comodidad, pero menos vecinos.
Al lado de Ricardo y de María, dos jóvenes intervienen en la charla. Una de ellas se llama Vania Macedo. Es portuguesa, pero vive en Alcañices. «Yo ya nací después del cambio. Ahora, necesitamos que nos ayuden a nivel europeo», remarca. El otro interviniente es Fernando Rodilhão, el hijo de Ricardo: «Nos tienen que facilitar el acceso a los fondos. No tenemos ni recursos humanos ni financieros», señala.
La charla evidencia que nadie quiere volver a un pasado de frontera, pero sí a una realidad en la que más gente pudiese mirar al futuro.