Bernardo Pérez Moralejo nació en el 36, en el año de la guerra. Lo cuenta tal cual, sentado en la estancia ubicada a la entrada de su casa mientras descansa antes de la faena. Y es que este hombre que empieza a bordear los noventa sigue atendiendo al ganado: «Voy un poco por la mañana y otro poco por la tarde», resume. A su vera, salta a la vista una barra como de bar. Vaya, es que es de bar: «Sí, lo tuvimos también aquí. Y una pequeña tienda, pero ya no pudimos seguir más», explica el hombre mientras una muchacha veinteañera sonríe al fondo.
Esa es la escena, pero conviene ordenar los elementos: Bernardo cuenta esta historia desde Pasariegos, el pueblo de Sayago donde ha hecho la vida y donde mantiene un puñado de vacas de raza sayaguesa. Catorce ejemplares en extensivo, según él mismo. La chica que asiste divertida a la conversación se llama Sonia, nació en 2001, es su nieta y tiene una hermana llamada Raquel, un año menor. Spoiler: ninguna de las dos va a aparecer como espectadora en esta historia.

Bernardo y sus nietas son coprotagonistas de una especie de milagro en una tierra más acostumbrada a las huidas. La cuestión es la siguiente: el abuelo sigue como pastor, lo cual, habida cuenta de su edad, ya merece un capítulo aparte. Pero es que, además, Raquel, la nieta menor, quiere cogerle el relevo para quedarse con las vacas de raza sayaguesa, meter más y establecerse como ganadera. Y otro poco de aderezo: Sonia es enfermera, pero su idea es quedarse cerca para no soltar nunca de la mano a su hermana y ayudar a sostener el legado familiar.
Por cierto, se nos olvidaba un detalle: la madre de las chicas tiene 700 ovejas churras también en Pasariegos, dentro de una nave que hizo en los noventa el propio Bernardo. En realidad, llamar pastor a este hombre resulta bastante reduccionista, como podrá comprobar el lector. El tipo es de esa gente que hace de todo. Incluso, conducir un tractor con soltura a estas alturas de la vida. Y es que la historia sigue. Pero hay que contarla fuera, entre el ganado.

Cuando Bernardo arranca el Massey Ferguson sin cabina son las cuatro de la tarde de un viernes de mayo y toca sacar primero a las ovejas. Las chicas van delante, una a pie y la otra a bordo de una Derbi Variant. Las acompañan unos perros que ayudan a conducir al rebaño. La nave donde están los animales, en el centro del pueblo, sorprende por el tamaño. «La hizo mi abuelo», recuerda Sonia, siempre risueña, casi siempre emocionada cuando cita al hombre que la espera con el tractor arrancado.
Cubierto el trámite con las ovejas, la enfermera se encarama al vehículo con Bernardo y el fotógrafo mientras Raquel conduce al periodista a la zona de las vacas. En el camino, la veinteañera que está a punto de incorporarse como titular del negocio cuenta que quiere meter más ejemplares de raza sayaguesa, que tiene que hacerlo, además, por cuestiones burocráticas. También dice que quiere seguir de la mano de su abuelo mientras él pueda. Ella pondrá todas las facilidades, aunque sabe que habrá problemas. Y no precisamente por Bernardo. Por ahí asoman la falta de ayudas, el lobo que ronda y otros peligros comunes a quienes eligen esta vida. La joven no ignora el riesgo, pero lo asume.
Las vacas de raza sayaguesa, imponentes, se encuentran en un paraje algo alejado de la población de Pasariegos. Allí se detienen los vehículos y se retoma la charla. Bernardo y sus nietas se apoyan sobre un cerco de piedra, clásico por estos lares, y empiezan a hablar. Primero, el veterano, que trata de explicar lo que supone para él la continuidad del legado en manos de quienes fueron sus niñas y ahora son dos mujeres: «Ya es una cosa difícil que alguien quiera entrar, pero a Raquel parece que le gusta y quiere seguir con esto», señala el pastor, que antes de mirar al futuro viaja un poco al pasado.

Bernardo está metido en esto desde niño. Nació en Entrala, pero pronto vino para acá. «Teníamos unas poquitas ovejas y le cuidaba otras a un vecino. Luego iba a las vacas con otro quinto mío porque eran de su padre, y de toda la vida me han gustado muchísimo», señala el pastor, que se sintió vinculado desde crío a la raza sayaguesa: «Muchos se han ido a otras, porque estas las barataron, pero yo las quise desde chiquito y con ellas sigo».
De hecho, Bernardo Pérez es uno de los fundadores de la asociación de la raza, hace ya cuarenta años. «En su día había tres ferias por ahora cuando llegaba junio: en la Muga, en Bermillo y en la ermita de Gracia. Y venían de Burgos, de León, de Salamanca y de Valladolid a comprar las vacas más gordas que hubiera». Estas de raza sayaguesa «sacaban la remolacha y los productos de la tierra, eran tremendas para el trabajo, se llevaban por delante lo que les echaras en el carro; tenían mucho poder», asegura el pastor.

