Esta crónica comienza en Toro, en la sede de Bodegas Fariña. Son las doce y media de la mañana del lunes 28 de abril y los empleados van de un lado a otro preguntándose qué ocurre. «Se acaba de ir la luz. Está el compañero de mantenimiento mirando lo que puede haber pasado», señala una trabajadora. La cita para grabar un vídeo y sacar algunas fotos de la zona visitable se pospone. No se puede acceder a los espacios cuyas puertas funcionan con energía eléctrica.
Fuera de allí, empieza a reinar el desconcierto. Todo el mundo piensa que el problema con la luz es de su casa, o de su empresa, o de su calle, o de su barrio, o de su pueblo. Lo último que se le ocurre a la gente es que esto pueda tratarse de un apagón a escala peninsular. Los trabajadores de un supermercado o los dueños de una ferretería se encogen de hombros. En el fondo, la lógica invita a pensar que la normalidad regresará en pocos minutos. Pero no.

De repente, van llegando las alertas de las radios y de los periódicos a los teléfonos móviles. Red Eléctrica da las primeras informaciones. Los datos empiezan a fallar. La cobertura también. En Toro, comienza la conducción prudente para sortear la ausencia de semáforos. Lo mismo sucede en el resto de los municipios grandes de la provincia. La Policía Municipal se moviliza, especialmente aquí, en Benavente o en Zamora capital. La crisis acaba de comenzar.
El apagón ha dejado inhabilitados los recursos más básicos. No se puede sacar dinero. No se puede cobrar con datáfono. No se puede viajar en ascensor. Esto último pilla dentro de las cabinas a decenas de personas. Los siguientes minutos son de faena para los empleados de los elevadores, que acuden al rescate de los vecinos atrapados. Mientras, los supermercados y las tiendas cierran. No se puede trabajar.

Ya en Zamora, la siguiente parada de este recorrido por el día del apagón llega en la nave de las ambulancias, en el corredor de Roales. Allí, la situación empieza a preocupar. Hay medicamentos que funcionan con frío. Y corren el riesgo de estropearse. El temor también apunta a las comunicaciones. Dentro de los hospitales, el panorama es más tranquilizador. Hay recursos alternativos para funcionar.
En la ciudad, la sensación es que las quejas por el Cardenal Cisneros de las rotondas se han tornado en alivio ahora que se puede circular por esta arteria sin semáforos. No es ahí donde está el gran problema. En algunos cruces de otros puntos de la ciudad, la Policía Municipal se queda casi de manera permanente. Se viene un rato complicado. Los niños están a punto de salir del colegio y hay más tráfico del deseable en una mañana sin electricidad.

Para entonces, ha pasado una hora de apagón y Red Eléctrica va dando nuevos datos. Se prevén horas de trabajo para solucionar lo que quiera que haya sido esto. Esas noticias llegan a la estación de tren, donde 470 viajeros se han quedado tirados justo en la estación de Zamora. Ya tendrían que estar en Madrid, pero les esperan horas en la terminal. En el primer rato, la paciencia y la animosidad vencen. Pero el estado de ánimo irá cambiando.
Por el centro, el tráfico se va despejando a medida que pasa la hora punta. Mientras, muchos negocios siguen cerrados y otros se mantienen abiertos casi por informar de que hay poco que hacer. Sucede en las farmacias, donde los clientes se marchan con las manos vacías. En la Amargura, la profesional adjunta va dando explicaciones. No funciona el sistema, no se leen las recetas, no pueden ver los precios. No se puede despachar nada.

Pasadas las tres de la tarde, en la Plaza Mayor, un grupo de policías y de bomberos, junto a voluntarios de Protección Civil, charla a la entrada del ayuntamiento viejo mientras empiezan a llegar algunas noticias esperanzadoras. Muchos agentes han acudido de forma voluntaria para echar una mano en la crisis. Los policías han colaborado con el tráfico o con otras gestiones de apoyo al ciudadano. Los bomberos han intervenido, por ejemplo, para subir a personas con movilidad reducida a sus pisos, ante la ausencia de ascensor.
Los sistemas internos han servido para que los agentes se comuniquen entre sí, porque en la calle sigue habiendo muy poca cobertura y muy pocos datos móviles. Cuesta hasta mandar un Whatsapp. Pero Zamora va a tener la suerte de ser una de las primeras provincias en ir recobrando el pulso. Mientras en el Horno, el bar de Renova, tratan de alumbrar la estancia con velas, en Santa Clara pita alguna alarma y se encienden un par de luces. Vuelve el suministro.

