A Juan y a Teresa el apagón les pilló trabajando. En el Mesón El Carmen, de Asturianos, donde él apura sus últimos años de vida laboral (tiene sesenta) y ella «le acompaña» con ganas ya de jubilarse (tiene setenta). Como a toda España, la luz se les fue a las 12.33 del mediodía del lunes. Cuando les volvió, a las 11.20 del martes, se dieron cuenta de que eran abuelos.
Su nieto, hijo de la única hija de la pareja, nació en Madrid a las cinco de la madrugada del martes, en el Hospital Puerta del Hierro. Desde el comienzo del apagón estuvo ingresada en el hospital la madre. Y los abuelos, mientras, se las ingeniaban para intentar sacar adelante el restaurante sin luz, sin saber nada de lo que pasaba 300 kilómetros más al sureste.
Después del trabajo de parto, los médicos optaron finalmente por una cesárea, que se realizó de madrugada. Cuando llegó la cobertura, llegaron también los mensajes, los avisos de llamadas, los intentos de videollamadas… y las fotos. Sobre todo las fotos, que Teresa Ovelar enseña a quien tiene treinta segundos para hablar con ella. No es para menos, es su primer nieto. «No se nos va a olvidar a nosotros el apagón», asegura el matrimonio.

«Si es que no sabíamos ni que estaba ingresada ni nada, qué alegría», afirma el orgulloso abuelo. La criatura ha pesado algo más de cuatro kilos y ha medido 52 centímetros. «Pero míralo, si está criado, si ha nacido con los ojos abiertos. Qué cosa más bonita», dice la abuela, siempre móvil en mano.
El negocio, no tan bien
La pareja tiene esta conversación al mediodía del martes, unos minutos después del regreso de la electricidad, mientras hacen un primer balance de daños del restaurante. La vuelta del suministro ha salvado por los pelos el muchísimo género que el mesón guarda en sus cámaras. «Nosotros no tenemos un mercado al que ir a echar mano cuando nos hace falta. Tenemos que tener aquí de todo para muchas semanas de trabajo», apunta Juan Riesco. Los cálculos dicen que en las varias cámaras que hay se almacena género por valor de más de 15.000 euros. «Si se nos echa a perder, nos busca la ruina», asegura ella.
Sí se les han estropeado algunos alimentos que se guardaban en las neveras. Teresa tira a la basura un pulpo de un tamaño considerable prácticamente entero, que se ha puesto malo. Siguen el mismo camino un par de chuletas de la IGP Ternera de Aliste que estaban ya preparadas para que alguien las comiera al mediodía del lunes. Hay un pescado que también va al cubo, y le siguen unos espaguetis que aún duraban del día anterior. «Vamos a dar una limpieza rápida y nos vamos para Madrid a ver al niño», apremia el abuelo primerizo, que segundos antes había colocado frente a la puerta el cartel que anuncia la inactividad durante las próximas horas.

Por lo que refiere al negocio, no queda otra que intentar reclamar al seguro para recuperar el género perdido. Por lo que refiere a la familia, la alegría, no cabe otra, es inmensa. «Hemos pasado la noche en vilo por el género que se podía echar a perder y no sabíamos que teníamos a la hija en el hospital dando a luz», resume Juan. Teresa apura los últimos minutos en Asturianos yendo a echar de comer a las gallinas. Por el camino se encuentra con una vecina. «¿Qué tal?», pregunta ella, interesándose por el negocio. «¡Ya ha nacido!», contesta la abuela, cambiando el tercio. «No me digas, qué alegría». Y ambas se ponen a ver la foto.