Ahora, la fuerza de trabajo hace tiempo que dejó de ser una virtud a valorar, pero Bernardo defiende la raza para la carne. Y su nieta va con él a muerte. «Ahora hago lo mismo con ellas todos los días, que es moverlas a donde haya agua y hierba y, después, las meto ahí en una cortina a dormir y hasta la mañana», resume este hombre de Pasariegos, cuya familia marchó en su momento a Argentina, como tantos otros. Para él, irse también habría sido lo fácil. Pero se quedó.
Quizá no a Argentina, pero Raquel y Sonia también podrían haber marchado: a Madrid, a Valladolid, a Zamora capital desentendiéndose del ganado… ¿Quién sabe? Mil opciones. Nadie las culparía. Pero la cuestión es que se quieren quedar. No es una penitencia. Lo de Raquel es un relevo por amor a esta vida. Lo de Sonia, un arraigo real y una vocación por seguir vinculada a lo que dio de comer siempre a su familia. Aunque durante ocho horas al día sea también enfermera.
Cuando a las dos les toca contarlo, las emociones se imponen: «Nosotras, desde pequeñas, siempre hemos ido con él», comienza Sonia, que no puede seguir. Ambas lloran mientras su abuelo les pide que no lo hagan, porque llora él también. La emotividad tarda un rato en disiparse. Normal, si uno piensa en frío todo lo que une a estas personas tan distanciadas generacionalmente: «Nos hemos criado en el tractor, siempre con nuestro abuelo. Ir con él ha sido nuestra manera de apoyarlo», añade por fin la enfermera.

Raquel profundiza en el argumento de su abuelo: quizá con otras razas habría sido más fácil, pero Bernardo decidió quedarse con la sayaguesa. Y ella también lo hará: «Nos encantaba ir a las ferias con él, nos peleábamos por el sitio», incide la joven que tomará el relevo y que vuelve a emocionarse al relatar que nunca tuvo demasiado gusto por los estudios y que vislumbra la ganadería como su camino: «Veo que es una posibilidad. Otros ya han podido vivir aquí y trabajar de lo que les gusta», constata.
Sonia añade que las dos también están muy implicadas con las ovejas churras de su madre: «Estamos muy ilusionadas con los corderos y con los lechazos», destaca la hermana mayor, que apunta que a la familia le costó al principio cuando arrancó con el ovino: «Todo eran trabas también. Ahora, empezamos a ver un poco la luz y Raquel está en casa para hacer cosas. Yo también puedo hacer un montón. Al final, todo es tiempo, gente y ganas de trabajar», resume esta enfermera que, nada más rematar la charla, se tiene que ir a hacer un examen a Córdoba. Es su vida de agente doble.
Su papel en la ganadería será el de apoyar a su hermana: «Quería incorporarme ya este año y meter más vacas para poder sacar más beneficio. Pero estas no voy a quitarlas. Y mi abuelo, mientras él quiera y pueda, seguirá viniendo», sostiene Raquel. El aludido, Bernardo, que atiende a toda la conversación, responde: «Mientras valga el tractor…»

Y como el tractor vale, pues a seguir: el abuelo con las nietas. Antes, con él como primera espada; ahora con ellas llevándole de la mano. «Nos ha enseñado que con esfuerzo todo se consigue. Es una persona súper luchadora», afirma Sonia, mientras Raquel controla a las vacas para que no se salgan antes de tiempo. Los animales solo marchan rumbo a otro paraje cuando la charla llega a su fin. Las lleva Bernardo. Las chicas vigilan.
La cuenta de Instagram
Camino a casa, Raquel y Sonia admiten que la vida que han elegido tiene muchas particularidades en relación a la que escoge la gente de su generación. Tantas, que vale la pena contarlas. Por eso, han creado una cuenta de Instagram bajo el nombre de @ganaderas_cp en la que cuentan sus andanzas con la ganadería en extensivo de bovino y ovino. En su último vídeo, aparece un ternero recién nacido con una frase que lo resume todo: «El sonido de la felicidad». De la felicidad aprendida de Bernardo.