También se reporta el regreso de la luz en zonas de San José Obrero o San Lázaro. En la Marina, aún habrá que esperar hasta las cinco y veinte de la tarde. El caso es que la energía va volviendo. No sucede así en muchos pueblos. En Corrales del Vino, a las diez de la noche, aún había zonas sin suministro. La cosa tampoco fue rápida en puntos de Sanabria o La Carballeda y en otras localidades sueltas de la provincia.
Los vecinos por allí se apañan como pueden. Quienes sufren son los ganaderos, a expensas en algunos casos de que sus robots o sus máquinas ordeñadoras se activen a tiempo para evitar una crisis. Tampoco están demasiado tranquilos otros viajeros de tren distintos a los de la estación de Zamora. Por la tarde trasciende que los pasajeros de un convoy que iba a Galicia han sido enviados a Medina del Campo tras quedarse parados a la altura de Valdefinjas. Más tarde serán desplazados a Zamora.

Entretanto, las gasolineras y los supermercados empiezan a llenarse de gente dispuesta a reponer lo que sea. Desde diésel hasta velas, mecheros, pilas o agua. Por si acaso. En paralelo, los políticos más representativos de la provincia comparecen juntos y hablan de vigilancia y atención coordinada. Se acercan las siete de la tarde y, en varios puntos, ha vuelto la luz. Pero no tanto la normalidad. Hay que atender algunos frentes.
Quizá, el principal continúa en la estación de tren. Allí pasa el tiempo, pero no pasa nada más. Desde las 12.30 de la mañana hasta pasada la medianoche, los pasajeros reciben solamente alguna botella de agua y una bolsa de patatas fritas. Mientras, esperan. Nadie les asegura nada. Solo después de muchas horas se enteran de que la circulación ferroviaria no va a ser restablecida. Muchos se van en taxis. ¿Eso es caro? Sí, pero para algunos compensa si se trata de evitar este día de desamparo. Otros optan por el hotel.

Pero aún así quedan muchos. Son los 470 que iban a Madrid y se quedaron en Zamora más los 483 que iban a Galicia, se quedaron en Valdefinjas y bailaron de Medina del Campo a la terminal de Las Viñas en una tarde a la que pocos le vieron el sentido. Los que no se han ido van asumiendo que tendrán que dormir en el tren. O donde puedan. También que hay que salir a buscar comida por su cuenta. El Burger King es el gran triunfador de anochecida. Glovo, el otro recurso.
Finalmente, las instituciones locales y los representantes de la Junta y el Gobierno en Zamora, en colaboración con Cruz Roja, deciden que hay que intervenir. La estación queda invadida por coches de la Policía Municipal, de la Nacional y de la citada ONG. Las autoridades hablan con Carrefour que envía primero agua y, un buen rato más tarde, ya al filo de la medianoche, pan de molde, lonchas de queso y jamón, naranjas, manzanas, zumos y leche.

Mientras tanto, algunos voluntarios de Cruz Roja, apoyados por jugadores del Balonmano Zamora, montan 60 camas en Ifeza para acoger a quienes se quieran desplazar desde la estación. Tienen otras veinte disponibles por si acaso. Después de cenar un poco, a la una de la madrugada empiezan a llegar al recinto ferial sobre todo familias con niños y personas mayores. Otros muchos optan por seguir esperando taxis o por dormir directamente en el tren.
La expectativa de todos es que, con el amanecer del martes, la normalidad regrese y cada cual pueda ir llegando a su destino.
Actualización: Pasadas las nueve de la mañana, los viajeros hacia Madrid se marcharon en tren a su destino y los de Galicia lo hicieron en autobuses.
