En el año 2023, 37 de las 132 farmacias abiertas fuera de Zamora capital se encontraban en una situación de Viabilidad Económica Comprometida (VEC). Es decir, no llegaban al índice de rentabilidad mínimo fijado para este tipo de negocios, según las Estadísticas de Colegiados y Farmacias Comunitarias correspondientes a ese ejercicio. Esos establecimientos, muchos de ellos ubicados en pueblos pequeños, tuvieron que recibir la ayuda correspondiente al llamado índice corrector de márgenes para poder sobrevivir.
La memoria del Colegio de Farmacéuticos de Zamora del año 2024 constata que, un año más tarde, dos de esas farmacias rurales habían cerrado de forma definitiva: la de Fariza y la de Cerecinos de Campos. Por tanto, los establecimientos ubicados fuera de la capital se redujeron a 130, 14 de ellos entre Benavente y Toro. En la ciudad se mantienen otras 30, en unas circunstancias muy diferentes. Entre disponer de un negocio de esta índole en Santa Clara a tenerlo en una localidad de Aliste o La Carballeda, por poner dos ejemplos, va un mundo.
Tampoco es igual tener una farmacia en un pueblo de Castilla y León o en uno de la Comunidad Valenciana, pero este fin de semana la Asociación de Farmacéuticos Rurales de la Provincia de Alicante y la Sociedad Española de Farmacia Rural organizaron el primer Congreso Nacional de Farmacia Rural para poner en común las problemáticas que les son comunes a todos los territorios y para analizar las particularidades de cada zona.
Entre las participantes en la cita, y como ponente en una de las mesas redondas para hablar de las farmacias VEC, estuvo Begoña González, la responsable del servicio en Figueruela de Arriba, en Aliste. La profesional cuenta, un par de días después del congreso, su experiencia en Alicante mientras se desplaza a algunos de los pueblos que le corresponden para entregar las medicinas: «Esto es lo de Belarmina, ¿vale? Ahí te lo dejo», se le escucha decir antes de centrarse en la conversación y constatar: «Esto es vocación, claro».
González habla de la inquietud de los farmacéuticos rurales por dar el servicio, pero reclama que la ayuda que les llegue sea «real» y no «los parches» que existen ahora: «Hay farmacias que no dan para ganar un salario honroso, ni el mínimo interprofesional», asegura esta mujer que considera que Castilla y León tiene que actuar para resolver los «muchísimos problemas» que sufre ahora mismo: «Esto no está funcionando», recalca.
La farmacéutica habla de la falta de ordenación del territorio, de la paralización de los concursos de traslados, de la carencia de relevo generacional y de la tendencia a que la desaparición de los profesionales en los pueblos deje las farmacias en botiquines: «Y eso no da el mismo servicio. Nosotros hacemos de todo, hasta recados. Si no es la del bar es la de la farmacia. Hasta en la pandemia éramos la Guardia Civil y yo los que nos asomábamos para ver si los vecinos estaban bien», advierte González.
La profesional apunta también la necesidad de «racionalizar las guardias» en zonas como Aliste: «Por ejemplo, yo el domingo estoy para toda la comarca, con gente muy mayor y carreteras con bichos que se te cruzan a todas horas. Son cosas absurdas y que se pueden solucionar desde la razón», considera Begoña González, que estima que conviene actuar para evitar que las farmacias vayan cayendo como fichas de dominó en el medio rural.
«Un pueblo sin farmacia es un pueblo muerto. Hemos hablado mucho de esto en el congreso: la farmacia fija población», recalca González, que cree que estos negocios son un factor decisivo a la hora de conseguir que cierta gente se quede o quiera venir a los pueblos: «Hablamos de una población mayor y polimedicada», insiste la profesional de Figueruela, que pone el foco también en el hecho de que los emigrados se plantean regresar tras la jubilación, pero aspiran a hacerlo con garantías de asistencia.
Más que el médico
Para Begoña González, la farmacia rural cumple aquí un rol decisivo. Ella misma va a los pueblos que le corresponden cuando lo hace el médico, para que los vecinos tengan la medicación a mano. En algunas localidades donde ya no hay consulta periódica, acude más que ningún otro profesional. En medio de la conversación se detiene en otro destino: «Esto es de nevera, ¿vale? Es la insulina. ¿Qué tal con las pastillas?» (…) «Muy bien, te lo aprendiste».
La farmacéutica sigue la ruta mientras saca otro tema a colación: «Ni tenemos empleados ni gente que quiera venir a hacer las sustituciones», subraya González. Es decir, de vacaciones poco: «Con la vocación no se come y tenemos familia a la que arrastramos con esto», remacha la profesional, cuyo negocio es uno de esos de Viabilidad Económica Comprometida. De momento, resiste. Como muchos otros compañeros en los distintos rincones de una provincia con muchas necesidades.