En la rotonda de acceso a la estación de Otero, los guardias civiles indican con el gesto y con la voz. «¡Al santuario, a aparcar al santuario!», grita uno de los agentes mientras da paso a los coches. La directriz hace referencia al lugar donde se encuentra el templo de Nuestra Señora de los Remedios, el recinto donde la comarca se une para honrar a su patrona cada primer domingo de octubre. Esta vez no hay romería, pero sí necesidad de alzar la voz.
Tanta, que la gente no puede aparcar cerca. Toca paseo por la calzada. Resulta inevitable comparar la estampa con la de la fiesta religiosa. Muchos lo hacen mientras se van asomando a la estación donde les espera ya una multitud dispuesta a reclamar respeto y trenes para la comarca. En ese camino van un par de mujeres cuando identifican a los periodistas por la pinta y por la cámara. Quieren hablar.

La primera explica que viene directa de Madrid solo para manifestarse, aunque pronto es su compañera la que toma la voz cantante para hablar de la pérdida de servicios. Su nombre es Domi Pérez y viene de Entrepeñas, una localidad del municipio de Asturianos ubicada a menos de veinte kilómetros de Sanabria Alta Velocidad: «Somos cincuenta, aunque en verano y en fiestas llegamos a 300 o 400», subraya la vecina, que empieza a enumerar lo que pierde la zona si el tren no llega a la hora que toca.
Son los médicos, los trabajadores de la banca, los administrativos, los profesores que no llegan. También son los mayores, los empleados o los estudiantes quienes no pueden marchar. Domi reside aquí más de la mitad del año, la otra mitad en Valladolid. Y le preocupa que todo se complique un poco más en una tierra que atrapa. Lo ha hecho con su hija, con su yerno, con sus nietos, que vienen cuando pueden y que escriben en el cole de parajes que conocieron en la tierra de la abuela. No se puede contar solo a la vecindad que está de continuo.
Ya en el aparcamiento, la delegación de Entrepeñas se diluye entre el gentío y entre carteles que señalan: «Óscar Puente, qué decepción, traicionas a tu región», «Ministro, cagón, Sanabria es un bastión» o «Sanabria no se aísla». Esas frases y decenas más se leen mientras José Manuel Soto habla y el resto jalea. Alguno hasta se emociona. No todos esperaban la respuesta que ha tenido la movilización. Son 3.000 personas. Mucho para esta tierra.

Entre las que no se lo querían perder está una mujer llamada Marta Silva. Es joven y viene de Asturianos. También sujeta una pancarta: «Esto no es solamente un tren para nosotros. Quienes vienen en él son médicos, enfermeros, profesores… Son nuestro servicios, es nuestra vida en esta zona rural despoblada y pretenden resquebrajarnos un poco más. Estamos muy hartos y muy enfadados», argumenta esta vecina de las de todo el año.
Marta es de las que mira alrededor con orgullo: «Es una sorpresa vernos a todos unidos para ser personas recias como somos. Estamos desde niños hasta gente con movilidad reducida. Me encanta ver a mi gente así. Venimos con las ideas muy, muy claras», zanja la vecina de Asturianos, que teme que la gente no quiera coger las plazas de Sanabria si la idea de Renfe se mantiene. Y eso afecta directamente a su vida.
«De aquí a Madrid en burro»
En el otro lado del aparcamiento, un vecino llamado Mateo Rojas, de El Puente, sujeta un cartel en el que se puede leer: «De aquí a Madrid en Burro, gracias Renfe». «Esto es bastante perjudicial para nosotros, para la gente que viene de Madrid o para los abuelos que tienen que ir a Zamora», señala el joven, que considera que el tren «da vida a Sanabria».
«No pedimos muchas frecuencias, solo las justas», remacha el joven, que se hace una de las preguntas que sobrevuela la cabeza de todos los demás: «Si hicieron la estación, ¿por qué no van a parar los trenes?».