Esta tienda también es una casa. Cuando uno entra a mediodía, ya con dudas sobre si el negocio habrá cerrado, lo que se encuentra son dos mujeres en una estancia ubicada al fondo y el sonido de La ruleta de la suerte desde lo que se intuye como una cocina particular. Pronto asoman Tránsito y su nuera, ya en la parte pública, en un establecimiento que acumula años de historia y de servicio para Santovenia del Esla en el camino de la N-630.
Las mujeres aparcan un ratito los quehaceres para hablar sobre la vida de este lugar. «Esto lleva abierto tres generaciones», arranca la más joven. Es decir, antes de que Tránsito tomara las riendas, el negocio perteneció a su padre, un hombre llamado Leandro que comenzó con la tarea en otro local cercano antes de trasladarse. Luego vino su hija y, más tarde, llegó su nieto. Quizá, el hombre al que le toque poner el candado.

Pero aparquemos el futuro incierto. ¿Cuánto tiempo lleva en marcha el comercio? Las aludidas echan cuentas. «Hace 32 años que se murió Leandro y tendría 79 si viviera… Y esto lo abrió bien joven», rememoran entre las dos. «Antes de la Guerra», concluye Tránsito, que apunta que todo esto se inició «con poquito». Sus antecesores iban con los cestos a vender por las casas. Y también a otros pueblos: «Mi padre iba con un carrico y con un macho por ahí, hasta Villaveza», comenta la representante de la generación intermedia del negocio.
A medida que se fue haciendo mayor, Tránsito se introdujo en el asunto. Primero, como colaboradora. Como cualquier niño y adolescente de la época cuya familia tuviera un establecimiento de esta índole. Luego, al mando. Claro, «aquí había 1.300 personas», advierte la mujer, en referencia a Santovenia y a lo que se podía despachar cuando ella decidió incorporarse del todo. Cuesta pensarlo en una localidad donde ahora quedan 226 (-17 el último año), pero efectivamente, el censo revela que este lugar dispuso de casi 1.200 vecinos inscritos mediado el siglo XX.
«En Benavente o Zamora te lo regalan»
«Yo iba a vender también con mi hermana por la calle hasta que nos quedamos en la tienda, pero ahora es más difícil. Van a Benavente o a Zamora y todo se lo regalan», argumenta la mujer, mientras su nuera asiente y confirma. Y eso que aquí atienden todos los días de la semana. Hasta los domingos. El establecimiento, que lleva por nombre Alonso Rodríguez, no entiende de fines de semana.
Lo que sí es verdad es que se ha quedado «con cuatro cosas». «Antes teníamos calzoncillos, camisetas, hilos, cosas para los motores… Un poco de todo», recuerda Tránsito. Lo que ya no hay es porque ya no se vende. Ni ella ni su nuera creen que, dentro de un puñado de años, vaya a quedar nada.
Cuando termina la conversación, ambas regresan al interior del domicilio, siempre atentas por si aparece algún cliente a una hora insospechada. Este es un formato que se acaba, que ahora se percibe como normal, pero que quizá un día cercano se añore en lugares como Santovenia.