– «Ni sé cuándo fue, esta semana no sé ni en qué día vivo».
Habla Julio Guerra, el vecino de Sogo que vio su casa arder en la madrugada del miércoles 14 al jueves 15 de mayo, mientras cruza el umbral de la puerta de la calle de la vivienda de la familia, donde vivió su madre hasta que murió el año pasado y donde, hasta la semana pasada, vivía él como su hermana, una persona totalmente dependiente que tiene parálisis cerebral.
Al entrar a la escena del incendio cuesta imaginar las zonas que Julio ubica perfectamente en la estancia. «Aquí estaba el salón, que era pequeño pero aquí estaba. Ahí la cocina, ahí el dormitorio», va relatando en el centro de una parcela de algo más de cien metros cuadrados en la que, literalmente, no queda absolutamente nada. El techo se ha caído y toda la vivienda está a cielo abierto. Las paredes interiores, de adobe, las típicas de las casas antiguas, ya no existen. El suelo está lleno de cenizas, escombro y algún cristal devorado por el fuego en lo que era la zona de la cocina. Julio enseña un tarro de vidrio totalmente deformado: «Esto era un horno».

Relato de una noche difícil
El fuego comenzó alrededor de la una de la madrugada. Al menos, se consuela, a él le pillo despierto y tuvo margen de reacción. Es de suponer que se desató en la zona de la cocina, donde una estufa de leña calentaba algo las estancias. Julio intentó apagarlo con sus medios, sacó a su hermana «a rastras» de la vivienda (carece de movilidad para poder salir por su propio pie) y volvió a entrar a la casa con una manguera para, de nuevo, intentar controlar las llamas. No pudo y llamó a los bomberos. «Primero llegaron los de Bermillo, pero llegaron sin agua y tuvieron que llenar la cuba aquí con la manguera de mi casa». En lo que se llenaba y no aparecieron los de la base de Zamora, que fueron los que lograron apagar el incendio. Las llamas ya habían devorado la vivienda cuando, a las cinco de la madrugada, acabaron las labores de extinción.

Julio y su hermana residen ahora al otro lado de la calle, en la vivienda de otra hermana, que vive en Valladolid y que se la ha cedido en lo que se intenta recuperar la casa quemada. Una casa a la que el afectado quiere volver a dar vida pero que tiene una complicada solución. La vivienda, para intentar dibujar la estancia de forma gráfica, es la típica casa vieja de pueblo con más de un siglo de vida (paredes anchas, puertas bajas en las que hay que agacharse para cruzar y más bien pocas ventanas). No tiene unos cimientos especialmente boyantes y el techo (en estas construcciones solía ponerse paja en los tejados y las vigas son de madera) ardió con excesiva facilidad.
Pensar en que estas paredes podrán dar cobijo en el futuro a una nueva vivienda es optimista, pero Guerra no baja los brazos. «Es mi casa, es donde he vivido siempre. La quiero recuperar». Sin embargo, la familia no dispone de recursos. Él trabaja eventualmente, en los planes de empleo de los ayuntamientos de la zona y de la Diputación, pero ahora está parado. La familia tampoco dispone de ahorros y la situación de dependencia de la hermana no ayuda. «Si no me ayudan, yo no la puedo arreglar», lamenta el afectado.
Los vecinos del pueblo «se han volcado» con Julio. El fin de semana hubo en la casa «catorce o quince personas», todas del pueblo, para ayudar a sacar escombro y enseres abrasados. La nevera, la estructura de alguna cama y algún que otro mueble de cocina se amontonan justo enfrente de la vivienda siniestrada. «Hemos pedido ayuda porque aquí no se ha preocupado nadie de nosotros. De no ser porque tenemos la casa de mi hermana, ahora estaríamos durmiendo en el coche». El viernes Julio tiene una cita con el CEAS de zona para intentar encontrar alguna medida que alivie un poco la situación, que es realmente penosa. Mientras, se apoya en la caridad de sus vecinos. Un conocido, de Moralina de Sayago, que trabaja con materiales de construcción, ya le ha dicho que colaborará con la reconstrucción. Otros, también de pueblos vecinos, albañiles, se han ofrecido a echar una mano con la obra. «Cuanto antes podamos hacer algo mejor, pero a ver…», asegura.

Él insiste en que quiere recuperar la casa. «Era la casa de mi madre, que murió hace un año. Pero si no hubiera muerto hace un año le hubiera dado un infarto viendo la casa en llamas», afirma. «Claro que la quiero recuperar». Es consciente de que el trabajo será largo y que los frutos, si es que los hay, tardarán en llegar. «Yo tengo poco dinero y tampoco mucho tiempo, tengo que estar pendiente de mi hermana. O me ayuda alguien o me he quedado sin casa. Es triste pero es así». Justo antes de acabar la conversación llega a la casa un vecino del pueblo, que se pasa a intentar dar ánimos. Pese a todo, aún queda alguna fuerza para una conversación amistosa. «Nada, Julio. Es lo que hay. Palante».
