Doce y media de la mañana. La salida del tren de Zamora a Madrid coincide casi exactamente con el apagón que deja la península sin suministro. Los viajeros, 470 en total, se quedan «tirados» en la estación. Primero, sin saber muy bien que pasa. Luego, empiezan a ser más conscientes. Muchos vienen de Galicia; otros parten directamente desde Zamora. Los destinos finales también son variopintos, desde Chamartín como parada final hasta Málaga, Zaragoza o enlaces con vuelos internacionales.
Poco a poco, empieza a trascender la información: ha habido un apagón. «¿Dónde?». En toda España. Hay que esperar. En las primeras horas, al filo de la hora de comer, imperan la paciencia y la filosofía. Sigue sin haber luz, las noticias escasean y la sensación es que no hay una solución en manos de Renfe, del Ministerio o del propio Gobierno. El panorama se asume con una cierta tranquilidad.

Pasadas ya las dos de la tarde, un grupo de danza de Málaga anima un poco el cotarro con bailes sobre el andén. La gente graba, aplaude, se entretiene. Las chicas, apenas adolescentes, vienen de competir en Vigo. Les ha ido bien y están contentas. Y de momento tienen fuerzas. Algunos de los que miran son japoneses. Más o menos se han ido enterando de lo que pasa y empiezan a ser conscientes de que su estancia en Madrid tras hacer el Camino de Santiago se acortará.
Otros ya van incluso abandonando la estación en busca del Vía Libre, la terraza más cercana. Entre ellos está el periodista Xabier Fortes. Aquí le ha pillado el asunto. Pero, más allá del famoseo, el caso es que sigue sin haber luz. Los trabajadores de la terminal, entregados a la causa, reparten lo que tienen. Primero, aguas, zumos y otras bebidas; después, unas bolsas de patatas. No hay más. No pueden conseguir otra cosa, aunque lo intenten. Y eso que se pasan horas colgados al teléfono.

Mientras, algunas personas aprovechan para leer, otras para tomar el sol en el andén o incluso para dormirse un rato. La vida pasa lenta sin tecnología, sin poder comunicarse con los seres queridos y con la incertidumbre de lo que va a pasar. Solo mejora el asunto cuando, a eso de las tres y media de la tarde, empieza a volver la luz. De los tirones a una cierta estabilidad. La expectativa es que el tren pueda salir. Pero no.
Por lo menos, y a la vista de los hechos, los viajeros pueden utilizar los enchufes para cargar los dispositivos y la renacida conexión a Internet para reservar taxis y hoteles. Y es que muchos no quieren esperar a que Renfe, el Gobierno o quien sea les dé una solución. Solo quieren salir de allí. Algunos lo tienen claro desde el principio, otros lo van decidiendo a medida que ven que las horas pasan y el tren no se mueve.
Camino ya de las ocho de la tarde, la gente sabe que el presidente del Gobierno ha hablado y va entendiendo que su viaje no comenzará este lunes. Una trabajadora acude a darles algunas explicaciones cuando ya son muchos menos de los que eran. Se forma un corro y la mujer habla: «Estamos haciendo todo lo posible y no se van a cerrar las estaciones», arranca la empleada de Renfe, antes de deslizar: «Lo que les puedo asegurar es que tienen su billete y pueden quedarse».

Muchos comprenden esas palabras como una invitación a seguir allí: «¿Nos va a tocar dormir en el tren?», pregunta una madre, visiblemente molesta, con su hija al lado: «Hay niños y se hace de noche. Llevamos aquí siete horas», insiste. Pero nada. Su interlocutora solo transmite la información que puede darles. Para buscar responsabilidades hay que apuntar más arriba.
Entre la paciencia y el hartazgo
Más grupos de personas agarran las maletas y se marchan. Ya tienen hotel. Otras aguantan otro poco, principalmente a la espera de saber a qué hora saldrá el tren para estar prevenidas. No faltan los reproches a los mandamases. A Pedro Sánchez primero. A Óscar Puente después. Pero también hay quien sigue manteniendo la calma. Una mujer recuerda que su marido en Vigo y su madre en Castellón están igual: sin conexión, como pueden. ¿Qué se le va a hacer?
Cuando dan las ocho, las chicas de Málaga ya no bailan. Solo se preocupan por si habrá seguridad para pasar la noche allí. El resto de la travesía que les queda hasta alcanzar Andalucía será una preocupación para la siguiente pantalla.
