El obispo de Zamora, Fernando Valera, ha publicado una carta abierta tras la muerte del sacerdote de 38 años Javier Prieto. El prelado ha admitido el dolor de la diócesis en una amplia misiva que se reproduce íntegra a continuación:
La muerte de Javier Prieto, ordenado presbítero hace poco más de dos meses, nos vuelve a recordar que los planes de Dios no son nuestros planes. Que los caminos del Señor no son nuestros caminos. Hoy todo son preguntas. Hoy todo es misterio. Hoy todo es silencio.
Pero una y otra vez resuena en mí, hoy, ante vosotros, el texto preferido de Javier. Y es, precisamente, una pregunta. Una pregunta de san Pablo en la carta a los Romanos que expresa lo que quiso ser su ministerio: “¿Quién nos separará del Amor de Dios? Ni la espada, ni la tribulación, ni muerte ni vida podrá separarnos del Amor de Cristo Jesús Señor nuestro”.
Querida familia de Javier, querida Ángela, querido Ángel, querido Francisco, querida abuela, queridos tíos y primos, queridos compañeros de Javi en el Seminario, querido clero de esta diócesis especialmente de Toro, querido colegio Amor de Dios, querida comunidad cristiana de Zamora, amigos todos…
La diócesis de Zamora, que había vivido con intensidad y alegría la ordenación de un nuevo sacerdote, se encuentra sumida en un profundo dolor. La muerte nos desgarra siempre, nos inquieta siempre, nos desborda siempre. Pero cuando la muerte es de alguien tan joven, con tantos proyectos por delante, con una ilusión desmedida por entregarse a los demás, con toda una vocación por entregar… nos descoloca. No podemos dejar de hacernos preguntas que incluso van dirigidas al mismo Dios. Y hoy, como nuestro Señor en la cruz, miramos al cielo para decirte: Dios mío, Dios mío, ¿por qué nos has abandonado?
Este presbiterio, que tan necesitado está de nuevas vocaciones, de entregas generosas, de vidas valientes que digan sí, adelante, contigo iré Señor, dejaré en la orilla mis redes… este presbiterio se queda hoy sin el más pequeño, sin el benjamín de sus sacerdotes, sin un joven con un vigor y una fuerza incansable, con unas virtudes y valores que había decidido entregar a nuestra pequeña viña de la diócesis de Zamora.
No va a ser fácil, queridos hijos, soportar este duelo, rehacerse por dentro, y seguir. No va a ser fácil entender que el Señor haya cambiado la alegría de hace apenas unas semanas por este llanto. No va a ser fácil entender, especialmente hoy, lo que significa “hágase tu voluntad”.
Queridos padres, hoy se hace realidad para vosotros lo que significó, hace algunos años, entregar a vuestro hijo a la iglesia. Dio fruto abundante durante su vida, durante su ministerio. Y hoy ha dado ya el fruto definitivo. Fue absolutamente feliz. Tenéis que repetíroslo muchas veces. Fue absolutamente feliz. Dios le hizo feliz. Y así lo vivió él. Esta intensidad de las últimas semanas de su ministerio sacerdotal nos está diciendo algo. Nos están diciendo, querida familia, que la vida no se mide por el tiempo y por la cantidad, sino por la intensidad con la que uno se da y ama, se entrega y quiere, por la intensidad con la que uno dice sí a Dios.
Ángel, te toca a ti ser el firme de tu casa. El bastión donde agarrarse. Tú que fuiste modelo de trabajo para tu hijo, sigue manteniendo a esta familia unida, aun en la desgracia. Ángela, te toca ser a ti la mujer fuerte, como reza el himno de la virgen de la Antigua de Fuentesaúco. Tus manos tejieron el ministerio de Javier. El tejerá ahora tu vida desde la otra ladera. Francisco, tu familia y tus hijos serán más que nunca, la esperanza de esta familia ahora truncada.
Ungí las manos de Javier hace pocos días. Desde entonces, sus manos eran las del servidor, las de sacerdote que ofrece el sacrificio por el pueblo. Hoy sus manos se entregan ya del todo al Señor de la Vida. Y este Señor el que enjugará nuestras lágrimas, el que preparará la mesa definitiva a quien tantas veces preparó la mesa del altar. Es el Señor de la Vida el que dará plenitud a lo que en estas circunstancias fue solo provisional. Es el Señor de la Vida el que bajará la temperatura de nuestra protesta y de nuestra incomprensión. Es el Señor de la Vida el que acallará nuestro grito desesperado. Es el Señor de la Vida el que envolverá a su siervo Javier en su caricia eterna para contemplar para siempre a quien tanto amó. Es el Señor de la Vida el que una y otra vez nos llama a todos a descargar nuestros agobios y sufrimientos porque sólo él puede aliviarnos.
Toro lo fue todo para Javier y para su ministerio. En los pocos meses que llevaba aquí destinado, Toro y sus gentes, los niños, los jóvenes, las cofradías y el colegio habían tomado todo su corazón de pastor. Y este lote hermoso, esta heredad le recibirá para siempre. Por expreso deseo de su familia y por la generosidad de las Hermanas del Amor de Dios, el cuerpo de Javier descansará para siempre en el cementerio de Toro, en la sepultura de las hermanas.
Gracias Javier por tu vida. Tu muerte nos ha partido el alma. Sólo la vida que no acaba es ahora, más que nunca, hontanar de nuestra esperanza.