Leonor y sus rizos rubios se mueven por el entorno del castillo de Pajares de la Lampreana bajo la atenta mirada de su madre y de su abuela. La niña va vestida al estilo tradicional, con un traje rojo adaptado a su tamaño de muchacha de tres años. El atuendo lleva flores y un ribete verde por debajo, y es la primera vez que arropa a esta pequeña, que camina por allí sin percatarse de que lleva encima un pedazo de la historia de su familia.
Y es que para Leonor es la primera vez con el traje, pero la prenda tiene más de cien años y ha viajado ya sobre unos cuantos cuerpos. Inicialmente, perteneció a su bisabuela Rufina y, más tarde, fue pasando por las mujeres de la familia hasta llegar a esta niña en un día especial para los vecinos de Villarrín de Campos. Es 8 de mayo, así que la tradición marca que hay que desplazarse hasta Pajares de la Lampreana para cumplir con el voto a la Virgen del Templo.

Allí está Leonor, allí está su madre y allí está su abuela, Manoli Alonso, a la que se le cae la baba solo con mirar a la niña: «Le hemos traído el traje con mucho orgullo», concede la mujer, que explica que unas tías de su madre le regalaron la prenda a Rufina allá por los años diez del siglo pasado: «Fue por su nacimiento», aclara. Desde entonces, y aunque ahora ya esté «algo deteriorado», su uso casi supone un rito de paso de corta edad para las niñas de la estirpe.
Leonor, la muchacha, vive con su familia en Valladolid, pero en Villarrín se hunden sus raíces. Por eso está aquí en un jueves laborable. El 8 de mayo no se perdona. Así lo ve también Marta Campesino, que viene de la misma ciudad y que, como muchos otros, se ha pedido el día en el trabajo para estar en el pueblo y luego en Pajares, en la romería: «Se trata de mantener la tradición y la cultura. En casa siempre han sido penitentes, pero por edad ya no pueden», concede esta mujer, que también ha traído a su descendencia. Al menos, «para que lo vean». De mayores, «que hagan lo que quieran».

Marta cuenta esto vestida completamente de blanco, con el traje de los penitentes de Villarrín, y descalza, como manda la liturgia. Junto a otro grupo de hermanos y hermanas, a partir de las doce de la mañana procesionará hasta la ermita de la Virgen del Templo sin zapatos y cubierta con un verdugo. Junto a ese grupo viajarán vecinos de paisano y quienes, como Leonor y su familia, marchan con trajes regionales.
Para algunos, el paseo dentro de Pajares será la continuación de una jornada iniciada a las nueve, cuando quince vecinos salieron a pie desde Villarrín rumbo al pueblo cercano. Más tarde partió la Virgen del Rosario, con su manto nuevo cortesía de una lugareña. Una vez todos en Pajares, con las flores preparadas para la ocasión, los fieles a la tradición comparten refresco y pastas y ponen rumbo al encuentro con las gentes de la localidad anfitriona.
Al encuentro con Joaquín delante
A la cabeza de la comitiva va Joaquín, con la vara al frente y el bastón colgado a la espalda. El destino es la plaza, donde las autoridades intercambian los mandos. Esta vez son la alcaldesa de Pajares y una concejala de Villarrín. La regidora del pueblo visitante va vestida de penitente y no puede dividirse. Al tiempo, se realiza el baile de los pendones y se acomete una especie de fusión de los vecinos para marchar, ya unidos, hacia la ermita.
«Bienvenidos, Villarrín», dice la regidora de Pajares, María del Carmen Rodríguez, acostumbrada a que otros pueblos de la contorna vengan a cumplir con el voto, como cada primavera. Esta vez, el 8 de mayo viene con un sol picante, así que casi se agradece llegar al templo. Allí suenan los acordes de la Concha. Luego vendrá la ceremonia religiosa. Cuando caiga la tarde será la hora de despedirse y regresar. Hasta dentro de un año exacto, caiga como caiga y con los mayores enseñando a los que vienen.