A las siete de la mañana Red Eléctrica aseguraba que estaba recuperada el 99,95% de la demanda eléctrica de España. De cada 10.000 viviendas, había luz en 9.995. De cada 10.000 negocios, había luz en 9.995. A las siete de la mañana, cuando el país volvía a la normalidad, todavía no había luz en Sanabria ni en Carballeda. «Yo no sé cómo nos las componemos, pero aquí somos siempre los últimos de España».
A Javier Remorino, el único tendero que resiste en la localidad de Asturianos, las siete de la mañana le han pillado en la tienda. Ahí ha pasado toda la noche, asegura a eso del mediodía, unos minutos después de que su negocio recuperara la corriente eléctrica. Y ha pasado toda la noche en la tienda porque consiguió que un vecino le dejara un generador eléctrico con el que se las ha tenido que ingeniar para ir dando electricidad a las cuatro cámaras que tiene en la tienda. «Enchufaba una, y cuando cogía un poco de frío, cambiaba y enchufaba otra». Así toda la noche.
Un trabajo que a dado frutos, pese a todo, porque el tendero ha conseguido que el género no se le ponga malo. Lo peor es que el enchufar y desenchufar continuamente las cámaras ha acabado por estropear el congelador grande de la tienda, que no enfriaba cuando ha vuelto a ser conectado a la luz. Para que no se estropeara todo, Javier sacaba los congelados y los metía en otra cámara que tiene fuera. «Esto es una vergüenza, aquí 24 horas sin luz», se lamenta mientras trabaja, visiblemente cansado. «Y gracias a que me dejaron el generador», dice, porque el lunes por la tarde fue a alquilar uno y se topó con que aquí también había llegado la inflación. «Me pedían 100 euros por ocho horas, cien por traerlo y otros cien por venirlo a buscar. Una vergüenza, les dije que no, además que tampoco sabía lo que iba a durar sin luz».

El vecindario se las ingenia
Mientras Javier saca género de la cámara rota y lo introduce en la que funciona llega a la tienda una pareja de Entrepeñas que relata su propia historia. «La noche nosotros bien, pues en la cama con la radio», asegura él. En el pueblo, apunta, varios vecinos se habían organizado y, entre cuatro, han compartido un generador eléctrico de uno de ellos para ir enfriando los congeladores por la noche. Y es que el apagón ha causado más problemas de este tipo en los pueblos que en la ciudad. «Nosotros no tenemos un mercado enfrente al que ir todos los días a comprar. En los congeladores tenemos mucha comida porque no tenemos tiendas para ir a comprar todos los días, así que teníamos que buscar la manera de que no se echara a perder», asegura.
Ya en Entrepeñas, los vecinos comentan la jugada. Santos, Amable y Margarita cuentas sus peripecias de las últimas horas y lamentan la mala noche que han pasado, sin dormir bien, con la preocupación por estar incomunicados y con la imposibilidad de enchufar a la luz máquinas importantes como las que los dos vecinos varones tienen para la apnea del sueño. «Yo a las siete ya me senté en el sofá aburrido de no dormir», dice Santos. «Si eran casi las doce y estabas todavía fuera sentado, no sé qué habrás dormido entonces», le espeta su vecina.

Por lo demás, en Entrepeñas el lamento es el mismo. «Si han quedado cuatro pueblos para que sean los últimos de España en los que vuelve la luz, son estos», dicen uno de los vecinos mientras el resto asiente. Ahora ya han conseguido contactar con sus hijos, que viven fuera. Alguno de ellos, harto de que el móvil no diera llamada, cogió el coche a las once de la noche de ayer para ir a Mombuey. «Vino uno de allí y nos dijo que había algo de cobertura, así que fui a ver si podía hablar. Y pude», celebra Santos antes de emprender el camino de vuelta a casa.
En Mombuey hubo luz a las 6.00
En Mombuey la espera ha sido menor, pero igualmente larga. Y tensa, en algunos casos, como en el de la residencia del grupo Matellanes. Amara Ramos, la directora, asegura que en el centro la demanda ha estado cubierta en todo momento gracias a que hay generadores de energía, pero apunta que empezaba a cundir cierta preocupación porque el apagón se alargaba y el combustible no es infinito. De hecho, la residencia se ha puesto en contacto ya con las empresas de suministro de gasóleo para volver a acumular combustible en caso de futuras incidencias. «Ojalá que no, pero mejor prevenir», apunta la directora.
El centro ha registrado bastantes visitas durante las últimas horas de agentes de la Guardia Civil, que acudían para ver que todo estaba en orden y no hacía falta ayuda. Lo peor ha sido la imposibilidad de contactar con los familiares, que esta mañana ya llamaban al centro con normalidad para preguntar por sus padres, que han pasado el apagón «casi sin enterarse», dice la directora.

También han trabajado con cierta normalidad en la panadería El Pan Nuestro. Óscar González asegura que el apagón del lunes les pilló ya con los hornos apagados, a las 12.30 del mediodía, y apunta que este martes se ha podido empezar a trabajar a la hora habitual, las tres de la mañana, aunque la luz todavía no había vuelto. La explicación está de nuevo en los famosos generadores, que abundaban en la comarca más de lo que uno hubiera podido pensar en un principio. «La luz ha vuelto a las seis y desde entonces ya hemos trabajado normal», apunta el panadero.
La situación fue algo más compleja ayer, porque la falta de electricidad hacía que no se pudiera pagar con tarjeta, vía que utilizan muchas personas. «A los de aquí sin problema, porque se les fía, pero vinieron peregrinos y otras personas que andaban por aquí y no les pudimos atender», apunta González. Enfrente, la gasolinera también recobra el pulso con una importante fila de coches que quieren que un posible nuevo «susto» les pille con el depósito lleno.

«Bueno, que los últimos en tener luz íbamos a ser lo de esta zona se sabía ya, ¿o no?», se pregunta el panadero. La luz ha acabado de llegar a toda la zona más tarde de las once de la mañana del martes. Hasta ese momento, 17 ayuntamientos (Puebla de Sanabria, Galende, Asturianos, Lubián, Pías, Hermisende…) y 100 pueblos no tenían corriente eléctrica cuando toda Zamora, y casi toda España, ya podían encender la luz. Una cuestión que, lo que se dice sorprender, no ha sorprendido a nadie.