Amaneció lloviendo, continuó la mañana lloviendo y a la hora de empezar la procesión desde la iglesia de Morales del Vino hasta la ermita del Cristo… llovía. Poco ambiente romero, por tanto, en la localidad del alfoz, que hoy celebra su fiesta local en una pradera venida a menos pero con el tradicional fervor religioso en el interior de la ermita. Llegó la Virgen, lo hizo en coche pero llegó, y llegaron los romeros, también motorizados. Y, como cada año, la ermita se quedó pequeña para la misa, con cientos de asistentes desde el pueblo y también desde la ciudad, recordando quizás aquellos años en los que, tal día como hoy, era fiesta local en Zamora.

Los que no han perdonado el día han sido los peñistas, reunidos desde primera hora de la mañana en su caseta de la pradera, donde la fiesta intentaba asemejarse lo máximo posible a la de una jornada romera soleada. En la pradera la lluvia se ha cargado el ambiente, con los bares cerrados durante la mañana (abrirán por la tarde si el tiempo lo permite), con los hinchables recogidos y los caballitos clausurados. La esperanza está en el sol de la tarde que, si acaba llegando, hermoseará la jornada. La esperanza no se pierde y los músicos aseguraban que esperarán a la tarde para ver si se puede hacer la procesión de vuelta. «Aquí nos quedamos todo el día», aseguraba uno mientras comía un chocolate con churros para entrar en calor.
La nota optimista la ponían los vendedores de rosquillas. Tres de los cuatro puestos que hay los lleva una misma familia de Valladolid, que lleva «cincuenta años por lo menos» viniendo a la pradera y que las ha visto ya de todos los colores. Félix Galicia, el padre, no desfallece aunque llueva. «No tiene que ser malo todo. Si no llueve mucho la gente va a venir, a este Cristo viene a verlo mucha gente», asegura, en base a la experiencia. «Y los que vengan seguramente compren, porque si hace sol la gente se va a la pradera y hoy hay menos ambiente para eso».
A Félix le acompaña su mujer, Begoña, en un puesto un poco más allá y su hijo, Samuel, en el puesto de enfrente. Él ha venido menos, así que nota más los cambios. «Antes había más puestos de rosquillas, ahora ya solo estamos nosotros y uno más de Zamora», asegura. Ahora quedan cuatro y las rosquillas se hacen, todas, en la provincia vecina. «Lo importante es que se mantenga la tradición», añade el padre.